29 noviembre 2006

Deseos

Julia, además de ponerse tetas, hubiese querido ser una tecla, blanca o negra, del piano, quizás así, hubiese tenido el placer de sentir sus manos. Erika, por su parte, no podía desear redondearse hasta convertirse en una pelota, primero porque no le gustaría recibir más patadas de las que ya había recibido de sus compañeros y, segundo, porque intuía que la pelota tampoco significaba nada sin el juego y los participantes. Sin duda, hacer el amor no era comparable con el esfuerzo que significaba el juego. Claro que no lo era, pensaba, si por fortuna alguien (y no ése alguien) llegaba a acercársele lo suficiente para tocarla, apresuraba la penetración en unos pocos minutos, lo que no se comparaba con la hora y media que le destinaban al juego de la pelota. Se consolaba recordando las experiencias de otras mujeres y sabiendo que no era la única que deseaba ser dueña del juego por esos inalcanzables noventa minutos (sin contar, eso sí, los festejos posteriores). De la experiencia más inmediata, se podía entender que muy pocas mujeres tenían el honor de ser complacidas por tanto tiempo seguido. Julia no era la excepción. Peor aún, no había logrado ni una mirada perdida del pianista. Erika, al menos, encontró al violinista en un momento de debilidad y había conseguido una penetración distraída.

27 noviembre 2006

Daños incomprensibles

Erika se sentía dañada y, como tal, experimentaba el impulso de dañar a quienes creía sus victimarios. Aún así hacía todos los esfuerzos que podía para hacerse visible, sin lograrlo, por más que caminara por la cuerda floja sobre la cabeza del violinista, no pudiendo contener que la sangre corriera por sus piernas y cayera sobre el preciado instrumento del músico. Nada interrumpía la concentración sobre las notas. Ella misma no perdía la concentración sobre sus pies en la cuerda, sin notar lo que derramaba.

Jimena tomó una copa vacía y la reventó en el pecho de Erika, quien, despertando de pronto su vista hacia la otra muchacha, no compredió lo que había sucedido. Por el momento, el más inmediato, trataba de dilucidar los orígenes de la sangre derramada más abajo, el los pies rítmicos del violinista, que seguía ausente.

25 noviembre 2006

Daños

Hay muchas más formas de hacerle daño a una persona que ahorcarla o acuchillarla y enterrarla en el piso de una cocina remodelada. Está el daño soterrado, el que nunca dice nada evidente, el que nunca le dice al otro "eres un imbécil" o "te ves cada día más deteriorado", el que nunca hace nada, y justamente ese "hacer nada" a veces es el más doloroso cuando se espera que se haga algo, aún en contra de alguien. Tal como le sucedía a Erika, que en silencio se esmeraba por llamar la atención de su ser amado (y consideremos aquí que su concepto de "amar" nada tenía en común con el pensamiento oriental), pero él tomaba todas sus decisiones sin ella... por momentos quizás hubiese preferido que hubiesen sido contra ella, con la mínima evidencia de que significaba por lo menos una bruma en su camino. Claro, que en estos casos, el victimario no es consciente del daño que hace, circula por la vida preocupándose de si mismo sin nunca asumir su condición de número en la existencia social, tal como él, ciertamente, considera a los demás, un número, número sin colores con pies que los mueven por las calles, números con bocas que no dicen nada que valga la pena escuchar, número que, eso sí, tienen oídos para escucharlo, a él, el que no es número, el que tiene tantas cosas interesantes que decir de su persona, que tiene tanta filosofía que enseñar mirada por el espejo que lo refleja a sí mismo. Entonces personas como Erika terminan trasformándose en el espejo de estos seres, el reflejo que anula su propia individualidad y puede ser que lo que él vea de si mismo en ella (o en estas personas que podemos ser nosotros mismos) no le guste nada y evite mirarlas o, por el contrario, que, narciso, se enamore de sí, pasando por alto la materia que lo refleja, o sea, el otro.

Desde esta perspectiva, Jimena consideraba el cuchillazo y la tumba en el piso de la cocina un acto de benevolencia con el resto de la humanidad, aunque siempre temiendo que, con la humedad, la maleza otra vez comenzara a aflorar entre las junturas de las baldosas.

23 noviembre 2006

Microfono

- El viernes podríamos inaugurar el nuevo departamento ¿no crees?

- ¿Podríamos?

- Sí.

- El departamento es tuyo, yo no tengo nada que ver.

- Bueno, deja las sutilezas atrás... ¿te parece?

- Y sí, claro... pero yo no voy a ir.

- ¿Por qué?

La inocencia de un niño saliendo del útero o quizás, igualmente, un ser que olvida todo.

- ¿Por qué?

- Sí, ¿por qué?


(- La última vez me ahorcaste ¿no te acuerdas?)


- Bueno, porque no quiero exponerme a situaciones potencialmente dañinas.

- ¿Potencialmente dañinas?


(_ ¿Te estás haciendo el estúpido o qué? No me apetece morir en tus manos, francamente.)


- Sí. Celebra sin mí. Luego podemos hacer una cena privada, aunque no íntima ¿no te parece?

- ...

- ¿Te pido un café?

28 agosto 2006

Evidencia Nº 1

"No, nada de eso. Simplemente, en la mañana, cuando te escribí, estaba en clases y no tenía tiempo de argumentar nada, pero la duda me daba vueltas.

Bueno, pensaba que de todos modos no te acordabas mucho de esa ocasión, cuando A, contra toda la naturaleza que le adjudicamos al verlo tan tranquilo, se lanzó a tu cuello sobre mi cama para ahorcarte, al tiempo que yo me lanzaba sobre él para impedirlo. Claro que no te acuerdas mucho, estaban los dos muy borrachos, lo suficiente para dejar escapar a los monstruos que nos habitan.

El punto, más absurdo todavía, es que me preguntaba por qué, de todas las formas de agresión, del puñetazo, el cuchillazo o el botellazo, había elegido justamente el de "ahorcar", de enterrar sus pulgares en tu garganta con el fin de quitarte el aire y si en el el hecho de "ahorcar" de esa forma hay más intención de muerte que en lanzar un puñetazo en el ojo.

Estas son cosas que a uno le pasan desapercibidas hasta que "accidentalmente" muere alguien. Parece hasta una metáfora, pero te aseguro que no lo es".

22 agosto 2006

La fiscal

El asunto es más o menos así: A quiere matar a B porque B está enamorado de C y, al mismo tiempo B quiere matar a C porque C ha sido, de alguna manera, un canalla; sin embargo, C quiere matar a A porque piensa que B ama a A y no a C, él mismo.

La víspera de la noche en cuestión, A y B terminan de cavar la fosa en la cocina y dejan todos los materiales para taparla luego de asesinar y enterrar a C. Al menos eso es lo que cree B, mientras que A piensa que B no sabe que está cavando su propia tumba.

A intentará postergar la visita de C todo lo posible esa noche con el objeto de asesinar a B sin la interrupción de nada ni de nadie. B tiene todo planeado para atraer a C a la trampa.

Sin embargo, C quiere aprovechar la visita de A en la casa de B para terminar con esa vida de una vez. Para ello involucra a D, quien servirá de carnada para B a cierta hora inapropiada de la madrugada, la misma hora en que B tiene planeado llamar a C para atraerlo a su trampa.

D no sabe nada de esto. Simplemente se siente atraído por B y piensa que está siendo leal con C al prestarle este servicio.

A las 24:31 la tumba está lista. Sólo falta un cuerpo.

20 agosto 2006

Interrogatorio

¿Experimenta un gran cansancio hoy?


Pues lo sentimos mucho. Igualmente, nos tendrá que contestar algunas preguntas acerca de la marca en el cuello.


¿Cuál? Pues esta que vemos más claramente en la fotografía, pero que usted lleva escondida bajo el pañuelo negro.


No nos parece sin importancia. De hecho pensamos que se la hizo la víctima al defenderse.


¿Cómo?


¿Que usted era la víctima? Perdone mi manifestación de hilaridad, pero usted no es precisamente el cuerpo que yace en el piso de su cocina.


¿Perdón?


¡Pero sin nadie está hablando de amor! De odio, eso es odio.


Disculpe, para comprenderá que no es la primera persona que nos hace notar la semejanza.


¿No podría hablar más fuerte?


¿No? ¿Le duele la garganta?


Aún así ¿algo habrá hecho usted? ¿no?

04 agosto 2006

Interrogatorio

"Si lo ponemos así, señor juez, enamorarse es lo peor que le puede suceder a un ser humano".

...

"¿Cómo que no viene al caso? Claro que sí, le voy a explicar: el amor es un imperativo biológico, un mar de feromonas que nos hacen reaccionar hacia un individuo que resulta ser un par genético excelente para la reproducción, una atracción biológica que asegura la supervivencia de la especie".

...

"Bueno, que esa atracción, ese imperativo biológico, nos enceguece, nos impide ver los vacíos culturales, sociales y sicológicos que separan a esos dos mismos individuos que han decidido, no por efecto de la razón, unirse para reproducir la especie humana. Es por eso que se dice que el amor es ciego. Otros le llaman pasión. Si no hilamos fino, es lo mismo".

...

"¿A dónde quiero llegar? Que ese fue precisamente mi error, si se le puede llamar equivocación a la ciega atracción de feromonas, como quien dice me "enamoré ciegamente" de un par incompatible en todos los aspectos que no conciernen a la reproducción en sí misma. Lo mismo le sucedió a él. La eviednte consecuencia era el fracaso de la unión a largo plazo y la muerte de uno de los dos".

...

"Si usted tuviera que elegir ¿dejaría de vivir por la persona que le ha hecho pasar una buena temporada en el infierno?".

...

"Claro que no es algo que me pueda contestar aquí y ahora, pero piénselo".

...

"¿Después?"

...

"En el intertanto sucedió que yo no quería matarlo".

...

"Es cierto".

...

"Claro que tenía motivos para matarlo, pero surgió una nueva situación".

...

"Otro imperativo biológico..."

...

"No sé si puedo explicarme mejor".

...

"No. No era él, la "víctima" como usted dice. Él era el único canal de acceso al origen de mi nueva necesidad de reproducción".

...

"Así de simple: no quería matar a la gallina de los huevos de oro, pero al mismo tiempo no debía saber que ahora era eso: un puente. Eso me habría generado dependencia de su persona".

...

"¿Cómo dice usted?

12 julio 2006

Sesion

Se encontró a la “laucha” una noche en el teatro. Dijo que estaba completamente borracha y que tenía muchas ganas de culearla, pero que ella, al enterarse de que era pareja de la madre de su hija, no había querido; él insitió y le propuso un trío.

****

- ¿Cómo es él?
- Un imbécil, ya se lo he dicho tantas veces.
- Por favor...
- Bueno, digamos entonces que es un “enfermo mental”.
- Le pido que me lo describa físicamente...


****


- Yo soy un hombre hermoso, mírame, sano y cariñoso. Sí, cariñoso, aunque contigo no lo he demostrado. Yo puedo tener a las minas más preciosas. Parece contradictorio, mientras más pobre, más llamo la atención de esas mujeres, hoy mismo me podría haber acostado con tu amiga en vez de venir para acá, pero se asustó un poco al saber que yo era tu pareja.
- ¿Perdón? ¿yo? ¿tu pareja?
- Ya te arrepentirás, no quiero que vengas a molestarme cuando, por fin, esté con una de esas mujeres preciosas. No sabes la oportunidad que te estás perdiendo... ¿puedo jalar?
- No.
- Tonta, estúpida... ¿de dónde sacaste tantos prejuicios? ¿quién te crees para decirle a los otros lo que tienen que hacer? ¿crees que voy a dejar de jalar porque tú me lo pides?
- No. Lárgate. Fuera de aquí. Jala afuera.
- No, lo haré aquí, tú no me dices lo que tengo que hacer... ya te arrepentirás, todo lo que me has humillado... yo que puedo tener cualquier mina mucho mejor que tú...


