29 noviembre 2006

Deseos

Julia, además de ponerse tetas, hubiese querido ser una tecla, blanca o negra, del piano, quizás así, hubiese tenido el placer de sentir sus manos. Erika, por su parte, no podía desear redondearse hasta convertirse en una pelota, primero porque no le gustaría recibir más patadas de las que ya había recibido de sus compañeros y, segundo, porque intuía que la pelota tampoco significaba nada sin el juego y los participantes. Sin duda, hacer el amor no era comparable con el esfuerzo que significaba el juego. Claro que no lo era, pensaba, si por fortuna alguien (y no ése alguien) llegaba a acercársele lo suficiente para tocarla, apresuraba la penetración en unos pocos minutos, lo que no se comparaba con la hora y media que le destinaban al juego de la pelota. Se consolaba recordando las experiencias de otras mujeres y sabiendo que no era la única que deseaba ser dueña del juego por esos inalcanzables noventa minutos (sin contar, eso sí, los festejos posteriores). De la experiencia más inmediata, se podía entender que muy pocas mujeres tenían el honor de ser complacidas por tanto tiempo seguido. Julia no era la excepción. Peor aún, no había logrado ni una mirada perdida del pianista. Erika, al menos, encontró al violinista en un momento de debilidad y había conseguido una penetración distraída.

27 noviembre 2006

Daños incomprensibles

Erika se sentía dañada y, como tal, experimentaba el impulso de dañar a quienes creía sus victimarios. Aún así hacía todos los esfuerzos que podía para hacerse visible, sin lograrlo, por más que caminara por la cuerda floja sobre la cabeza del violinista, no pudiendo contener que la sangre corriera por sus piernas y cayera sobre el preciado instrumento del músico. Nada interrumpía la concentración sobre las notas. Ella misma no perdía la concentración sobre sus pies en la cuerda, sin notar lo que derramaba.

Jimena tomó una copa vacía y la reventó en el pecho de Erika, quien, despertando de pronto su vista hacia la otra muchacha, no compredió lo que había sucedido. Por el momento, el más inmediato, trataba de dilucidar los orígenes de la sangre derramada más abajo, el los pies rítmicos del violinista, que seguía ausente.