13 enero 2006

Espacios

En estos días de vacaciones, sin teléfono, sin internet, con la casa "llena" de niños, de pronto me sentí como antaño: prisionera. Me dije que era tiempo de comenzar a escribir el cuento para el concurso de SM: "El gato de la esquina rosada", un gato siamés es adoptado por un hombre solitario que periódicamente es visitado por su hija de ocho años, quien no tiene a su peludo perro regalón desde que su madre decidió vivir en un elegante departamento frente a un parque. El conflicto es que nadie parece querer de verdad al gato, el hombre simpre detestó a los gatos, pero pensó que era la mejor solución animal en un espacio reducido y la niña no hace más que añorar a su perro o cualquier otro.
Comencé el cuento, pero igualmente me sentía prisionera incomunicada, ir a un ciber café no es fácil con dos niños. Hoy me desperté temprano, agarré a los dos niños y me vine al "ciber espacio" de un amigo, acá en República con Gorbea, el Barrio Universitario que llaman ahora. Por eso escribo. Era el único lugar en que me aceptarían con los chicos. Además de escribir esta anotación, aproveché de continuar con otro cuento, "¡Pucha + Chile!", que pueden leer en la Revista Ají. Tal vez se rían si relacionan esa historia con mi vida privada, particularmente con Pablo, el argentino con quien salí hasta hace poco, antes de que comprobara que allá, en Buenos Aires, tenía una chica "tan joven" como yo... bueno, para qué les explico si ya saben.
Otra alternativa es que postule ese cuento al concurso... ¡qué se yo!
Calculo que en quince días, si escribo a diario, debería terminar el borrador de "El gato de la esquina rosada". Quizás sea bueno que lo vaya publicando en este blog para que ustedes me ayuden... entiendo que todos, conociéndome, quieren que gane ese concurso literario (el dinero, se entiende) para no ver tanto talento desperdiciado en una oficina desde marzo próximo (también saben esto... qué cara tiene la necesidad).

11 enero 2006

Incomunicación

Chicos, hace más de una semana que estoy incomunicada, sin teléfono, tampoco internet. En el momento que la telefónica decida cambiar el cableado de mi barrio, quién sabe cuándo, ya no sabré qué escribir, se van acumulando los sesos en las frases, los hechos en las dudas, quizás para entonces ya no sepa quién soy. Hasta entonces (me esperan en casa, ya saben, los niños, mi madre con impaciencia, el té con limón, el gato siamés que todavía no tengo, la actualización de la revista, el amante imaginario, una cena japonesa y muchos besos en la boca).