****


- ¿Me lo puede describir físicamente?
- ¿Para qué?
- Para saber qué es lo que tiene que usted está dispuesta a todo, incluso a matar...
- ¿Qué dice, por favor?
- Vamos, soy su psicoanalista, la conozco muy bien...
- ...
- ...
- ¡Qué se yo! Será hermoso, como dice él.


****



Al abrir la puerta del departamento, surgió un olor nauseabundo, aunque un aroma a chocolote lo impregnaba a él, debe fumar puros, me encanta ese olor, esas manos grandes y esos labios enormes, no se ve muy limpio aquí, pero qué importa...

- ¿Qué quiere señora?
- Yo... yo... quiero que no me llames señora... ¿puedo pasar?

29 junio 2006

La analista

Salió de su consulta a las 9:35 y todavía le quedaba asistir al diplomado de las 22 horas. Los últimos pacientes, los padres del Nene, la habían dejado agotada. Se subió a su Fiat Palio rojo y tomó el camino inverso a la universidad. Por un día que no asista, no pasará nada pensó, pero dos cuadras más allá se arrepintió y enfiló por la autopista rápida hacia el campus ubicado en el barrio universitario. Bueno, al fin y al cabo, nadie me espera. A las 11:15 se retiró del aula y aceleró para alcanzar a llegar al supermercado de la esquina de su casa antes de que cerrara. En el estacionamiento, una camioneta negra la pasó a llevar cuando la analista retrocedía, ¡ten cuidado, guatona!, gritó el conductor, ay, qué malo eres con la pobre gordita, le reprochó su acompañante, debí haber venido caminando, así no me topo con imbéciles como éste y, de paso, adelgazo un poquito, aunque el yoga creo que basta. Adentro, no se pudo decidir por un vino blanco o uno tinto, los taninos me dan jaqueca, los blancos son para los ignorantes, pero saben mejor con los ostiones que llevo, desechó la cerveza de plano y optó por un par de botellas de blanco orgánico del valle central, año 2001, que dicen es la mejor cosecha de los últimos tiempos.

A las 12 de la noche tenía la mesa puesta para uno como si fueran dos, mantel azul, velas violetas, flores y copa de cristal. Escuchando a Evora comenzó la degustación de quesos y mariscos con el vino blanco y media botella después miraba fijamente la puerta, si por allí entrara mi amante ávido de sexo, me empujara en el pasillo, me abriera las piernas y me penetrara una y otra vez, pero detrás de la puerta, muchos kilómetros más allá no había nadie. Acabó la primera botella y fue a buscar la segunda. Me dijo gorda, no, no me lo dijo, pero me lo sugirió, la muy puta.

A la 1:30 escuchó un automóvil estacionarse. Se asomó por el balcón y reconoció al vecino del piso de arriba, un hombre de unos treinta años, alto y fornido, que vivía solo, y ¿si lo invito a pasar por un trago? No, quizás me diga que no y no soportaría un rechazo, empinó otra copa de vino mientras escuchaba los pasos en su piso, tal vez ahora él toque a mi puerta, pero pasó de largo y empinó la botella esta vez, a lo mejor debiera yo tomar la iniciativa, para eso las mujeres ahora tenemos poder de decidir ¿no?, la muy puta, decirme que estaba un poco deteriorada, qué se cree, agarró las llaves, salió y subió. En la mano izquierda llevaba la botella, en la derecha las llaves y se sostenía del pasamanos para no caer, las piernas estaba tan débiles ya, toco o no toco, sí toco, ya ahora, el hombre se demoró en abrir. Allí estaba, alto, mirándola, con una botella de agua mineral, esas manos, qué grandes, agarran la botella como si se estuviera masturbando, qué pene debe de tener, yo lo quiero, inconscientemente se pasó la lengua por los labios...

- Yo... yo... quería...
- Señora, ¿qué le pasa, señora? ¿quiere que la ayude?

01 junio 2006

Interrogatorio Nº 10

- Según el testigo, Paul... Wil...c...zoc, sí, Paul Wilczoc...

- Sí, Wilczoc, igual que el violinista...

- ¿Perdón?

- No, nada.

- Bueno, continúo: según el testigo, Paul Wilczoc, usted gritó que lo mataría.

- ¿A quién?

- A la víctima, claro está.

- Ah, sí, creo que eso grité.

- ¿Cree?

- Sí, creo, no lo recuerdo bien, pero no fue más que una manifestación de ira sin sustento en la realidad.

- ¿Estaba usted, entonces, furiosa?

- Iracunda.

- Y ebria, según este informe.

- Sí, ebria e iracunda

- Y afirma usted que, debido a su ebriedad, no recuerda con claridad lo que sucedió ¿no es así?

- Sí.

- Entonces, no recuerda lo que hizo después de gritarle que lo iba a matar.

- Sí, me fui a dormir.

- ¿No corrió usted a tomar un cuchillo que le había regalado el señor Paolo de la Villa Códice?

- No.

- ¿No recogió usted el cuchillo y corrió tras de la víctima y le dio una puñalada por la espalda?

- No. En todo caso se la habría dado de frente.

- ¡Ah! Entonces sí lo apuñaló.

- No.

- ¿Nos podría decir dónde está la víctima, entonces?

- ¡Qué se yo! Ojalá que muerto para siempre.

- Ya.

- ...

- ¿Y Wladimir Brayard?

- ¿Qué pasa con Wladimir?

- ¿No le sugirió el señor Wladimir Brayard que una fosa debajo del piso de la trampa de la escalera sería un mejor lugar para enterrar un cuerpo?

30 mayo 2006

Narrador: "El sexo, cuando no da vida, mata"

La señora P., tres hijos, divorciada, va camino de la sesión nº 39. Hace semanas que se le ha hecho insoportable enfrentar a su analista, pero persiste en el intento de que la terapia de un buen resultado. De pronto, al doblar una esquina, se encuentra a boca de jarro con un antiguo compañero sexual. Lo encuentra igual que hace tres años, pues la señora P. ya ha entrado en esa etapa de la vida en que los años pasan tan rápidamente que parecen no pasar.

- Te ves bien- le comenta mientras su interlocutor le presenta a su acompañante, un tipo un poco más bajo que su ex compañero, pero fibroso y con un buen par (no vaya a ser un trío) de musculosas piernas. Demás está decir que el ex amante la mira con lascivia.

- ¿Por qué no vamos a tu casa?

- Ya no ando en esos trotes,- le advierte ella, pero la visión de su analista la hace cambiar de opinión- aunque una cervecita no me haría mal.

Ya en casa se sientan los tres a conversar en la sala. La señora P. le muestra los arreglos que está haciendo en la cocina. El ex amante no hace más que alabarla a ella y su amigo, Paul, con la intención de que se deseen mutuamente. Ella no da signos de entender, por lo que le dice en un rincón de la casa:

- ¿No te gusta Paul? ¿No te gustaría tener sexo con los dos?

Ella sólo ríe.

Más tarde el alcohol y Paul han hecho lo suyo. La señora P., desnuda en el piso de la biblioteca, es penetrada por Paul, quien ofrece a su amigo la apertura de ella.

-No, cuando estoy ebrio no puedo, culéala tú no más.

La señora P. se enfurece.

- ¿Qué te pasa?- le grita- ¿Acaso te doy asco que no me quieres culear?

- Cálmate- interrumpe Paul.

Los senos de la señora P. comienzan a hincharse y enrojecerse. Se produce un incomprensible intercambio de gritos. Paul está al medio.

- ¡Te voy a matar! ¡Te juro que te voy a matar!

- Loca, loca, loca de remate...

- Por favor, calma, por favor...

- Vamos, Paul.

- Eso es, me traes a un hombre para quitármelo.

- Vamos, Paul. Dejemos a esta puta...

- Perdón, señora P.

- Antes que te lo lleves, te mato.

La señora P. corre a la cocina y toma el cuchillo para sushi que le regalo de la Villa Códice.

- ¡Te mato!- gritó.

29 mayo 2006

Sesión Nº 34

- Usted dirá.

- Bueno, quisiera pedirle perdón.

- ¿A qué viene esto?

- Pensé que estaba equivocada, no quise escucharla ni menos hablarle de usted. Soy muy egoísta y sólo me preocupa mi persona.

- Si usted lo dice, pero ya no sirve de nada pedir perdón.

- ¿No? ¿por qué?

- ¿Por qué habría de pedir perdón si ya hizo el daño?

- Bien, supongo porque existe la necesidad de manifestarle a la persona dañada que uno reconoce que hizo mal.

- ¡Qué estupidez!

- ¿Perdón?

- Nada... entonces, luego usted irá a la fosa cubierta y le pedirá perdón al cuerpo yacente.

- ...

- ¿O no?

- No sé, no entiendo.

- ¿Qué caso tendría? ¿No se da cuenta de que sigue siendo un asunto personal y no del otro? Un problema de conciencia.

- ...

- Pedir perdón sólo hace más liviana su culpa, pero no repara el daño en el otro ¿entiende ahora?

- Yo sólo quería pedirle perdón por tener sexo con usted sin que usted, realmente, quisiera.

- Ya no sirve.

- Y también quería pedirle perdón por no escucharla...

- Ya es inútil.

-... por querer hablar sólo de mí y no decirle lo que usted necesitaba escuchar en ese momento...

- ¿De qué sirve ahora?

- ¡Entiéndame!

- Para eso me paga, limitémos a sus problemas que no me incluyan.

- ¿Cómo le iba a decir que no si estaba tan ansiosa?

- Cállese.

- ¿Cómo no iba a desnudarla si usted se me lanzaba con las ropas abiertas?

- Por favor, cállese.

- Por supuesto que me equivoqué, pero no me di cuenta de mi error en ese momento, no podía pensar, estaba sobrepasada por la situación, por las mía y por la suya, usted también entienda. Además yo también estaba vunerable, caliente. Y la estimo...

- No siga con sus inútiles explicaciones.

- ¡Por favor! No podía decirle lo que pensaba de usted, habría sido más cruel, decirle que la encuentro una mujer tan deteriora...

- ...

- ¡Por favor, por favor, perdóneme! ¡No quise decirlo!

- ...

- Por favor...

- Váyase.

- ...

- ...

24 mayo 2006

Libreta de la analista

" A la señora P., en su desesperación por comprar la pala, el recuerdo de sus intenciones (ya instaladas en el inconsciente como se deduce de las advartencias que había hecho al padre de su hija) se hace dominante y se puede expresar de la siguiente forma:

- ¿Por qué te apresuras tanto en comprar una pala para cavar la fosa? ¿Tanto empeño tienes en ocultar un cuerpo en ella? ¡Criminal! ¡El castigo está cercano!

Este pensamiento no se hace consciente, claro; sin embargo, la señora P. utiliza este momento sicológico para aprovechar los escombros de las reparaciones de la calle para autocastigarse. Es así como ni siquiera extiende los brazos para protegerse el rostro y, además, el accidente fue una forma de expresar el deseo de liberarse de ella misma, testigo y cómplice de sus actos no realizados (aún). Más aún, las advertencias que había hecho al padre de su hija, tenían como único fin que el sujeto no se dañara antes de que ella pudiese llevar a cabo los cometidos que ocupaban su mente en esos instantes".

20 mayo 2006

Narrador: "Aquel que cava una fosa para otro cae él mismo en ella"

La señora, de clase media, tenía tres hijos y casa propia. En contra de su voluntad se había sometido a un tratamiento sicológico, pues consideraba que poseía la fuerza suficiente para adaptarse a la vida. En cierta ocasión, al atravesar una calle en reparaciones, tropezó con unas piedras y fue a dar de cara al muro de una casa, lo que le dejó el rostro completamente desfigurado. Durante la sesión, su analista le preguntó:

- ¿Pero cómo se ha caido usted de esa manera?

- Pues no lo sé... yo misma advertí muchas veces al padre de mi hija sobre los peligros de aquellos arreglos en la calle.

- ¿Nada más?

- Bueno, en ese momento vi una pala en la ferretería del frente y crucé sin pensar para ver el precio. Estaba interesada en comprar una nueva porque a la mía se le había quebrado el mango.

- ¿Pero cómo no miró dónde pisaba?

- No, fíjese usted. He llegado a creer que quizás haya sido un castigo por lo que iba pensando en ese momento.

