12 noviembre 2005

Más que sombras, tinieblas

- En el 2015 va a desaparecer el hombre.
- ¿Y?
- ¿Cómo puedes ser tan irresponsable y egoísta como para tener hijos?
- ¡Por favor!
- ¿Por favor qué?
- Y dicen que se acerca un enorme agujero negro a la Tierra, que el cometa no-sé-cuál se desviará de su órbita y chocará contra la Tierra, generando una destrucción parecida a la que hizo desaparecer a los dinosaurios, que todos los volcanes harán erupción al mismo tiempo, que el calendario azteca predice el fin de la humanidad para el 2012 tal como Mac Luhan predecía, con sólidos argumentos, que la humanidad moriría de hambre antes del 2000... ¿no te das cuenta?
- ¿De qué?
- De que todo es parte de una campaña del terror mundial que se aprovecha de miedos ancestrales explotados por las religiones...
- Pero ¿no me vas a negar el agujero en la capa de ozono?
- No.
- Y el recalentamiento...
- No.
- ¿Entonces?
- Nada.

Apareció Joaquín, con la bandeja de croissants y el café con crema, sus cuarenta y cinco años repartidos en varios kilos de más. Se sentó al lado de su madre y le dijo:

- Tengo una novia nueva que te quiero presentar.

Teatro de sombras

Nunca he visto un teatro de sombras y, hoy que he hecho uno, tampoco pude verlo. A veces la tecnología cansa y siempre uno debiera ir cambiando, así que me lancé con mi cuento en un teatro improvisado. María y Malayo me ayudaron.

- Debiéramos seguir con esto y, además, a ver si podemos ganar algo de plata, dijo María
- Y sí, de algo hay que lucrar, no haberlo sabido antes.

Hace ya bastantes años, saliendo del liceo y entrando a la universidad, decidí buscarme un trabajo complementario a mis estudios. Un "elegante y prestigioso bar" en Providencia buscaba muchachas que supieran inglés en un aviso económico del diario (nótese desde ya el grado de ingenuidad) y me presenté un lunes a las cinco de la tarde.

En la barra de un bar profuso en espejos y muros entelados de raso rojo, me recibió un tipo joven, aunque bastante mayor que yo. Me senté a su lado esperando alguna indicación, pero también él parecía esperar alguna palabra de mi parte.

- Vengo por el aviso del diario.
- ¿Y sabes de qué se trata el trabajo?
- Sí. No... bueno, de atender las mesas.
- Eso en principio. Si quieres trabajar aquí no sólo tienes que servir las mesas, sino que acompañar y hacer beber a los hombres. Para lograrlo tú no puedes beber, pero debes fingir que bebes. La muchacha del bar te sirve lo que el tipo pida y a ti alguna bebida sin alcohol, que él pagará como si fuera alcohol... ¿entiendes?
- Ajá... ¿y cuánto paga por eso?
- Bueno, te pago un mínimo por horas trabajadas más un porcentaje de lo que hagas beber a los tipos.
- Y ¿eso cuánto es más o menos?
- De base son trescientos mil pesos por cinco días a la semana.

En 1990 era una cifra astronómica para una chica de 18 años.

- Más el porcentaje de las bebidas- continuó- más los negocios que tú misma puedas transar dentro del bar.

Eso no lo comprendí de inmediato.

- Y ¿cuál es el horario?
- De ocho de la noche hasta la madrugada, entre una y tres de la mañana, dependiendo de la clientela y los negocios de las meseras.
- Ah- pensé que tenía que estudiar e ir a clases temprano- ¿no puedo trabajar de jueves a sábado?
- !Si tú quieres!- soltó una carcajada- pero te va a ir re-mal, los hombres vienen aquí durante la semana, cuando pueden inventar alguna excusa en sus casas, que la comida de la oficina, que el trabajo extra, que una reunión más larga, pero ¡fin de semana!, preciosa, están con su familia, que la señora y los hijos...

El martes fue el único día que trabajé en el bar. Me sentí profundamente humillada y, además, asqueada. A las doce de la noche, más o menos, escapé del local llorando por la avenida suecia hacia la casa de mi abuela.

Humillada, entonces.
Asqueada, entonces.
Llorando, entonces.

