Estaba a mi lado en el café y, sin embargo, no recuerdo su rostro. Sobre la mesa y bajo sus manos, tenía una colección de pequeños libros ilustrados sobre gatos.
Recuerdo:
- 30 años aproximadamente
- estatura media
- pelo largo bajo los hombros, liso y castaño
- delgada
El siquiatra me dijo que si acaso no me estaba describiendo a mi misma.
- No, señor- le dije- Estoy segura de que era otra, estaba a mi lado.
- ¿No habría un espejo?- insistió suspicaz.
- ¿Cree que estoy loca? No, le digo que era otra que estaba mi lado y, además, no se parecía en nada a mi.
- ¿Por qué?
- Bueno, no sé, qué se yo, no le vi el rostro, pero seguramente sus facciones eran muy diferentes.
- ¿Cómo puede ser que estando a su lado no haya visto su rostro?
- A pesar de que dibujo, soy muy mala fisonomista. Además, estaba más concentrada en mi hija pequeña, que lloraba, volcaba la leche sobre los libros e insistía en leer los suyos mientras los adultos trataban de conversar.
Era cierto. Quizás ella tenía el pelo sobre el rostro, pero por alguna razón, si es que lo ví, ya no lo recuerdo.
- ¿Qué lleva ahí?
- Unos libros.
- ¿Sobre qué?
- Sobre gatos.
- Y usted insiste en que no era un espejo.
- ¡Por favor! Es mera coincidencia, después de todo, si lo analiza con cuidado, son todas características que la mayoría de la gente comparte.
Más tarde me fui. Desde el otro lado de la biblioteca, ya no la veía, pero si veía a uno de los hombres muy ocupado en mirarla. Le hice señas. No me vio. Le volví a hacer señas. Tampoco. En ese momento sentí mucha rabia porque la miraba con tanta atención.
- ¿Por qué?
- Porque había quedado de llevarme a casa y no hacía sino contemplarla.
- ¿Entonces se fue?
- Sí, tomé mis cosas y a la niña.
- Y pensó en matarla.
- No. En matarlo a él.
- Y ¿qué salió mal?
- No sé.
08 marzo 2006
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