- ¿Y en qué iba pensando?

Aquí la señora detiene sus confesiones. La analista sabe muy bien que iba pensando en reemplazar la pala del mango quebrado, por supuesto: necesitaba una nueva para seguir cavando la fosa en la cocina. Hace un par de anotaciones que le servirán más tarde para analizar las situaciones de autoagresiones, pero que de nada le servirán, cincuenta años después, al fiscal que investiga la aparición de los restos de un cuerpo humano en la demolición de una cuadra antigua de la ciudad.

19 mayo 2006

Sesión Nº 32

- Quédese tranquila, por favor.

- No puedo.




No puedo dejar de mover las manos, cosiendo, bordando, doblando papeles, pintando, cortando, tejiendo, tecleando, pegando cartones, enhebrando agujas, escarmenando lanas, haciendo trenzas, masturbándome a veces (ya muy escasamente), deshaciendo todo lo anterior para volver a empezar. No puedo leer, las manos se inquietan y la vista se cansa. Puedo ver televisión sólo si estoy haciendo otra cosa que me impide mirar la pantalla de fijo (generalmente unos palillos en las manos).



- Me dijo que parecía una anciana, la "abuelita Pita", dijo literal.

- Y usted ¿qué hizo?

- Nada. Me sentí muy mal y pensé que así nunca me iba a excitar.

- ¿Cómo?

- ¿Usted se excitaría con un hombre que le dice "abuelita Pita"?

- Bueno, estamos hablando de usted.

- Ya lo sé. Quería saber qué pensaba.


No puedo dejar de mover las manos, con furia raspaba los muslos entre las piernas y en el culo, más fuerte, la piel enrojecida, casi quemada. El espejo era (es) implacable. El tiempo lo es. Mucha carne, pensé. Muchas toxinas, pensé además. Un porcentaje de grasa excesivo. Nada de alcohol, por favor. Los límites se pierden, se borran, desaparecen hasta olvidar esas piernas. Más fuerte, más rojo. Me imaginé el culo en su cara. Era patético. Tapé todo con un buen par de medias apretadas, de malla, como si mi cadáver fuese a verse mejor, más atractivo, más sexy, enmallado en un par de pantis.



- Y usted ¿qué piensa de mi?

- Creí que estábamos hablando de mi.

- Sí, pero me gustaría saber su opinión sobre... usted sabe... nuestro encuentro... yo... mi cuerpo.

- Dijimos que no volveríamos a hablar sobre aquello, que era asunto olvidado.

- No lo es.

- ¿No?

- No la puedo perdonar.

- ¿Usted no me puede perdonar?

- Por no haberme dicho que no, por haberme dejado exponer de esa forma, por ayudarme a desvestir, dejar mi cuerpo al descubierto, por besarme, por tocarme, por dejar en evidencia mi calentura. No la puedo perdonar por no haberme rechazado.

- Bueno, no sé qué decirle.

- Dígame lo que piensa de mi.




No puedo dejar de mover las manos, mientras más adentro las meto buscando una pared, menos encuentro, los dedos se pierden en un mar de fluidos, los vellos se enredadan en los nudillos, las adiposidades de las piernas cuelgan, el vientre se desparrama hacia los costados, dónde está el fin, dónde la contención, no puedo dejar de mover las manos porque ella me pide más, si tuviera un pene, pienso, pero si tuviera un pene ¿qué haría con él? ¿se lo metería? ¿sería suficiente? ¿se me pararía? si tuviera un consolador, pienso, si me hubiese fabricado un pene de arcilla, con las venas marcadas, como las de él, pero si me hubiese fabricado un pene de arcilla, no lo andaría trayendo en la cartera, tendría, además que haber sido muy grande, no puedo dejar de mover las manos, quizás logre que tenga un orgasmo y la dejo feliz.



- ¿Sabe? No me gusta hablar de otra persona que no sea yo misma.

- ¿No me va a decir lo que piensa de mi, entonces?

- No.

- ¿Nada?

- No.

- Muy bien, entonces dígame como se siente usted en relación a mi persona.

06 mayo 2006

Sesión Nº 25

Un cuerpo. Un cuerpo cualquiera. Da lo mismo.


- Esto ya se lo conté.

- No.

- Sí, estoy segura.

- Quizás pensó contármelo, pero no lo hizo.

- Bueno, entonces lo repito.

- Sí, claro.

- En fin. Pensé que si cavaba un hoyo en la casa y enterraba ciertos artículos que odio, me recuperaría de ese odio.

- ¿Por qué no botarlos a la basura simplemente?

- Usted sabe que no es lo mismo. Pensé que pasarían los años, que me olvidaría, me cambiaría de casa y un día, al ser demolida, otros encontrarían esos objetos malditos, con apenas la curiosidad de mirarlos antes de desprenderse de ellos.

- ¿Y por qué no un cuerpo?

- No podría vivir sabiendo que el cuerpo está allí enterrado. Sería una maldición aún mayor.

- ¿El cuerpo?

- Bueno, quiero decir un cuerpo, un cuerpo cualquiera. Esto es impensable.

29 abril 2006

Interrogatorio Nº 8

- A ver, volvamos al tema de la fosa...

- ¿Qué fosa?

- La que se cavó en el piso de la cocina de su casa.

- Ah, otra vez...

- Señora, por favor.

- Disculpe, su señoría.

- ¿Con qué objeto cavó esa fosa?

- Ese "hoyo" lo hice para enterrar algunos objetos que quería "olvidar".

- ¿Como un cuerpo, por ejemplo?

- No, señor, como fotografías, pinturas, esculturas, ropa, las dedicatorias de algunos libros, cartas...

- Pero terminó enterrando un cuerpo.

- ...

25 abril 2006

Sesión Nº 30

- ¿Quisiera hablar de algo en particular?

- No. ¿Y usted?

- No. Es usted la que debe hablar.

- Por una vez, podría hacerlo usted... ¿no tiene nada que decirme?

- No.




Estaba ebria de deseo. Es literal. No, no es una metáfora. Ebria, tambaleante, la boca temblorosa. Apenas se atrevió a dar el primer beso y se abrió de piernas cuanto pudo. La penetré. Era inmensa, ancha, una bolsa. Sentí miedo, mucho miedo ¿acaso yo era así por dentro? La besé otra vez porque la quiero mucho. La acaricié. Mucho. La contemplé. Aunque no me gustaba, no me causaba repulsión como los hombres, con sus penes erectos oliendo a orines del día, empujando el rostro para saciarse en la boca. La abracé fuerte, pero sólo quería ser penetrada y yo no podía satisfacerla con mis dedos ni menos con mi lengua. Hacía lo que podía, buscaba algún objeto sustituto entre los muebles. De pronto sonó el teléfono. La sesión había terminado hace rato. Afuera esperaban.

- Esto no debió haber sucedido- me dijo.

- ¿No?

- Lo siento, le pido disculpas, he abusado de usted.

- No.



- ¿Todavía sigue sin deseo sexual?

- Sí. Me lo paso haciendo origamis, tejiendo y bordando.

- ¿No siente excitanción frente a nadie?

- Bueno... realmente no.

- ¿No será que está vacía?

- ¿Cómo?

- ¿Que no ama a nadie?

- ¿No dijo que iba a callar esta vez?




Le dije a Wladimir que tenía miedo de ser tan ancha que un pene se perdiera en mis entrañas. me dijo que no podía ser. Le dije que lo había experimentado, que había penetrado una vagina hueca. Quizás eso también me había sucedido a mí después de los partos.

- ¿No podríamos hacer una prueba de tipo científico?

- ¿Cómo?

- ¿Podrías meterme los dedos para verifcar cuán ancha soy?

- ¿Sin excitación?

- Sí, como un médico. Te lo pido a ti por tu objetividad, comprenderás que si se lo pido a uno de mis amantes, no me dirían la verdad.

- Bueno. Probemos.

- ¿Me juras decirme la verdad aunque parezca un océano sin agua?

Fuimos al baño. Me subí la falda, me bajé los calzones, apoyada contra el muro, me metió uno o dos dedos. Me dijo que estaba apretada. Por supuesto, no le creí: es mi amigo.


- ¿No ama a nadie? ¿Está vacía? ¿Perdió las ilusiones? ¿Se ha dejado llevar por los intereses? ¿Se justifica en una vida más tranquila?

- ¿Es necesario dar explicaciones?

- No. Salta a la vista. Su corazón ya no bombea sangre. Es como un océano sin agua. Usted lo dijo.

03 abril 2006

Sesión Nº 29

El lugar era extrañamente pastel, matices de café con leche, cortinas beige con guardas vainilla y lúcuma, una planta moribunda al lado de una ventana que, probablemente, daba a un balcón cerrado. Mi sillón era cómodo. El de ella era ostentoso, de cuero, café también, acolchado. Detrás, un cuadro enmarcando un afiche de un estilo que podría adivinarse impresionista: más tonos pastel, un paisaje de flores, un sombrero que dejaba ver el rostro de un mujer feliz. Movió el lápiz dorado sobre el papel de roneo cuadriculado.

- Bueno, quiero que hablemos de sexo- me dijo.

- ¿De sexo?

- De su sexualidad.

- ¿De la mía?

- Sí, claro ¿de quién pensaba?

-...

- Vamos, siéntase en la libertad de comenzar por donde quiera.

-...

-...

-...

- Y ¿bueno?

- No sé por dónde empezar.

- Está bien. ¿Le gustaría empezar por el final?

- ¿Cuál final?

- El último tiempo, ¿cómo se ha sentido?




Hace unos días, el Gitano me convidó a unas cervezas en la noche. Ésa es una vieja estrategia que todos, alguna vez, han practicado. Un par de copas en el cuerpo y la calentura se desenfrenaba. "La autodestrucción", me dijo una amiga evocando una relación en el baño del tren. Lo encontré excitante, aunque no me excitaba... ahora. A los veintiún años, yo también lo hice, pero no en el baño, sino en las puertas abiertas entre dos vagones, sintiendo el viento helado recorrerme mientras un sujeto, que también conocí en el bar, lamía mi vagina. Por supuesto que podría haberme caido del tren o contagiarme alguna enfermedad sexual. Eso temía mi amiga. "No te lamentes", le dije, "ya pasó". "Yo, en cambio" agregué, "he aprendido a sublimar". Sin embargo, era yo quien ahora lo lamentaba, más allá de los peligros, de la irresponsabilidad, deseé no haber aprendido a dirigir mi energía sexual para otros lados, como si fuera un globo lleno de agua que cae en un cactazal. Hace tiempo que la cerveza no hace lo suyo.

- Ya no soy la mina caliente que conociste- le advertí cuando sólo sentía sueño.

- Nunca lo fuiste.

- ¿No? ¿Y por qué me lo decías?

- No había conocido otras mujeres.

- Yo pensé que era insaciable.

- Pues, no.




- No he sentido nada.

- ¿Nada?

- ...

- ¿Nada?

- No quisiera decirlo, pero he sentido desagrado. No puedo hacer el amor, no puedo tener relaciones placenteras... como antes... quisiera que no me importara... como antes.

- ¿Qué no le importaba antes?

- Gozar... No sé.

- ...

Recordé su cuerpo erguido sobre el mío, yo entre sus piernas, él masturbándose, yo tratando de agarrar su pene con mi boca, el espejo sujeto con unas cintas en el televisor frente a la cama, los anillos negros en nuestras manos, mi cuerpo extendido, bella, insaciable para él. Me excité.

- Ahora hay cosas que me dan asco, como chupar un pene.

- ¿Siempre le da asco?

- No.

- ¿Qué quiesiera hacer?

- Masturbarme.

- ¿Ahora?

- ...

- ¿Conmigo?

- ¿Puedo?

29 marzo 2006

Interrogatorio Nº 5

- Volvamos sobre el tema de los posibles cómplices. ¿Con quién se encontraba la semana del 13 al 18 de mayo, cuando fue levantado el piso?

- Con mi marido.

- ¿Cuál de los dos?

- ¿Cómo cuál de los dos?