Ahora, después de dos partos, del deterioro de mi cuerpo, de los años... pienso que me humillé, asquée y lloré inútilmente. Al menos, durante esos años, hubiese lucrado de mi cuerpo, de mi educación, de mi inglés, de mi condición de proleta. A esta alturas, ya habría terminado con ese laburo (en vez de hacerlo gratis, la verdad).

Seguí por algún tiempo trabajando como promotora y más de alguna vez me llamaron de conocidas y reputadas casas de prostitución, gracias a la base de datos que manejaban todas estas pequeñas y medianas empresas que reclutan niñas para eventos. Nunca fuí. Preferí vivir en mi falso mundo hippie y esforzado y digno, regalando sexo más que transándolo.

Sí, ya habría pasado, como todo.

11 noviembre 2005

Cambiar el mundo

Mientras charlábamos pensé y apenas enuncié la idea de las fantasías.

Hace tiempo que me di cuenta de que vivía rodeada de personas que fantaseaban y confundían sus sueños con la realidad. En ese momento, tomé mis propias fantasías como el cuento que escribo en una tarde y dejé de creer, pero no renuncié a ellas. Cada una de ellas, que me voy a Buenos Aires, a Colonia de Sacramento, a Nueva Dheli, a Valparaiso o al delta del Paraná, que me caso (¡yo!), que tengo una familia, que él me ama o que yo lo dejo de desear, que envejezco con dignidad (en eso todavía tengo la esperanza), todos tienen la verosimilitud de una buena narración, pero se acaban cuando se cierra el libro, cuando se abren los ojos, cuando me levanto, cuando me doy cuenta de que todavía estoy viva y voy rodeada de personas en el metro.

Esto es lo único cierto, que estoy aquí, que algunos de ustedes alcanzaron a leer esto y nada más.

Al asumir esta certeza, de que todo se reduce a este efímero presente que puede ser interrumpido por un terremoto, un bus que choca contra la pared, un incendio, una bomba, una asteroide o el cansancio de mi propio cuerpo, creo que puedo vivir un poco mejor.

Eso y sentarme en el parque y comer y hacer el amor (cuando se puede hacer el amor, claro) y mirar y ocupar todos mis sentidos y siempre saber que todo lo demás no es más que una parte del gran sueño que tenemos derecho y necesidad de tener.

Al principio, cuando mis mayores se reían de mis ideas (porque se reían, no intentaban convencerme de lo contrario), sentía que mis proyectos carecían de seriedad, que yo era una persona poco confiable, pero, al tiempo, he terminado riéndome yo también cuando me escucho detallar la distribución de mi casa en Buenos Aires, por ejemplo, o la ventana de la casa de Valparaíso que miraría el océano.

Qué fácil... basta que tome mi libro de cabecera para que pierda el sentido de la realidad o que cierre los ojos.

10 noviembre 2005

"Este partido parece tener la mayoría"

Un hijo de Radomiro Tomic está participando en la campaña electoral de Sebastián Piñera. Los demócratas cristianos están ofendidísimos, seguramente por usar una palabra neutral. La concertación está preocupada por los efectos que puede tener en la cadidatura de la mujer, Michelle Bachelet.

No parece extraño. Todavía quedan personas que participan en los partidos políticos con un poco de mesura, que tal vez saben, que aún siendo Piñera un despreciable capitalista de la derecha, no tan despreciable como el imbécil de Lavín ni menos capitalista que este gobierno, que el recambio es una necesidad imperiosa en la democracia, cuando la democracia el único beneficio que nos presta es que el poder no se quede siempre en las mismas manos... ¿alguien sabe quiénes trabajan en la Fundación Centro Cultural La Moneda? Pues solamente hijos y parientes de nuestros ministros y políticos de la concertación, para quienes el socialismo viene siendo un vago, vagísimo recuerdo. Me imagino que pensarán que se lo merecen, después de tanto luchar durante la dictadura y que , por lo tanto, sus hijos y sobrinos, también merecían las becas a Barcelona y los posteriores puestos que después obtuvieron por sus estudios en la "puta madre patria".

Dice Séneca que la turba es el argumento de lo peor y que, en las elecciones, los mismo que eligieron se admiran de los pretores que han resultado elegidos. Así parece ser y más necesario parece el recambio.

