23 enero 2006

Gatos, maridos e hijos

Un gato puede llegar a vivir veinte años. En veinte años un hijo ya debería haberse independizado, pensé, pero uno podría seguir acariciando y durmiendo con el mismo gato en casi las mismas condiciones de veinte años atrás. Quizás, esas madres y esos padres debieran haberse hecho cargo de una gatito a tiempo, antes de que redujeran la vida de sus hijos a sus propias vidas, aún peor, antes de que convencieran a sus hijos que no pueden tomar las decisiones acertadas por sí solos.

Al decirle a S., que no comprendía cómo sus padres creían que él podía modificar su conducta con estos "castigos" (prohibición de entrar en su casa, prohibición de ir al Lago, entre otras), terminó justificándolos: es que están preocupados, es que es cierto que tiendo a consumir más después de la vacaciones, es que es verdad que no administro bien mis dineros y que no puedo realizar tareas domésticas...

Lo miré y sólo le contesté, sin fundamentar, mientras se fumaba un caño en la terraza:

- Pero te desenvuelves bien social y laboralmente- pensé en las consecuencias de mi última "actuación etílica" en lo social, en que estoy segura de que no soy mejor que él y que, por algo, estoy ligada a él, pero preferí "omitir" estos argumentos.

- Ha sido un día pésimo- me dijo como punto final.

Nos quedamos varios minutos en silencio, él fumando, yo tomando té. Luego, mirando el vacio a través de la plantas del tejado, le conté:

- Mañana me traen mi gatita siamesa.

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