- Cito:

"Lo que yo necesito son dos maridos, uno más cerca que el otro, pero ambos fuera de mi casa. Sucede que el primero tiene tendencia al mal trato, aún deseando lo contrario, pero posee los ingresos necesarios para, en su constante plan de conquista, sostener a mi familia, los colegios de los niños, las comidas fuera de casa, el cine, el teatro, los arreglos de la casa, de manera que puedo trabajar sin presiones y educar a mis criaturas. Parece ideal, salvo la tendencia que mencioné más arriba. En cuanto se siente seguro de que su conquista está siendo existosa, comienza con pequeños comentarios como el siguiente:

- Oye, F...ita, ¿por qué note sacas los bigotes?

Una vez acomodado en mi cama, ya no tendría pudor de decirme, como cierta vez lo hizo:

- ¡Cómo vas a subir ese cerro si pareces una vaca!

Por el contrario, el segundo, que está aún más lejos, cuyos viajes se hacen cada vez espaciados, tiene la virtud de tratarme, siempre, como si fuera la mujer más hermosa y deseable que se le ha cruzado en la vida. Y si yo llegara a mencionarle mi bigote, me diría:

- Eres tan hermosa que nada te puede opacar.

Tiene la edad y la paciencia para pasarse horas peinándome y acariciándome... en definitiva, cualquier cosa que necesite o le pida, le parece poco para complacerme.

He llegado a combinar perfectamente las estadías de ambos en mi casa y, como se ve, a estas alturas, me sería imposible vivir sin alguno de ellos. Una semana el primero, otra semana el segundo, otra sola y la última sigue siendo un resabio de los espacios que abrió un desgraciado que prefiero no mencionar"

- Yo jamás he dicho eso, señor.

- ¿Está segura?

- Segura de que no he dicho nada semejante.

- Puede ser que no lo haya dicho, pero no puede negar que acaba de escribirlo en su blog.

- ...

- De manera que ¿con quién se encontraba la semana del 13 al 18 de mayo?

- Con mi marido número dos.

- ¿Puede ser más precisa?

- Con Paolo de la Villa Códice.

- Entiendo, según su escrito, que el señor Paolo de la Villa Códice no vive en esta ciudad.

- No, señor. Vive en Buenos Aires.

- ¿Qué hacía el señor Paolo de la Villa Códice en su casa durante la semana del 13 al 18 de mayo?

- Vino con el objetivo de terminar la remodelación de la casa, particularmente la cocina.

- ¿A levantar el piso de la cocina?

- Entre otras cosas.

- ¿Estaba el señor Paolo de la Villa Códice el día que usted efectuó el llamado urgente al hombre en cuestión?

- No.

- ¿Se fue sin terminar la remodelacióny sin encementar el piso?

- Sí.

- ¿Por qué? ¿No debería haber terminado lo que había empezado?

- En fin... le tocaba venir a mi marido número uno.

- ¿Y usted efectuó el llamado entre ambas visitas?

- Efectivamente.

- Por lo que podemos suponer que su marido número uno le ayudó a encementar, con urgencia, el piso de la cocina después de la visita del que, también podemos suponer, usted llama "un desgraciado" en su post.

- Ajá.

- ¿Perdón? ¿Puede responder con claridad a la pregunta que le acabo de hacer?

- Sí.

- Sí ¿qué?

- Sí, señor.

- Sí, señor ¿qué?

- Sí, señor: mi marido número uno me compró los materiales para encementar el piso de la cocina, pero el trabajo lo hice yo sola.

21 marzo 2006

Interrogatorio Nº 11

Por aquellos días estábamos remodelando la planta baja de la casa. El piso de la cocina estaba levantado con el objeto de aplicar cemento y luego, sobre él, las cerámicas blancas y negras que ya había comprado. Cierta tarde, sin que nadie lo supiera, hice un llamado. Era mi secreto estúpido. Me avergonzaba mi propia debilidad e inconsecuencia. A las veintitrés horas, puntual, sonó el timbre. Entró mostrándome su figura.

- ¿Cómo estoy?
- No sé. Dímelo tú.
- ¿No te parece que tengo la figura de un atleta olímpico?
- Pues...
- ¿O me encuentras muy flaco?
- ...
- Ciertamente estoy muy flaco, casi no me alimento, pero observa la tonicidad de mis músculos, la fibra que compone mi cuerpo, pura fibra, algo que muy pocos pueden decir a mi edad, sobre todo tus amigos, esos amantes de mala muerte, o algunos al borde de la muerte, que dices que te gustan...



- Señora- me interrumpió- Esos detalles son irrelevantes para el proceso.

- ¿Usted cree? ¿No puede acaso hacerse la idea de lo desquiciado que estaba?

- ¿Quién?

- El sujeto en cuestión.

- ¿O usted?
-...

- Por favor responda lo que se le pregunta. Ahora, dígame, si usted dice que no fue premeditado...

- No fue conscientemente premeditado, por lo menos.

- No me interrumpa, por favor. Si no fue premeditado, como usted asevera, cómo puede explicar que en su casa hubiese drogas que usted utilizó para hacerlo dormir y cómo explica que lo haya llamado justo cuando el piso de la cocina estaba levantado.

- Bueno, claro, yo jamás tengo ninguna clase de drogas en mi casa, pero unos días atrás tuve que llamar a la niñera para poder asistir a una reunión. Ella, que hace poco fue operada de un tumor y que, debido precisamente a esto, estaba angustiada y ya casi no dormía, trajo sus calmantes y somníferos.

- ¿Usted contrató a una niñera con problemas sicológicos?

- No, simplemente estaba "estresada" por su operación y, además, era una emergencia, no tenía con quién dejar a los niños.

- De manera que esas drogas quedaron en su casa "accidentalmente".

- Así es.

- Justo unos días antes de que usted tuviera la imperiosa necesidad de hacer ese llamado.

- Así es.

- En momentos en que el piso de la cocina de su casa estaba levantado.

- Sí.

- ¿No le parecen demasiadas coincidencias?

- No.

- ¿Usted pretende que le creamos?

- Sí.



Del otro lado de la pared aún escuchaba ciertas zalamerías. Me había dicho, entre medio de ellas, "tráeme un gin-tónic". Me levanté sin expresión y me fui a la cocina. Apoyada sobre un mesón lleno de polvo, pensé "dios mío, ¿en qué estaría? ¿cómo me libro de esta condena?". Entonces, al mirar la cajonera del mueble, recordé las drogas de la niñera. Luego, rocé el cuchillo que había adquirido para mi nueva afición al sushi. Me llegó (o despertó) el aroma a tierra húmeda bajo mis pies. Abrí el cajón y tomé las cápsulas. Le grité desde la cocina "¿lo quieres con limón y hielo?".



-
Sin embargo, ¿cómo es posible que usted describa esta misma escena en su blog aún antes de hacer aquella llamada, incluso antes de que tuviera que asistir a la mentada reunión para la que, más tarde, tuvo que llamar a la niñera deprimida que traería las drogas y, sobre todo, con bastante antelación al arreglo de la cocina para el que, según me informa un arquitecto, no era necesario levantar el piso de baldosas y dejar la tierra a la vista?

- Eso era pura fantasía. Llámelo terapia, si quiere.

- Exactamente, eso es exactamente lo que escribió el 21 de marzo, con varios meses de anticipación. Ahora, si leemos el "post" del 6 de abril... ¿todavía quiere que creamos que todo fue una coincidencia, un acto sin premeditación?

- Sí. Bueno, no sé...

-¿Qué es lo que quiere, señora?

-...

- ¿Qué es lo que quiere?

12 marzo 2006

Sesión Nº51

Solía escuchar los pasos de goma avanzar por el pasillo de parqué. No puedo explicar la razón exacta, racional o irracional, pero me sentía profundamente culpable, me escondía en mi cuarto, pero como no podía permanecer allí todo el día, al final optaba por tomar unos pañales de género, dos o tres, cubrírmelos con un calzón de goma y vestirme con un camisón largo y grueso.

- Entonces, usted comprenderá mejor que muchas personas el dolor y el daño que eso puede provocar en la vida de una niña de ahí en adelante.

- Claro que sí- le contesté al siquiatra- Y me parece que muchas veces es irreversible, sobre todo cuando uno no tiene el valor de enfrentarlo, verbalizarlo y declararse una víctima del abuso.

- Pero usted ha tenido el valor...- agregó.

- Creo que sí y desde el primer momento en que se lo dije a otra persona comencé a sentir que la culpa se disipaba, aunque, sin embargo, hasta que nació mi primer hijo, creo que todavía mi vida era una ruina autodestruida sólo por ese hecho.

- Quizás, entonces, los hijos son una oportunidad para recomenzar la vida, la oportunidad de sanar heridas en pos de la crianza de seres humanos que lleguen a ser generosos y sanos.

- Sí...

- Luego ¿usted permitiría que alguien arruinase la vida de su hija sólo porque no escucha sus propias advertencias interiores e, incluso, la de otras personas?

- Eh... Es que no estoy segura.

- ¿No siente que ha sido suficientemente dañada?

- Sí, pero he llegado a un punto que ya no escucho ni las más estentóreas palabras en mi contra.

- ¿Esas palabras no la dañan ya?

- No.

- Y ¿qué es lo único que la podría dañar?

- ...

- ¿Acaso que dañen a sus hijos, particularmente a su hija?

- Sí- me ahogué con mi saliva.

- Si alguien la odia a usted ¿acaso no podría, conciente o inconcientemente, dañar a su hija para hacerla sufrir a usted?

- Sería de una maldad absoluta, pero creo que sí...

- ¿Ha observado la risa y la mirada de su hija?

- Claro, es brillante, transaparente, cristalina, como esos cristales de las lámparas antiguas cuando chocaban entre sí.

- Eso, si usted no la cuida, se puede acabar de un día para otro, para toda la vida, como le sucedió a ustedi ¿no es su responsabilidad cuidarla? Si algo le sucediera, usted sería la única culpable, no puede decir que no fue advertida, como lo fue en tantas otras cosas y se equivocó igual.

-...

- Ella, escúchelo bien, ahora que está mejor, es el único lado vulnerable que tiene, pero si le pasara algo, no sólo se arruinaría su vida, sino la suya otra vez, no lo resistiría ¿entiende?

- Sí.

- ¿Lo va a pensar?

- Sí.


Entonces el hombe me preguntó qué diablos llevaba debajo del camisón mientras metía su mano entre las piernas. Creo que lo único que deseé en ese momento fue no tener cuerpo, desaparecer, quitar la carne de por medio, ser el pañal que quedaba desprendido y correr, correr tan lejos, donde mi padre, estirando su brazo desde lo alto, porque allí me habían dicho que estaba, desde un avión probablemente, pudiera recogerme.

08 marzo 2006

Sesión Nº 20

Estaba a mi lado en el café y, sin embargo, no recuerdo su rostro. Sobre la mesa y bajo sus manos, tenía una colección de pequeños libros ilustrados sobre gatos.

Recuerdo:

- 30 años aproximadamente
- estatura media
- pelo largo bajo los hombros, liso y castaño
- delgada

El siquiatra me dijo que si acaso no me estaba describiendo a mi misma.

- No, señor- le dije- Estoy segura de que era otra, estaba a mi lado.
- ¿No habría un espejo?- insistió suspicaz.
- ¿Cree que estoy loca? No, le digo que era otra que estaba mi lado y, además, no se parecía en nada a mi.
- ¿Por qué?
- Bueno, no sé, qué se yo, no le vi el rostro, pero seguramente sus facciones eran muy diferentes.
- ¿Cómo puede ser que estando a su lado no haya visto su rostro?
- A pesar de que dibujo, soy muy mala fisonomista. Además, estaba más concentrada en mi hija pequeña, que lloraba, volcaba la leche sobre los libros e insistía en leer los suyos mientras los adultos trataban de conversar.

Era cierto. Quizás ella tenía el pelo sobre el rostro, pero por alguna razón, si es que lo ví, ya no lo recuerdo.

- ¿Qué lleva ahí?
- Unos libros.
- ¿Sobre qué?
- Sobre gatos.
- Y usted insiste en que no era un espejo.
- ¡Por favor! Es mera coincidencia, después de todo, si lo analiza con cuidado, son todas características que la mayoría de la gente comparte.