Michelle Bachelet parece la única alternativa posible para escapar de la derecha (el otro es un voto simbólico y, demás está decir que tampoco me fío, no más estuviera en el poder las ideología se mudarían). Además es mujer. Dicen que la política será otra con una mujer en el poder que pondrá más mujeres en cargos importantes. ¡Bienaventuradas las mujeres! Mientras tanto que la población siga envejenciendo porque, de las intelectuales con que me cruzo, no conozco a ninguna para quien la maternidad sea un laburo importante, sino más bien un estorbo para el desarrollo de su carrera profesional y del país. Bueno, total, para eso están las "guarderías". Abandonen a sus hijos en las salas cunas a los tres meses de edad y ya tendrán los siquiatras todavía más trabajo en veinte años más.

¿Qué hacer?

Parece no haber salida. Seguramente tendré que votar por Bachelet, el mal menor. Total, sea la derecha, sea la concertación, a mi que se me sale el proleta cuando me emborracho, y también cuando no me emborracho, nada de eso me tocará ni indirectamente.

El hijo de Radomiro Tomic fue más radical ¿no? Pero no sé si me atrevo a votar por Piñera, aunque... ¿qué me puede pasar?

09 noviembre 2005

Dormir hasta olvidar

Ayer, mientras trataba de hacer algo con el origami, me empezó a dar un sueño incontrolable, apenas llegué a la casa, con los párpados pesados, y me acosté con Séneca, sin llegar a leerlo.

Tres horas después me desperté. No sabía quién era. Estaba allí yacente sin saber siquiera qué era. Cuando me reconocí como humano y como "yo" en lo más sustancial (no sabía ni qué edad tenía ni a qué me dedicaba o lo que deseaba), traté de ubicarme en el espacio, ¿dónde estaba? ¿En Santiago, en Buenos Aires o alguna otra parte, en la casa de mi abuela? ¿era niña o adolescente o adulta o vieja? ¿acaso había soñado que conocía Buenos Aires? Por más que miraba a mi alrededor no reconocía los colores, los objetos, la luz, el espacio, mirando el cielo raso irreconocible con sus arabescos que todavía no me decían nada. Algún momento después supe que estaba en mi dormitorio de la casa del barrio Brasil. ¿Qué hacía allí? ¿Qué hora era? Entonces recordé que tenía dos hijos... ¿dónde estaban? ¿DÓNDE ESTABAN? ¿acaso era hora del levantarse para llevar a Fernando al colegio? ¿o ya había vuelto y me había dormido olvidando que tenía que ir a buscarlo? ¿y Paz? ¿por qué tanto silencio? ¿era de noche, de día, de mañana o de tarde? Me concentré tratando de hacer memoria, pero aún no me movía de la posición en que desperté... ¿les habrá pasado algo? ¿los olvidé?

De pronto recordé que Fernando tenía permiso para jugar en el computador mientras yo dormía, que Paz se había ido esta mañana con su padre, que era una tarde después de hacer origami en el parque.

Bajé.

- ¡Fernando! Llevas tres horas en el computador ¿Cómo es posible?

08 noviembre 2005

Más terapia origami

Otra vez comida en el parque y Fernando haciendo piruetas. No quise llevar a Séneca porque me pareció un vicio ya, pero llevé un libro de origami.

Intenté algunas figuras, una jirafa, una mariposa, un pez y una flor. No me resultaron, no se parecían nada, salvo un papel doblado. Quizás este japonés no hace figuras tan buenas, después de todo era un libro barato que alguien fotocopió y nunca devolví. Mientras tanto pensaba que debería escribir la novelita para el concurso de literatura juvenil de SM.

El problema es que no creo en la literatura juvenil, es decir no creo que a esas alturas se pueda hacer algo mejor de lo considerado literatura universal, hecho y por hacerse. No sé, a cierta edad, ya están disponible Sábato, Cortázar, Benedetti, Hesse, Kafka, Swift, Dafoe, incluso Séneca... ¡vaya, un sin fin de autores!

¿Entonces?

Bueno, tal vez no debo escribir pensando que lo hago para chicos, escribir sin destino, como si lo hiciera para todos o para nadie. Ó, quizás, escribir en la categoría intermedia, ésa definida por el rango siete a nueve años, que me permite un largo posible para mi impaciencia: un máximo de sesenta páginas. Tal vez en esta ocasión haga un borrador. O no. La historia la estoy definiendo.

