Hoy es la reunión de los foristas de Imaginaria en la tienda La Boutique del Libro, en Palermo. La verdad es que el día está como para una reunión de café, aunque me tomaría algo más fuerte. Es curiosa la idea de que un grupo de personas que suele hablar con mayor o menor liviandad sobre la literatura infantil quiera sentarse a *conversar* en el sector de la biblioteca de la librería. Primero me pregunto si quince o más personas podremos charlar en un lugar así y, segundo, si necesariamente tendremos que hacerlo sobre libros. Sin contar que llevo (tengo que llevar) a mi hija Paz, quien no está feliz si no anda arriba del coche, del auto o de la bicicleta dando tumbos por las calles empedradas (pero planas) de Buenos Aires.
Y sí, es una buena ocasión para convocar a varios personajes de quienes no tenemos (unos de los otros) más que un constructo imaginario de sus facciones, derivadas de las forma de escribir en el foro. Uno me imaginaba, por ejemplo, con turbante. Una persona que usa turbante puede significar tantas cosas. No puedo dejar de visualizar alguien vestido de túnica blanca, con una actitud de serenidad y hasta de beatitud o, por lo menos, de mucha espiritualidad. Evidentemente, no es el caso, siempre llego a los gritos y excesos más rápido de lo que quisiera.
En este sentido, es sorprendente las nuevas situaciones que puede crear la internet. Pensar que con todas estas personas hemos tenido contacto durante muchísimos meses a través de un bar virtual. Ya no nos suena rara la idea de las parejas formadas así, pero juntar esta cantidad de gente, ligada de un modo u otro a un tema en común, que se ha construido una idea sobre un lugar físico que no existe, el bar, sus mesas, sus sillas, el mozo que atiende, las servilletas con mesajes y hasta el patio con naranjos... bueno, elegir el lugar que se ha elegido para *aterrizar*, al menos nos habla del imaginario del quien hizo las reservas.
Bueno, ya sabremos con qué personajes nos encontramos.
29 octubre 2005
27 octubre 2005
Laconicidad
Es un estado precario que se instala en ciertos períodos. Hasta el sistema operativo de este computador donde escribo hoy es lacónico: la página en blanco, no me permite elegir tipografía ni menos agregar una imagen, luce solitario el título (que no puedo poner en negrilla) y el cuadro de texto donde avanzan las letras ahora.
Al frente del ventanal, está la plaza 25 de agosto. Creemos que es la fecha de la independencia de Uruguay, pero no estamos seguros. Al principio pensé que era alguna celebración religiosa porque en la esquina sureste se instala una gruta con una virgen que muchos transeúntes se detienen a saludar, incluso algunos paseadores de perros. O tal vez ambas fechas coincidan.
Abajo suena insistente el taca-taca, que no sé cómo llaman acá, y de pronto todo la luz se ha esfumado. Creo que va a llover de nuevo. Me parece ver unas gotas al trasluz. Aparte del taca-taca-taca-taca y de los buses que pasan de vez en cuando, hoy está especialmente silencioso.
Y Buenos Aires no es una ciudad silenciosa. Les gusta el escape libre, por ejemplo, algo que a nosotros a estas alturas, con transantiago más encima, nos resulta inusual y hasta peligroso. La medición de decibeles, la primera vez que lo mencioné, me pareció propio de una ciudad enferma, como también los dígitos de las patentes de aquellos vehículos que no pueden transitar. Mientras lo decía, tenía la impresión de que hablaba de una ciudad de ciencia ficción. Diría que aquí casi no hay reglas. El otro día al almacenero de la esquina, bajo nuestro departamento, se le ocurrió escuchar Credence y jugar taca-taca hasta más allá de las dos de la manana. Nada que hacer. Pablo no se atrevía a reclamarle por temor a las represalias. Sí, aquí no es cosa de llamar a los pacos y esconder la identidad de quien reclama. De hecho, creo que no existe esa costumbre. Pensé que allá, a un local comercial que hace eso, lo secan con una multa. Aunque ese pensamiento no me sirvió para quedarme dormida.
Cada vez me sorprende más la sociedad militarizada en que vivimos, pero sobre todo lo acostumbrados que estamos.
Sí, esta oscuro (aunque con el brillo de Buenos Aires) y ya comienza a llover.
Al frente del ventanal, está la plaza 25 de agosto. Creemos que es la fecha de la independencia de Uruguay, pero no estamos seguros. Al principio pensé que era alguna celebración religiosa porque en la esquina sureste se instala una gruta con una virgen que muchos transeúntes se detienen a saludar, incluso algunos paseadores de perros. O tal vez ambas fechas coincidan.
Abajo suena insistente el taca-taca, que no sé cómo llaman acá, y de pronto todo la luz se ha esfumado. Creo que va a llover de nuevo. Me parece ver unas gotas al trasluz. Aparte del taca-taca-taca-taca y de los buses que pasan de vez en cuando, hoy está especialmente silencioso.
Y Buenos Aires no es una ciudad silenciosa. Les gusta el escape libre, por ejemplo, algo que a nosotros a estas alturas, con transantiago más encima, nos resulta inusual y hasta peligroso. La medición de decibeles, la primera vez que lo mencioné, me pareció propio de una ciudad enferma, como también los dígitos de las patentes de aquellos vehículos que no pueden transitar. Mientras lo decía, tenía la impresión de que hablaba de una ciudad de ciencia ficción. Diría que aquí casi no hay reglas. El otro día al almacenero de la esquina, bajo nuestro departamento, se le ocurrió escuchar Credence y jugar taca-taca hasta más allá de las dos de la manana. Nada que hacer. Pablo no se atrevía a reclamarle por temor a las represalias. Sí, aquí no es cosa de llamar a los pacos y esconder la identidad de quien reclama. De hecho, creo que no existe esa costumbre. Pensé que allá, a un local comercial que hace eso, lo secan con una multa. Aunque ese pensamiento no me sirvió para quedarme dormida.
Cada vez me sorprende más la sociedad militarizada en que vivimos, pero sobre todo lo acostumbrados que estamos.
Sí, esta oscuro (aunque con el brillo de Buenos Aires) y ya comienza a llover.
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