Más tarde me fui. Desde el otro lado de la biblioteca, ya no la veía, pero si veía a uno de los hombres muy ocupado en mirarla. Le hice señas. No me vio. Le volví a hacer señas. Tampoco. En ese momento sentí mucha rabia porque la miraba con tanta atención.

- ¿Por qué?
- Porque había quedado de llevarme a casa y no hacía sino contemplarla.
- ¿Entonces se fue?
- Sí, tomé mis cosas y a la niña.
- Y pensó en matarla.
- No. En matarlo a él.
- Y ¿qué salió mal?
- No sé.

04 marzo 2006

En las noches

Al anochecer suelo pensar en la muerte, cómo voy envejeciendo y acercando mis pies a la tumba sin saber qué es lo que he hecho y cómo he vivido. También pienso en las soluciones a problemas muy prácticos, que son los más, el almuerzo del día siguiente, la pintura pendiente, el trozo de madera que falta para terminar la puerta, los textos para el libro, toda una variada gama de tareas pendientes que ocupan el día sin pensar en el mañana. Tal cual. O recuerdo algún amante, la figura de S. de pie masturbándose, Nir en la escalera mientras me desmayo, el Negro persiguiéndome, imágenes por el estilo.

Pablo, a mi lado en la cama, me pregunta:

- ¿Qué quieres?
- No sé. Nada. No quiero nada.

Se desilusiona. Sé que espera que le diga que deseo vivir una vida entera con él, en Buenos Aires, en Santiago, en Valparaíso, como cuando me gustaba soñar en voz alta que nos íbamos a Colonia de Sacramento. Me corrijo:

-Es decir, lo que quisiera no es lo que quiero.
- ¿Y cuál es la diferencia?
- Que lo quiero es aquello que estoy segura que puedo materializar, como reformar la cocina del primer piso, pero lo que quisiera es todo lo demás, todo aquello que me gustaría que sucediera, pero que es poco probable que ocurra, como que desaparezca S. de mi vida o que pudiese vivir una vida nueva y reluciente contigo.
- Tal vez es poco probable, pero posible.
- Ahora yo no sé cuál es la diferencia.
- No importa. Sé que lo sabes.

Más tarde no podemos hacer el amor. Pablo piensa en lo que no dije y se entristece. Lo acaricio y le propongo:

- ¿Te parece que mañana hagamos una cena de despedida en la terraza y olvidemos estos temas?
- Sí, claro, me encantaría.

Apago las velas antes de dormir. Todavía me queda tiempo para pensar que una fotografía en un marco rojo mandarín se vería muy bien en el nuevo ventanal blanco que estamos arreglando. Dos fotografías, en realidad, una de la Paz y otra de Fernando. Y un futón... y un macetero cuadrado y blanco con un ficus... y una alfombra...

03 marzo 2006

El metro

El metro es mi lugar de pensamiento por excelencia, no hago más que subirme a uno de sus vagones cuando mi mente se abstrae de todos los conflictos para concentrarse en sofismas y paradojas, incluso si llevo un libro u hojeo el pasquín, cualquier frase se detiene en el tiempo eterno del ruido incesante del tren (incluso si mi hijo me habla, porque no lo escucho, incluso si voy con Paz, porque ya me acostumbré a que se tire al suelo y protegerla de un eventual pisotón es un acto completamente mecánico a estas alturas).

¿Le pasará a muchas personas esto cuando van encerradas en el túnel sin más posibilidad de observar a (y ser observado por) los vecinos? ¿U otros aprovecharán la ocasión para disfrutar la diversidad humana en sus proporciones físicas (o quizás también sus expresiones sicológicas)? (Un amigo miraba a las mujeres, o ciertas zonas de la mujeres en el metro, con el exclusivo propósito de excitarse y masturbarse más tarde).

Y claro, ya estoy de vuelta en el tren subterráneo, rutina que había olvidado por completo durante las vacaciones escolares y, tal vez por ello también, hubiese perdido la costumbre de reflexionar sobre asuntos sin importancia o, mirado de otro punto de vista, tan importantes que no tienen respuesta y ocupan el vacío del vagón lleno.

26 febrero 2006

Trizas

Sucedió así:

S. viene a nuestro último encuentro donde yo pretendo rechazar su propuesta de matrimonio sin entar en explicaciones que, creo, es incapaz de comprender ahora (es decir, ni siquiera de querer escuchar). Es ese día en que me ofrece sexo, drogas y placer y en que trata de convencerme de consumir cocaína. A los dos días se va a Valdivia con una amiga (mientras me decía que los engaños se debían acabar, intentaba engañarme diciendo que esta amiga era la novia de otro). No sólo en el blog me dijeron que debía dejarlo, muchas otra voces me decían lo mismo, incluso una interior mía. Ya ni siquiera se trataba de un problema de "amor". S., entre otra cosas, me dijo que mi accidente era un castigo divino por quitarle la posibilidad de llevar a su hija en bicicleta. No pude negar que en esa expresión, la de "castigo divino", había un horroroso placer de su parte. Por otro lado, que la imagen quese había construido sobre mi era totalmente equivocada y servicial a sus propósitos (en el convencimiento de que soy una mujer sexualmente insaciable, me ofreció el pene de sus amigos, los labios de sus amigas, sin nunca querer escuchar mis verdaderso anhelos).

Así que llamó Pablo de Buenos Aires y le dije que sí, que lo esperaba... Y vino, nos fuimos unos días a la cordillera con los niños. Son aquellos días felices, pero tristes, pero felices, pero tristes...

Y S. llamó varios días y una mañana contesté.

- Mi amor, te quiero ver inmediatamente, quiero hacer el amor contigo ahora...- me dijo.
- No puedo, la verdad es que en este momento estoy con mi novio argentino.

En ese momento me amenazó que estaba muy jalado, que seguiría drogándose hasta matarse, o matar a Pablo, me dijo (otra vez) que era una puta que "chupaba el pico" por plata, que me odiaría toda la vida, que jamás me perdonaría, que me amaba y que yo no era más que una puta. No le dije nada. Llamó varias veces en el día, completamente drogado, hasta que desesperado se fue a la casa de sus padres.

Hablé con la madre por asuntos prácticos, como los días y horarios de visitas de la Paz.

Sin embargo, a pesar de la felicidad, de la tranquilidad que me da Pablo, la que siempre me ha dado, no pude dejar de pensar en S. Ciertamente hubiese corrido a abrazarlo y hacer el amor con él si de algo hubiera servido.

Hoy fui a dejar a la Paz a la casa de sus abuelos en la mañana, temprano. S, salió a recibirla. No me miró, no me saludó, no me habló y me cerró la reja en las narices a modo de despedida. Me quedé mirándolo cómo entraba en la casa y me fui.

Sentí rabia, aunque sabía que no debía sentirla. Después quise llorar. Luego, otra vez, deseé escapar lejos, muy lejos y, finalmente, vi cómo, a pesar de todo, la vida se hace trizas.

25 febrero 2006

Me amenazó con matarse y dije "no".
Me amenazo con matar a Pablo, mi novio argentino, y dije "no".
Lloró diciendo que lo salvara y dije "no".
Me gritó "puta" y dije "no".
Me dijo con rencor "pensé que eras la mujer que me amaba... jamás te voy a perdonar si no vienes inmediatamente a hacer el amor conmigo" y dije "no".

Supongo que nunca adivinará el dolor que sentí cada vez que dije "no" y también supongo que nunca sabrá que lo que lanzó era cierto, que lo amo, aunque diga "no".

17 febrero 2006

No más poetas, por favor.

Tengo que seleccionar lecturas para un texto escolar de lenguaje y comunicación de sexto básico. He definido, con el propósito de ordenarme en la búsqueda, cuatro grandes temas, un poco orientada por el programa del Ministerio de Educación. Entonces pienso por qué nunca, de niña, leí las lecturas que se incluían en estos manuales, en qué fallaban que a uno le daba fastidio el sólo verlos ¿eran los textos seleccionados o el mero hecho de que estuviesen en un libro escolar y, por eso, fueran "obligatorios"? ¿o acaso los profesores del ramo? ¿en quién debo pensar: en los evaluadores del Ministerio, en los profesores, en los niños? Un amigo, profesor, me decía que si un docente se sentía "desafiado" por el texto, por ejemplo que suscitara preguntas difíciles de responder, sería inmediatamente desechado.

El año pasado no ganamos la licitación. No puedo asegurarlo, pero después de leer el programa ministerial, creo saber la razón: el manual sólo contenía textos literarios y, desde hace un tiempo, el enfoque de la educación es muy diferente, no interesa que los niños aprendan sobre literatura o que lean literatura, no, el objetivo es más tecnocrático, interesa que los ciudadados de este país, después de fracasar rotundamente en pruebas de medición, como PISA, "comprendan" lo que leen, es decir, que sepan seguir las intrucciones de un manual sin equivocarse, por ejemplo; por lo tanto, un texto de lenguaje y comunicación no es, como nosotros lo concebimos, un libro de "castellano", sino de todos los lenguajes. Así, el manual escolar, debe necesariamente incluir, además de diversos géneros literarios, textos periodísticos, instructivos, notas científicas, señalética, textos técnicos, publicidad, etc.

No podría, en este momento, entregar ningún juicio acerca de los objetivos de la educación porque, primero que nada, no soy una experta, pero adhiero firmemente, casi por intuición, a lo que un académico decía el otro día: ya no esperen más que en Chile vuelvan a salir grandes poetas de pequeños poblados, ya no habrá ni Nerudas ni Parras ni Mistrales (pero, no se preocupen, quizás seamos tan buenos "comprensores de lectura" que prodremos seguir luciendo -y leyendo- cifras macroeconómicas admirables).

Y en eso estoy... ¡ja!

13 febrero 2006

La loca del lado

Este es un barrio donde viven principalmente viejos, de esos tan viejos que vivieron la época de gloria del sector, cuando en la Plaza Brasil se paseaban los ruciecitos de la clase alta de Santiago; de inmigrantes, colombianos, ecuatorianos, bolivianos y, sobre todo, peruanos; y de artistas variopintos, escultores, pintores, escritores, alguna figura de telvisión y cine. Los más viejos tienen la costumbre de mantener sus narices pegadas a las ventanas para escandalizar a una mente bastante reprimida, los emigrantes tienen la costumbre hacer todo en la calle, desde el romance hasta las más furiosas peleas y los artistas la costumbre de no salir de sus casas. Por supuesto, son los viejos los que mantienen un eficiente sistema de "chusmeo". En mi cuadra funciona de la siguiente manera: el cuidador de autos, quien llega a las ocho de la mañana y se va a las ocho de la noche, cumple una extensa jornada de observación de todos los movimientos. Aparentemente sólo saluda y habla con sus amigos de chusmeo, el taxista de la estación del metro, el dueño de una de las pensiones (o conventillo) de la cuadra y la vieja loca de mi vecina. Y ésta última, junto con otra voz de ratón, se encargan de analizar y difundir los hechos acaecidos, utlizando como centro de difusión el negocio de la esquina. A la vieja loca de mi vecina, quienes la estiman, la llaman Conchita. Tiene la manía de hacerse peinados raros, se ha teñido el cabello rosado, naranja zanahoria, rubio blanco y no es nada raro verla en la puerta de su casa conversando con sus informantes en camisa de dormir o bata o con una toalla. Ella además se siente con la responsabilidad de "mantener el orden" de la cuadra, de manera que recurre con pasmante frecuencia al uso de la fuerza pública, es decir, de los carabineros, incluso si es un saxo tocando Summertime. No nos hablamos, evidente, por años hemos tenido los más desagrables disgustos porque nuestras casas están unidas por un patio de luz tan alto que funciona a modo de amplificador y porque, hace ya varios años, cuando yo era una joven sin hijos, ciertamente las fiestas con escándalo se sucedían semana tras semana, lo que significaba tener a los carabineros casi apostados en mi puerta. Más de una vez me tiró un cenicero o me gritó "puta-que-no-tienes-donde-caerte-muerta" o daba completos informes al Gitano cuando llegaba del Sur (y como el Gitano es un tipo paciente, todavía se los da); sin embargo, eso pasó y en apariencia se empezó a aburrir, aunque a veces durante el verano, cuando duermo una siesta con la ventana del patio abierta, escucho:

"Allí se había quedado la loca del lado, afuera de la casa con los dos niños"

o

"Parece que salió, no se escucha ningún ruido ¿vió lo ridícula que se veía el otro día?"

o

"Ahí anda ahora con los dos lachos, uno detracito del otro..."