¿Y?

Y lo que necesito es un editor exigente, como Fulvio, que me podía destrozar los textos para reconstruirlos. Lo malo es que, por alguna razón, Fulvio ya no se aparece ni por el mensajero y, aún siendo así, no se puede confiar en él: se cae demasiado seguido al litro y no cumple con plazos. Suficiente para él debe ser estar absorbido por la organización del festival de jazz en Lebu.

Sigo doblando papeles en el parque. Están muy feos, como mi último libro. Esta vez no voy a culpar al diseño, que sigue siendo muy mejorable, pero la intervención que hice de las primeras ilustraciones del cuento, resultaron perjudiciales. No tengo el libro en la mano, así que me cuesta definir qué es lo que falló tan horrorosamente, pero la primera impresión, como el primer párrafo, es lo que cuenta. No estoy tan desilusionada por este fracaso como acongojada por no responder a las espectativas de mi editora en la editorial. Confía ciegamente en mí, pero se ve que no debería hacerlo, ni tampoco deberíamos, todos, confiar sin tener las pruebas de imprenta a la vista. Y sí, porque las primeras pruebas se veían bastante bien, pero entonces cambié todo para "mejorarlo" antes de la impresión final. Se ve que la cagué y me da un poco de vergüenza.

Es eso lo que no quiero que pase con la novelita para SM, si bien puede que no guste, no quiero tener reproches por la calidad.

¿Y qué hago con estos papelitos ahora?

A la basura, obvio.

Terapia sushi

María, sushi en el parque Bustamante.
Pablo, sushi y cerveza en la Reserva Costanera Sur.
Fernando, pollo con ensalada en el parque Balmaceda, frente al café literario, y nos imaginamos que el parque es el patio trasero de la casa.

Me duelen los pies. Camino descalza por Santiago. Quema. Camino al nuevo departamento de mi amiga. No tenía ganas de recibirme. Estaba muy deprimida por problemas en el trabajo. Se veía mal, ciertamente.

- No te desgastes en odiar a esa gente.

Pero ella no puede dejar de odiar y de pelear.

- No vale la pena, le dije, si ya tienes un mes de licencia ¿por qué no te olvidas y disfrutas?

Va a aprovechar de terminar su tesis del magíster, que comenzó hace más de cuatro años, antes de que naciera su hija. Ya no va a postular a Inglaterra el doctorado, aunque quedó en dos universidades, falló en el examen de inglés, así que ahora prefiere España.

- Deberías irte a analizar por un siquiatra, me dijo y me recomendó a una tal Nadia.

Ahora lo agradezco, sí, gracias, la voy a llamar, me voy a tratar, contesto siempre. Luego tiro el papel a la basura. Recorro a mis conocidos que se tratan. Algunos llevan varios años y no veo que nadie esté mejor, que el que odia deje de odiar, el que trabaja demasiado deje de trabajar, el que esta deprimido piense que la vida es mejor, el que se separó de su mujer esté más resignado, el que no puede amar haya comenzado a amar, el avaro haya dejado de sufrir, el narcisista haya dejado de desear ser el centro de atención... todos igual pero dependientes de ese par de horas que tienen con su terapeuta. Y sí, los terapeutas crean otra patología: la dependencia de ellos. Cristián está toda la semana deprimido hasta que tiene su sesión. Ese día se siente bien, así que ha decidido aumentar las sesiones a dos veces por semana. Bien por la siquiatra. Ojalá mi literatura creara ese tipo de adicción.

- ¿Tú crees?, le contesto en un tono delicadamente irónico.

- Sí, a mi me ha hecho estupendo.

Y sí, el ha hecho tan bien que su hija habla del padre como si estuviera vivo, trasmite toda su frustración odiando a la familia de su marido, está más dogmática e intransigente que cuando la conocí y, lo principal, no se ve bien.

Camino de vuelta al parque a pies desnudos. Mientras Fernando hace piruetas en la pista, me tiendo en el pasto y miro los árboles contra el cielo, las semillas que vuelan, algunos pájaros que las agarran en el aire. Descubro que no tengo otra preocupación que amar (aunque mi amor sea efímero, que es lo mejor).

- El sushi estaba delicioso aunque era bastante malo.

