Erika se sentía dañada y, como tal, experimentaba el impulso de dañar a quienes creía sus victimarios. Aún así hacía todos los esfuerzos que podía para hacerse visible, sin lograrlo, por más que caminara por la cuerda floja sobre la cabeza del violinista, no pudiendo contener que la sangre corriera por sus piernas y cayera sobre el preciado instrumento del músico. Nada interrumpía la concentración sobre las notas. Ella misma no perdía la concentración sobre sus pies en la cuerda, sin notar lo que derramaba.
Jimena tomó una copa vacía y la reventó en el pecho de Erika, quien, despertando de pronto su vista hacia la otra muchacha, no compredió lo que había sucedido. Por el momento, el más inmediato, trataba de dilucidar los orígenes de la sangre derramada más abajo, el los pies rítmicos del violinista, que seguía ausente.
27 noviembre 2006
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