Pero hoy me desperté con su voz y la de la vieja laucha con:

- Claro, si parece un cabaret...
- Eso creen, que esto es un cabaret.
- Mire, yo no sé cuáles son las constumbres en su país, pero acá son otras y yo se las voy a hacer ver, espérese no más.
- Si, pues, anoche a las dos de la mañana sale gritándole al tipo y hoy en la mañana estaba abrazando y besando a otro en la calle ¡hay que ver!
- ¿Y era la madre o la hija?
- Era la madre.
- A mi me dijeron que era la hija, si esa es la puta.
- Yo pensé que era la madre, que también es puta.
- Pero es que la hija es más negra, que se ve azul, a la que le dicen Zorrucha acá en el barrio.
- Puede ser... ¿usted habló con don Luis?
- Si pues. Pero usted ya me conoce, les voy a llamar a los pacos una de estas noches, con esas escandaleras...

En eso las voces se perdieron porque entraron en la casa y, luego, salieron a la calle. Vaya, pensé, uno está condenado a ser los que los otros quieren ver y se ve que estas viejas están ávidas de sexo.

12 febrero 2006

Minuto a minuto: no te duermas

Al terminar mi segunda cerveza, le digo desde mi asiento:
- Tengo mucho sueño, me quiero ir a acostar.
- No, no todavía... toma esto- sacó cocaína de un papelillo y la puso en la punta de la tarjeta de Falabella.
- No, no quiero.
- Ya, pues, toma, si no te va a pasar nada...
- No quiero- se acercó y me puso el borde de la tarjeta en la nariz. La rechacé, pero supongo que alcancé aspirar algo o me cayó en la boca.

Siempre había leído que la coca devolvía la lucidez que el alcohol quitaba, pero minutos después yo lloraba desconsolada, en el segundo piso "¿quién va a cuidar a los niños? ¿por qué me hiciste esto?" repetía. Llamé a mi amigo, que vino inmediatamente, pero sólo recuerdo estar tirada en la cama. Más tarde, cuando mi amigo se fue, le pedía agua a S., pero ya no confiaba en él, pensaba que podía ponerle cualquier cosa al agua. Entonces me levanté y le pedí que se fuera. Se indignó. Se fue gritando en su bicicleta:

- Maricona desgraciada... así demuestras tu cariño... maricona culiá... jamás te voy a perdonar esto.

Minuto a minuto: lo que otros no te ofrecen y yo sí

"Yo te ofrezco drogas, sexo y placer... tú eres una puta"
"Sí, lo soy... quiero placer, buenas mesas, ropa y sexo"
"No lo digo como un desprecio"
"No, ya lo sé, quiero unas buenas vacaciones para mis hijos, que tú no me puedes dar ahora... soy una puta, si tú lo dices".

Minuto a minuto: labios adormecidos

Apenas le toqué el bigote cuando me pidió besarlo. Sentí la acidez. Fui al baño. Pensé que tenía que escapar a dónde fuera. A Buenos Aires. Luego me senté frente a él. No sentía mi labio superior. Mientras tanto, él trataba de convencerme de lo superior a todos que él era, lo que me estaba perdiendo, un "filete" dijo, después agregó "¿invito a la mina con que me voy a Valdivia?". Lo miré. Ya me sospechaba que la historia de la novia del amigo era mentira...

10 febrero 2006

De la propuesta de matrimonio y la dama blanca

"Primero que nada, quiero que sepas que lo que te voy proponer no tiene nada que ver con que haya estado jalando, en realidad es el fruto de una semana entera de reflexión y sufrimiento, toda una semana, porque es el tiempo que has estado afuera, te fuiste sin avisarme, yo sin saber dónde estabas tú con la niña, claro, quiero que sepas que no es sólo la ausencia de mi hija, también es tu ausencia, no resisto tu ausencia, he pensado tanto en ti y en ese culo que me vuelve loco, sí, porque tú crees que yo sólo me acerco a ti para estar con mi hija, pero no, te equivocas, es a ti a quien también quiero, sí, ha sido un semana terrible... (con la tarjeta de Falabella saca una punta cocaína, la aspira y luego bebe un sorbo de vodka)... si me vuelves a hacer esto me matas, no sé, porque si tu no regresas hoy yo hubiese seguido en este ritmo, no he parado, no he dormido y es que no puedo dormir sabiendo que ustedes dos están lejos ¿lo entiendes?, así que he pensado mucho, incluso he hecho anotaciones que algún día me servirán para un corto y, al final, he pensado esto, que tú y yo tenemos que casarnos, yo ya te perdoné que te hayas metido con Iñaki, incluso acepto que te acuestes con el Gitano, yo daría lo que fuera porque tú tuvieras placer, ya no me importa y, además, podemos hacer un contrato, porque el matrimonio es un contrato, un contrato sexual, para no limitarnos a ningún placer, esta semana he experimentado tantas cosas... (jala y bebe)... escribí nuestro contrato de matrimonio ¿qué te parece?, claro, mira lo que te estoy diciendo, sobre todas las mujeres yo te prefiero a ti, por esta cosa sexual que tenemos, además de nuestra hija, porque, no es por alabarme a mi mismo, pero a mi las minas me llueven, cada vez más pobre y cada vez minas más ricas, no sé por qué, pero se me acercan, yo les gusto, pero no importa porque esta semana pensé que nosotros dos debemos casarnos, ya no importa nada más, yo te perdoné... (bebe) ... era el orgullo ¿sabes? descubrí que era el orgullo una noche que iba caminando con la judía por La Terraza, la judía es una mina hermosa, sorprendente, deslumbrante y esa noche que íbamos juntos me encontré con Iñaki, desde una mesa llena de gente me saludó al verme pasar, yo me acerqué con esta mina que sorprende a todos por lo estupenda que es y, entonces, el Iñaki me hace un gesto como diciendo "está re buena", ahí yo me di cuenta que yo podía tener a cualquier mina, así de regia como la judía y que no era digno de lástima porque tú y él me habían engañado... (jala y bebe)... era puro orgullo, pero después de eso, te perdoné, incluso lo perdoné a él porque Buda dice que el orgullo es la maldición del hombre, así es, así que ya no importa, lo que importa es el potencial sexual que tenemos los dos, además si nos casamos mis padres estarían muy felices ¿te acuerdas que te conté que mi papá te andaba victimizando?, bueno, lo que dijo fue que no aceptaba con ninguna mujer que no fueras tú, yo que tenía la posibilidad de ir con una minita al Lago, nada, me dijo que no, que cómo me atrevía, que a su cas no entraba otra mujer que no fueras tú, incluso nunca me dejó llevar a la judía, aunque a mí no me importa lo que mi padre piense, si no me quiere dejar entrar a su casa, no sé, contigo sí, pero si no aceptaras mi proposición, qué me importa que no me deje entrar, entonces me voy, me voy lejos, me voy a Francia porque puedo sacar pasaporte francés, de todas maneras deberías casarte conmigo porque, si me pasa algo, todo lo que a mi me corresponde de la herencia de mis padres, las propiedades, del fundo del Lago, del campo, de Valparaíso, eso te tocaría a ti, pero si todo se va a la mierda, yo me voy de aquí porque tampoco soy un buen padre, por ahí me dicen que soy bueno, que soy cariñoso, pero yo no hago nada por la Agustinita, nada, no sé hacerle ni la leche, cuando va a la casa de mis padres, es la Sonia la que hace todo, yo sólo miro, fumo y tomo café, ya sé que todo esto lo voy a pagar más tarde y ahora que tú me has quitado la única oportunidad de hacer algo con ella, andar en bicicleta... (jala y bebe)... ¿no lo has pensado? Deberías dejarme llevarla, yo soy estupendo conduciendo, de los 9 años que no me bajo de una bicicleta, cuando mis padres me tenían prácticamente abandonado, yo lo único que hacía era andar en bicicleta, te apuesto que no hay nadie que ande mejor que yo ¿no? ¿no? bueno, ya sé que fui imprudente ese día, pero te juro que nunca es así, que siempre me voy por el parque, estaba tan arrepentido después, sobre todo que te fuiste sin avisarme, qué sufrimiento, no podía hacer nada más que beber y jalar, tú si que sabes hacerme sufrir, era lo que decía el siquiatra, que yo soy masoquista y que para hacerme sufrir no hay nadie como tú, que por eso te amo y te busco, pero igual podemos casarnos, mi vida ¿cierto? yo estoy dispuesto a todo, a cuidarte, a protegerte, a ser cariñoso, en serio, pero no te vuelvas a desaparecer de esta manera que me vas a matar, así me vas a matar... (jala y bebe)"

08 febrero 2006

Los cinco extraños hábitos

La Artífice, desde su blog, me ha pasado esta cadena de los cinco extraños hábitos. Confieso que habría sido más fácil si me hubiesen pedido que fueran malos como leí en otro blog, pero, vamos, extraño ¿qué puede ser realmente extraño? Busqué en mis conductas algún síntoma de extrañeza y, después de todo, llegué a la conclusión de que soy una persona muy común con muchas malas costumbres, pero las misma de todos; sin embargo, enumero las posibles siguientes extrañezas que se repiten como un hábito:

(1)

Al entrar a mi casa se le pide a las visitas que se saquen los zapatos. No sé desde cuándo tengo esta costumbre que, desde que la mayoría se resistía, opté por limitarla al segundo piso. Probablemente la adquirí de mis demasiados años de judoca, donde para entrar al tatami, especie de suelo sagrado, hay que sacarse el calzado y saludar con una venia.

(2)

Me baño todas las noches, esté como esté, muy cansada o borracha, es un paso en el que soy intransigente, incluso con mis amantes. Mi madre me dice que es una costumbre adquirida durante la Unidad Popular donde, por alguna razón, mi padre y ella encontraron que era más expedito bañarse de noche que en las mañanas. Al pasar el tiempo, tal vez también por la influencia japonesa del judo, se transformó en una medida de higiene ¡qué asco acostarse sucia y transpirada en mis blancas sábanas!

(3)

Demasiado frecuentemente pienso que la solución a mis conflictos humanos es huir. Tomo una mochila con unas cuantas cosas indispensables, generalmente poco útiles, y parto donde el viento o la generosidad de otras personas me lleven. Una vez que me he marchado, no es necesario que pasen muchas semanas para que empiece a extrañar mi casa. Entonces vuelvo con la sensación de que no he solucionado nada, pero que lo pasé bien lejos de todos.

(4)

En esos mismos viajes suelo carecer de ropa de abrigo, así me esté yendo al polo mismo. No sé por qué me cuesta tanto echar un suéter, calcetines y saco de dormir, así que invariablemente termino pasando mucho frío.

(5)

Y también llevo mis cámaras fotográficas, croquera, conjunto de lápices gráfito, cuadernos de notas y varios libros para leer en la tranquilidad que encontraré durante el viaje. Las cámaras pesan y no traen recuerdos de viaje o, por lo menos, no los suficientes que ameritan el peso de ellas, sobre todo la cámara mecánica a la que, además, debo llevarle el exposímetro. Me sucede que una vez fuera no quiero perder tiempo en enfocar una situación cuando hay cientos igual de interesantes a mi alrededor y me parece que el uso de los sentidos es la mejor forma de preservar el recuerdo, aunque después, sin variación, termino lamentando no tener una fotografía de tal lugar o hecho. Demás está decir que tampoco encuentro la calma y el tiempo para sentarme a croquear o escribir ni menos para leer. Al final, mi mochila es una fardo de útiles que nunca ocupo.