07 noviembre 2005

Séneca: la brevedad de la vida

Curiosamente había una marca en el libro que encontré en el último estante de la biblioteca. Alguien, o quizás yo misma hace mucho tiempo, ya lo había leído.

Dice Séneca que la vida no es corta, sino que el ser humano la gasta en estupideces, que llegar a los ochenta años no es haber vivido mucho, sino haber durado mucho, que la arrogancia nos hace suponer que alcanzaremos los sesenta años para comenzar a vivir nuestra vida cuando, quizás, ni lleguemos a esa cifra y ya hemos desperdiciado el resto, que no se debiera aprender a vivir, sino a morir.

Así fue como me plantée cada uno de los viajes a Buenos Aires, pero sobre todo este último, porque apenas llegando ya sabía que muy pronto se acabaría y estaría de vuelta en el aeropuerto. Algo parecido deberíamos hacer con la muerte, pero nos parece tan lejana. No es así cuando sabes que tienes dos semanas, a lo sumo veintiocho días, para terminar esa vida. A Pablo siempre le parecía una eternidad los primeros días que estábamos juntos, aunque yo contaba cada minuto que nos iba quedando hasta que tuviera que volver a mi otra vida.

Y así fue. Tarde o temprano tenía que volver. Hubo instantes en que caí en la tentación de pensar que el tiempo me pertenecía y me atreví a proyectar mi vida más allá de lo posible. No fue bueno, todo cambiaba de perspectiva, parecía más serio y más difícil, me metí en asuntos que no me importaban y llegué a provocar peleas incipientes. Me recuperé rápido y fue fantástico.

No podría decir que este año no viví o que desperdicié el tiempo, pero cuando me di cuenta de que podría ser siempre maravilloso si acababa con todo antes de que se agotara, emprendí este último viaje sabiendo (aunque ¿quién puede asegurar que por otros motivos no lo haga?) que ya no volvería.

Así que las calles de Buenos Aires las miré de otro modo, ese modo que me dio el haberlas conocido para volverlas a conocer cada vez en cada detalle nuevo que pudiese percibir, tratando de retenerlas en algún lugar de mi memoria para el momento de mi muerte, dejé algunas plantas en su casa para que las cuidara, como huella del recuerdo, y dejé que todo lo demás pasara (todo lo demás es aquello que proyectándose hubiese debilitado esa vida, como por ejemplo, que su hija pequeña y yo nunca más volvimos a entendernos, lo que era sostenible en el plano de lo efímero, pero no en un tiempo mayor).

Es cierto, tampoco miré atrás cuando entré a migraciones en el aeropuerto. Dejé esa vida entera atrás, ahogada en la tristeza de la despedida final, pero necesaria para prolongar toda su hermosura incontaminada hasta la muerte.

El regreso

Las rutinas rotas que hay que reconstruir. Los primeros días se siente perdido, en la noche no sabes en qué cama estás durmiendo, en la mañana no sabes si tienes que exprimir pomelos y naranjas o salir corriendo al metro, al mediodía si tienes que hace almuerzo para todos o para uno, no tienes nada que planificar, el trabajo está suspendido y no sabes en qué trabajar porque tu mente todavía está en otra parte.

Los viajes en avión son cómodos, pero demasiado veloces. No te dan tiempo para darte cuenta de que te estás trasladando de un mundo a otro, cuando llegas apenas percibes que has cambiado de ciudad, aunque las calles te parecen más estrechas, la gente diferente, la publicidad ajena, los ritmos cambiados, el aire más denso y el cuerpo tiende a lo de hace unas horas atrás.

A pesar de que cruzar la cordillera siempre tiene un simbólico temor al cambio.

- Pienso ¿y se empezara a quemar el avión cuando vamos sobrevolando la cordillera? ¿habrá que lanzarse en paracaídas?

- En todo caso ¿habrá para todos?

- Sí, no... pero yo voy con una niña ¿me dejarán lanzarme con ella?

- ¿En la cordilera? ¿a qué altura va el avión?

- Diez mil metros... incluso la cordillera se ve lejos.

- Y a esa velocidad ¿qué te crees? ¿que alguien puede lanzarse en paracaídas de esa altura y a esa velocidad?

- Me parece que no.

- Nada, solo hay tiempo para morir.