Ahora el problema es que no encuentro cinco blogueros amigos a los que le pueda pasar esta tarea (y que no la hayan hecho ya), así que aquí van dos: Maestro de Radio Imaginaria y Malayo

07 febrero 2006

Del accidente

El domingo, regresando en mi bicicleta de la visita de Paz a la casa de sus abuelos, luego de una extraña mañana romántica con S. en su departamento (S. desnudo frente a mi leyendo una cita de Diógenes -es su estilo, lo de la filosofía- con una semana entera de consumo de drogas en su cuerpo, que, sin embargo, se mantiene bien), digo regresando yo porque, por un lado, ya le había dicho a S. que no lo dejaría llevar a la niña por las avenidas de esa manera y, por otro, porque él dormía a esa hora reponiéndose de la larga jornada que ya mencioné, a unas cuadras de mi casa, Paz comienza a jugar en el sillín de adelante, que ya me habían advertido era peligroso y yo con la letanía de las madres "quédate quieta que nos vamos a caer", una y otra vez, hasta que en un momento, entre juegos, cantos, risas y advertencias, la niña presiona el freno delantero.

Un amigo dice que en esos momentos hay un segundo eterno. Yo simplemente sentí la fuerza al salir disparada, el golpe en el pavimento y el llanto de la Paz. Me levanté como un resorte y corrí a ver a la niña al mismo tiempo que dos barrenderos que por allí circulaban. Tenía el rostro todo ensangrentado y un pie atascado en la rueda. Se darán cuenta que en ese momento uno se imagina lo peor, un rostro cubierto de sangre puede esconder cualquier cosa bajo el fluido. Los barrenderos se encargaron de sacarle el pie de la rueda mientras me decían que le revisara los dientes. Después, ya que estaba tan cerca de casa, me ayudaron a llevar la bici. Entrando le lavé la cara. Un consuelo, no se veía nada mal, pero aún estaba muy nerviosa y llamé a un amigo que me acompañó a la posta. Nos fuimos a la más cercana que, sin embargo, no tiene pediatría y, por eso mismo, todo fue más expedito, nos hicieron pasar sin pedirnos nada. Nos atendió un médico joven en medio de los extraños lamentos de señoras gordas. La revisó entera y sólo tenía el labio roto (por eso tanta sangre) por el lado interior.

- No, no tiene nada- me dijo- Estos moretones son antiguos... ¿acaso usted la golpea?

Yo me reí pensando que era una broma, pero luego me di cuenta de que no lo era, pero no dije nada porque, evidentemente, tampoco lo reconocería su fuera así. Me miró con suspicacia y yo pensé que con razón, en un hospital público ¿cuántos padres llegaran diciendo que los niños se cayeron después de haberlos golpeado con ensañamiento? La única prueba, en ese momento, era que yo estaba herida. Nos dejó ir.

Nos fuimos a casa. Paz ya se había tranquilizado. Entonces pensé que era un milagro que a la niña no le hubiese pasado nada. El siguiente pensamiento fue cómo enfrentar a S. después de haberle gritado como loca su temeridad y haber sido yo la que, finalmente, había tenido un accidente.

Esperé que esa noche llegara a visitarnos, que viera a la niña completamente sana y normal y, entonces, contarle. Lo primero que me dijo era lo que me esperaba "a mi esto no me habría pasado", pero tuve que guardar silencio y agachar la cabeza.

04 febrero 2006

¿Quieres casarte conmigo?

No había sabido de S. desde aquel día. Por un momento pensé que, otra vez, mi vida se iba reducir a considerar seriamente si yo era el monstruo que él pretendía que era con esa frase de la aparición de la "verdadera Fª". Afortunadamente, esa noche llamó el Gitano que, con mucha timidez, me invitó a ir al Valle del Elqui.

- Puedo llevar a la Paz.
- Pero claro.
- Y ¿cómo nos iríamos?
- En el auto de mi mamá.

No lo consideré ni por una centésima de segundo y acepté. Así que, a la mañana siguiente, partíamos rumbo al Valle del Elqui con los dos niños en el pequeñísimo automóvil de su madre (eso sí, primero llamé tres veces a S. para avisarle que nos íbamos de vacaciones con la Paz, pero como tenía su teléfono móvil apagado, su casilla de mensajes inutilizable, ni me devolvió los llamados, nunca supo, hasta ahora, qué había sido de nosotras).

El viaje al valle místico fue una aventura placentera, avanzanda hacía el interior de los cajones hasta llegar a Cochiguaz, con el río a los pies y la cordillera como un muro imponente de roca, de campamento en campamento, de pueblo en pueblo. No hubo ningún desacuerdo en todo el viaje. Pura armonía que me devolvió la confianza en mí misma, desechando el fantasma del monstruo agresivo y violento que puede habitar dentro.

Una semana después, estamos aquí de vuelta. No tengo el ánimo, eso sí, de llamar a S, para anunciarle nuestra llegada, quiero prolongar el encuentro lo más posible; sin embargo, me llama y con una voz temblorosa y denotando algún consumo, me dice:

- Quiero verte.
- ¿Para qué? No creo que sea el momento.
- Quiero preguntarte algo.
- Bueno, pregúntamelo.
- ...
- ...
- Quiero preguntarte... si te quieres casar conmigo...
- ¿Qué?
- ¿Quieres casarte conmigo?

27 enero 2006

Verdaderamente yo

No sé cómo pude pensar que podía ser diferente, pero siguiendo la vieja y gastada tradición, todo terminó de terror.

Esta tarde voy en mi bicicleta detrás de S. que lleva en la suya a Paz, en esos asientos traseros para niños. A pesar de que en reiteradas ocasiones le he pedido que se vaya por el parque o por rutas no muy transitadas, ojalá respetando las normas del tránsito, él insiste en circular por las avenidas, esquivando por centímetros a toda clase de vehículos. Así que, como les cuento, yo voy detrás, viendo como mi niñita estira sus brazos para indicar algo que le llamó la atención mientras un auto pasa a gran velocidad muy cerca de ella, peor aún, a veces gira su cabeza para mirar. Comprenderán que para cualquier madre es una escena difícil de soportar con toda entereza, así que, una vez más grito:

- ¡S... luz roja!

S, me mira, como si yo fuera una tonta grave que no sabe calcular el tiempo que demorarán cinco autos y un bus en llegar hasta el punto en que estamos y, claro, pasa, mientras yo me quedo de este lado de la acera. Sigue por el costado de una avenida muy transitada y yo vuelvo a gritar, a ver si me escucha entre los motores de esos monstruos amarillos que son nuestros buses y, todos lo saben, matan a una buena cantidad de personas al año.

- ¡S., sube al parque, por favor!

S. apenas gira la cabeza y sigue por su ruta. Yo detrás, sintiendo a ratos cómo la fuerza de los buses me empujan o algunos automovilistas pasan más cerca de lo deseado de mis pies, sabiendo que eso se reproducirá en la bicicleta de adelante donde va mi hija con su padre. Aumento la velocidad y me pongo al lado de S.

- S. sé que eres un experimentado conductor, pero ¿no podrías hacer gala de tu expertise cuando no andas con mi hija?
- Nunca me ha pasado nada, hace años que ando en bicicleta y, de hecho, conduzco mucho mejor que tú- me contesta y sigue por su ruta.

Mientras, yo sigo viendo por detrás cómo esquiva y pasa los automóviles, como no respeta ni luces ni ninguna señalización, cómo mi hija está expuesta a que, si no es por él, venga otro imprudente y los atropelle, pienso que si conduce de esta manera sabiendo que yo voy con él ¿cómo lo hará cuando no lo veo? Entro en pánico. De hecho quiero matarlo. Entonces cometo el error final, le grito:

- ¡Súbete, huevón!

Es el grito final, la frase clave para lo que vendría después, pero que se había inciado mucho antes, más o menos desde ayer, cuando, a pesar de mis atenciones, de mi cambio de actitud (ya saben, después del numerito en la casa de mi amiga, si yo no soy mejor que él, si debo comprenderlo, si debo aceptarlo y todo ese discurso), él sigue siendo suficientemente distante, aunque le pida a gritos que me de la mano o cualquier muestra de cariño, incluso hasta tuve que hacer dormir a mi gatita encerrada en la cocina para que no lo molestara. Ninguna muestra de afecto y aún peor, comienza una seguidilla de bromas del estilo:

- ¿Estás cansada?- me pregunta en tono medio irónico y luego se dirije a Paz mientras subimos una pendiente- Mira la mamita... ¡tanto que se ufana que hace deporte!.

Me molesta, pero me callo ante esta serie de bromas, tratando de "comprender" que para superar su baja autoestima tiene que opacar a otro, típico, y para no contestar algo peor. Luego, en la cabalgata me da otra serie de instrucciones sobre cómo montar. Lo escucho y le contesto "sí, sí", pero no hago lo que me indica. Dice, entonces, con desprecio:

- Detesto a la gente que no tiene la humildad de aprender de otros que saben más.

Bueno, no podía menos que sentirme detestada, pues supuse, y creo que supuse bien, el comentario iba dirigido a mi como "ésa" gente. Desde ese momento el silencio se instaló entre nosotros y la cabalgata por la cordillera comenzó a transformarse en una pesadilla, no quería decir nada que empeorara la situación, no quería acusarlo de nada, no quería caer en su juego.

Sin embargo, piqué el anzuelo cuando iba detrás de su bicicleta de vuelta a casa. Sencillamente, me puse histérica y llegué histérica y le quité a la niña diciéndole que se olvidara de volver a sacarla en bicicleta, que estaba loco, que cómo exponía a nuestra hija innecesariamente, que lo menos que le haría si le pasaba algo sería cortarle los cocos.

- Si adoras tanto a tu hija no estarías gritando ahora como una loca- me contestó.
- Ándate y mañana yo llevo a la niña a la casa de tus padres- le dije mientras Paz se lanzaba a llorar.
- ¡Ah!- exlcamó en tono triunfal- Qué bueno, por fin apareció la "verdadera Fª".
- ¿Qué te pasa?
- Ahí, cuando me gritaste "huevón" por fin volvió a aparecer la "verdadera Fª".

Por supuesto, mi histerismo del momento contrastaba con su calma, mientras me hacía señas, muy irónicas, de que era yo la que dañaba a mi hija con estas actitudes y no él.

- La "verdadera Fª", la que tú querías que apareciera ¿cierto? Bueno, la "verdadera Fª" va a pensar si mañana si quiera lleva a la Paz para que tú la veas- y cerré la puerta de un portazo, luego de que había logrado entrar a la niña y a mi bicicleta. Por un segundo, vi sus ojos sorprendidos y transparentes, que no esperaban este giro de la situación, que me había hecho picar el anzuelo, pero no había considerado las consecuencias de sacar a flote a la "verdadera yo" que aparece ante el "verdadero S."

25 enero 2006

Al otro lado del dolor

No entendía nada de lo que se decía del otro lado del teléfono, las palabras, las letras se ahogaban en un llanto desconsolado. Entonces, me dio risa. Me hubiese reido a carcajadas, pero con esa risa nerviosa del que ve caerse al otro y no sabe cómo reaccionar. Trataba de decir algo que sonara a consuelo, pero estaba atragantada en mi propia risa histérica y, además, no había consuelo, no tenía qué decir que, en el fondo, no empeorara la situación. Por supuesto, de este lado de la línea, ni siquiera tenía la posibilidad de brindar un abrazo y recoger en mi pecho las lágrimas y los quejidos para hacer comprender que no se está solo en el dolor. En cambio, me reía y no podía hacer nada más. Esperé en silencio, la única posibilidad, pero cuando parecía que ya se calmaba y se entendían algunos fonemas, de nuevo venía el llanto a producir una serie de ruidos incomprensibles, hasta, finalmente, decidió cortar, para llorar en soledad.

23 enero 2006

Gatos, maridos e hijos

Un gato puede llegar a vivir veinte años. En veinte años un hijo ya debería haberse independizado, pensé, pero uno podría seguir acariciando y durmiendo con el mismo gato en casi las mismas condiciones de veinte años atrás. Quizás, esas madres y esos padres debieran haberse hecho cargo de una gatito a tiempo, antes de que redujeran la vida de sus hijos a sus propias vidas, aún peor, antes de que convencieran a sus hijos que no pueden tomar las decisiones acertadas por sí solos.