- Además la Cordillera de los Andes en la zona central de Chile es la más desconocida del mundo, si llegara a lanzarme y no morir de un golpe al caer ¿quién podría encontrarnos?

- Estás especulando tonteras.

- Ya sé, pero no puedo dejar de pensarlo cuando cruzamos la cordillera, siento una especie de fascinación y miedo al mismo tiempo. Cuando, por fin, veo los valles centrales, ya sé que estoy del otro lado.

06 noviembre 2005

Tus visitas

Pensé que había borrado el historial de tu computador, pero uno sabe que siempre queda todo registrado en alguna parte. Comprobé que hoy me visitaste tres veces, a las 6 de la mañana, al mediodía y en la tarde, después de las ocho. Eres el único que usa mozilla (sólo mozilla, ni siquiera firefox), windows 98 y cuyo proveedor es fibertel.

Tienes razón.

De otra forma no te hubieras enterado de la verdad, aunque la intuyeras, pero ¿era necesario espiarme por acá? ¿era necesario enterarse de los detalles de algo que ya sabías?

Hay personas a las que nunca les hubiera mencionado la existencia de este diario virtual y público y, entre ellas, estabas y él porque, justamente, estaba en el límite peligroso de lo íntimo que se hace público, pero sólo para aquellos a quienes no afecta en nada, salvo leer unas pavadas de vez en cuando, que quizás les hace sentir que hojean la vida secreta que todos tenemos, anotada en una libreta o ahogada en los pensamientos que nunca afloran.

No debiste. Caiste en la tentación, que ya mencionabas en tu bitácora, de SABERLO TODO.

Ahora entiendo que no me hayas pedido una explicación a mis breves palabras de hoy... ¡si ya te habías enterado de todo!

Lo siento.

Y no puedo dejar de ver ahora la autopista rumbo al Tigre con la Fabi de fondo cantando nada es para siempre... Ya lo sabías entonces ¿no es cierto?

Otra vez

- Entonces, tú tienes una obsesión por él. Ésa es una patología... ¿por qué no te haces ver por un siquiatra?

Pensé que la vida entera era una patología, que Sartre era patológico, Lucia Hiriart es patológica, que la vieja del lado es patológica, que al fin cualquier pasión puede serlo, incluso, en otros términos, un pecado.

Pensé si tenía que ir al siquiatra, conversar con un cura o hacer yoga. Al fin es lo mismo, si no fuera así, no habría literatura, tanto pensarlo así que se ha llegado a afirmar que la literatura, para quien lo escribe, es una terapia, lo mismo que la pintura o barrer el patio de la casa.

No es la primera vez que me mandan al sicólogo o al siquiatra, por más que quienes me conocen saben que descreo absolutamente de la eficacia de aquellas disciplinas para cambiar nada. De hecho, me pregunto... ¿cuál es la idea? ¿hacer de uno un ser completamente equilibrado?

Si es una obsesión, me encanta que sea una obsesión, le da un matiz a mi vida que no creo que lo tuviera si estuviera "felizmente" casada. Sin embargo, no creo que lo sea. En otros tiempos podrían haberlo calificado de un amor loco, sin mesura, estúpido, etcétera ¿pero qué mierda no lo es?

- Tan perspicaz que eres para alguna cosas y tan estúpida para otras.

Y sí.

Anoche, llegando de Buenos Aires, dormí con él, por fin tuve ese cuerpo que se me aparecía cada vez que cerraba los ojos, por fin sentí mi cuerpo en la medida que me da el suyo.

- ¿Qué vas a hacer en febrero?

Hace días que venía imaginando que este verano me iba con él al lago, pero pensaba que iba a invitar a su novia (y me dio muchos celos), pero que de alguna manera debía convencerlo que era bueno que yo fuera también con mi hija.

- Me hubiese gustado ir al lago contigo.

- Pues yo te quería invitar...

Nos miramos. Luego me acerqué a él y nos abrazamos un largo rato, sin hablar. Entonces, comenzamos a planificar el viaje juntos y con los niños.

- Todo el mes, me dijo.

- Entonces tenemos que llevar suficientes provisiones para que no te desesperes y quieras volver.

- No, ya no necesito como antes ¿sabes?

- Al menos llevaremos cervezas...

- Sí, preciosita.

(Ese preciosita me mata)