Al decirle a S., que no comprendía cómo sus padres creían que él podía modificar su conducta con estos "castigos" (prohibición de entrar en su casa, prohibición de ir al Lago, entre otras), terminó justificándolos: es que están preocupados, es que es cierto que tiendo a consumir más después de la vacaciones, es que es verdad que no administro bien mis dineros y que no puedo realizar tareas domésticas...

Lo miré y sólo le contesté, sin fundamentar, mientras se fumaba un caño en la terraza:

- Pero te desenvuelves bien social y laboralmente- pensé en las consecuencias de mi última "actuación etílica" en lo social, en que estoy segura de que no soy mejor que él y que, por algo, estoy ligada a él, pero preferí "omitir" estos argumentos.

- Ha sido un día pésimo- me dijo como punto final.

Nos quedamos varios minutos en silencio, él fumando, yo tomando té. Luego, mirando el vacio a través de la plantas del tejado, le conté:

- Mañana me traen mi gatita siamesa.

20 enero 2006

Lacrimosa Runaway (¡puaj!)

En cierta ocasión, creo que una de las veces que intenté huir de la casa sin éxito y que regresé porque mi madre me tendió una trampa diciéndome que habían atropellado a mi perra, el castigo consistió en todo el mes de enero sin salir de casa.

Lo cumplí a cabalidad. Ni siquiera puse un pie en la calle, incluso cuando ya había expirado el plazo del castigo y febrero llegaba a la mitad. Ahora preocupada, mi madre le pidió a una tía que me llevara de vacaciones al norte, al balneario de Tongoy y a Coquimbo. Recuerdo que después de un mes y medio encerrada en la casa de mi abuela, principalmente en mi escritorio, pisar el pavimento resplandeciente de la calle me encegueció. Llevé conmigo varios libros de García Márquez, que en ese momento me tenían fascinada, y me pasé los días frente a la playa grande leyendo sin hacer nada más. En Coquimbo mi tía, ahora ella preocupada, me obligó a visitar a otra sobrina, mucho mayor que yo, que vivía en las afueras de La Serena. Fui desganada. La mujer, que tendría la edad que tengo ahora, me recibió con un martini rosso. Al otro día, nos fuimos juntas al Valle del Elqui haciendo dedo. Luego volví al hotel en Coquimbo y luego a casa hasta que comenzaron las clases en el liceo de niñas.

Siempre fue así. La casa de mi abuela fue mi refugio y mi infierno. Siempre fue difícil sacarme de ahí. Mis amigos no me entendían, me invitaban a salir al cine o fiestas.

- No puedo.
- Pero ¿por qué?

Las respuestas variaban entre el sufrimiento de los animales (era absolutamente vegetariana), las guerras, los niños abandonados, la sobrepoblación, el hambre y... la culpa y la vergüenza. La culpa de algo que no sé qué era, la vergüenza de ser yo y de ser humano, algo tan general que era incluso inexplicable para mi. El único razonamiento era éste:

- ¿Y qué puedes hacer tú? ¿acaso encerrándote van a mejorar las cosas?

Ciertamente era el único razonamiento posible y la respuesta era "nada" y "no", pero de igual forma no sentía el ánimo de reír y bailar mientras, pensaba yo, otros morían.

- No te entiendo, realmente- me solían decir.

Era tan evidente, pero nunca nadie, ni yo, lo vio. A veces aceptaba salir y lo pasaba muy mal, volver luego a casa era mi único pensamiento. Al pasar el tiempo comencé a beber en estas reuniones para soportar esta sensación que no puedo describir. Por supuesto, adivinarán, no hice sino empeorar las cosas. Claramente, para todos, era mejor que me quedara en casa.

- Es que no puedes hacer esas cosas, no puedes beber- me dijo al enterarse de mi último incidente.
- Ya lo sé...

En eso sonó el teléfono. Era S. confirmando su asistencia a la reunión que tendrían esta noche con unos amigos que acaban de llegar de Francia con su bebé de cinco meses. No me invitaron, por supuesto ¿quién lo haría? De igual manera, ya saben, todos estamos mejor si me quedo en casa. Volví pensando en esto y en la casa de mi abuela.

Ahora sé que culpa sentía. La de haber juzgado a S., la de haberle gritado su condición de drogadicto, la de haberlo despreciado, la de haberlo odiado, ahora cuando la evidencia estaba allí, frente a mis narices, S., después de todo, es una persona aceptada, con amigos, capaz de mantener relaciones sociales, a pesar de sus excesos.

- Voy a esperar- le dije antes de irme de su casa, donde momento después harían la reunión.
- ¿Qué vas a esperar?
- Voy a esperar que me perdone y me ame.
- Pero no puedes esperarlo, quizás eso no pase, debes hacer tu vida.
- Y la voy a hacer, voy a trabajar, voy a criar a mis hijos, voy a escribir, pero mientras hago todo eso, lo voy a esperar.

Nada más me miró. Luego, en el camino, pensé en esto. Más tarde nadé y hubiese querido prolongar ese estado, el de la inmersión y el ejercicio, por mucho tiempo. Y más tarde llegué a mi casa. Mi casa.

19 enero 2006

Cita a ciegas

A la tía de un muy buen amigo le ha dado por actuar de casamentera. Hace varios días me dijo en su casa:

- Te tengo un partidazo. Te voy a llamar.
- Claro- le contesté, riéndome un poco, incrédula por completo.

Y ayer me llamó para invitarme a un almuerzo en un conocido restorán del Barrio Brasil. La situación era tan insólita que acepté.

- Y maquíllate un poquito, te ves tan guapa cuando te arreglas- alcanzó a acotar antes de cortar el teléfono.

A la una y media llegué al restorán y me senté, aún sola, en la mesa reservada por Marta. Algunos minutos después, con una caipiriña frente a mí, vi llegar a dos mujeres que me saludaron con alegría.

- Ésta es Mónica, la madre del muchacho del que te hablé.

Mónica no se hizo esperar:

- Esto te parecerá muy extraño, pero la verdad es que quise conocerte yo primero antes de presentarte a mi hijo. Ha tenido tan mala suerte con las mujeres. Por supuesto, él no sabe nada de esta reunión, se enojaría mucho conmigo...

- Claro...

- Pide lo que quieras mijita.

Entre cerveza, carpacho de salmón y papas a la mantequilla, por mi parte, y de chuletitas de cordero y vino tinto, de parte de ellas, la conversación giró, por supuesto, en algunos detalles de mi vida personal, entre las que hubo preguntas curiosas, dada la situación:

- Entonces... ¿tú vives con el padre de tu hija menor?
- Oh, no. Vivo sola con mis dos hijos, aunque ése es un tema no solucionado- dejé ver de inmediato.
- ...
- ...
- Bueno- contestó ella- En todo caso, una amistad nunca está demás.
- Así es, sobre todo si se mantiene así: como una amistad.
- Aún así ¿te gustaría venir a un asado en mi casa?
- ¿Por qué no? Me parece que éste ha sido un almuerzo muy agradable.

Luego, se habló un poco del amor y esas cosas, los hombres, la fidelidad, todo el tiempo siendo tasada por Mónica, muy divertido y extraño, comenzar por caerle bien y tener de aliada a la "futura suegra" es un buen comienzo para una relación, pensé, si no fuera porque no conozco al tipo y, lo más importante, porque la única familia que me interesa tener de aliada es la de S. y a S. mismo.

Nos despedimos amablemente y me fui a casa a esperar que llegara S. con Paz. Por un momento pensé que me la entregaría en la puerta y partiría a donde alguno de sus amigos. Ésta fue la verdadera cita a ciegas, cerré los ojos y lo abracé. Lo había extrañado tanto, aunque anduviera con otra chica, qué me importa, desde que mi amiga me lanzó sus impresiones sobre mi persona después de arruinarle la fiesta, sólo tengo la certeza de que nadie es mejor ni peor que los otros, ni yo ni S. ni nadie, que nadie se puede arrogar el derecho de no perdonar si quiere ser perdonado y, ciertamente, también S. tiene muchas cosas que perdonarme, empezando por lo desleal que he sido cada vez que, aquí como en otros lugares, he hablado mal de él y, claro, cuando me acosté con su amigo mientras él estaba interno en el centro de rehabilitación. Cerré los ojos y milagrosamente él entró a casa y se quedó conmigo.

17 enero 2006

Dispensabilidad

La tristeza es innecesaria, es tan común a todos los seres humanos que no vale la pena seguir escribiendo o hablando de ella, sobre todo cuando es la propia, que también es la ajena y es la de todos.

Es cierto lo que dice, quizás, no hago más que revolcarme en mi propia mugre, que también es la de los otros, y por eso me vuelvo tan desagradable, porque soy el claro espejo de los degradante que habita en cada uno de nosotros. Tiene razón, no soy ni estoy mejor ni peor, pero eso siempre lo hemos sabido, no es novedad, así como él puede encontrar una más bella o una más horrible, más dulce o más amarga, aunque a veces no podemos encontrar nada más, tampoco.

En silencio, los vi partir.

He visto partir a tantos que no he vuelto a ver, que a veces me da la impresión que la resignación es demasiada.

Así que en silencio los vi partir, a los dos, a él, pero no dije nada porque todo era tan inútil, tanto un lamento como un "te amo" tendrían el mismo efecto nulo.

Y, aún así, no me resigno a guardar silencio en este espacio, aunque moleste, que no tiene por qué hacerlo, por lo demás, es tan dispensable como cada uno quiera.

15 enero 2006

"Ya no hay forma de pedir perdón"

En cierta ocasión, Blanca le dijo a Luisa que ella detestaba a la gente que, después de cometer un desatino, por decirlo así, pedía perdón. En aquella lógica, si uno quiere a alguien jamás debería dañarlo y, por lo tanto, después de causada la herida, ya no hay forma de pedir perdón. En otra ocasión, Blanca se equivocó con respecto a los sentimientos de Luisa y la hirió, al acercarse a su amiga y pedirle disculpas, Luisa, que es muy dura, le contestó:

- Tú misma dices que es una estupidez y un egoismo pedir perdón después de lo que ya está hecho no fue evitado.

Blanca se quedó en silencio. No había nada más que decir porque, por un lado, lo lamentaba, pero por otro lado ella misma se había negado la posibilidad de "redimirse" ante su amiga.

Quizás es así, uno está sujeto a su destino, más predeterminado por los modelos, la educación y su naturaleza que por los verdaderos deseos y sentimientos. Una vez más, aunque ahora con intervalos de tiempo mayor y consecuencias menores, para quienes no lo saben, le arruiné la velada a una amiga que, como ella misma me lo dijo, no hizo sino portarse bien (y más de lo que quizás le correspondía o yo me merecía) conmigo. Después de lo sucedido ya no se podía pedir perdón, apenas si cabía el espacio para el silencio y bajar la cabeza ante sus descargos que, a pesar del enojo, hizo en un último intento por hacerme entrar en razón.

- Estás demasiado centrada en ti misma, no haces más que pensar en ti misma, tú no tienes una vida peor que ninguno de los que estaba allí, que son mis amigos, a quienes ofendiste con tu conducta. Eres inteligente y te estás perdiendo.

Es cierto, lo de mi egoísmo, sino aquí, en este blog, está el botón de muestra. No hago sino hablar de mi y del pequeño mundo que me rodea. Y, aunque quisiera, sé que es inútil pedir perdón después de que ya lo echaste a perder todo.

Así es que, si me retiro de tu vida, como lo haré, no es que no te encuentre la razón de todo lo que me has dicho, no es una muestra de indiferencia o prepotencia, como podría parecer, es que después de todo, es cierto, como quiera que haya sucedido, es una ofensa y una ingratitud que no te mereces y que evitaría que sucediera, aún si tu no quisieras negarme tu amistad.

A mi modo de ver, cuando no se puede pedir perdón, lo mejor es retirarse, asumiendo que, en ciertos casos, es uno el que, aunque no quiera conscientemente, hiere a los demás.