14 octubre 2005

La estética

Tenía toda la intención (quizás no tanto) de contestar a otra bitácora, pero me parece que ya no vale la pena si voy a tener a la persona cara a cara. Tal vez no le diga nada entonces, puede que sólo la observe y dilucide que tan serias pueden ser sus divagaciones estético-literarias.

Le pregunté a Graciela Montes (escritora y teórica muy conocida en el ámbito de la literatura infantil) si acaso se podía decir que la literatura infantil era puro goce estético, único territorio en que los contenidos podían obviarse (esto a propósito de la bitácora anterior, en que una comentarista se concentraba en la hermosa forma del texto diciendo que lo demás, el contenido, era intrascendente... como me pareció que estaba equivocada, llegué a la vaga idea de que al escribir para niños muy chicos, uno tenía la verdadera libertad de engolozinarse con composiciones bellas que podrían, eventualmente, no tener sentido).

Graciela me respondió que el concepto "estética" le parecía añejo:

- "No sé si la palabra es "estética". Es una palabra un poco envejecida. Tal vez haya que pensar en otra en este mundo bello y fatal en que vivimos"

Aquí acabaron mis pensamientos al respecto.

12 octubre 2005

Mi derecho mal elegido

No sé en qué momento de debilidad me inscribí. Lo que quiero decir es que no sé cuándo me viene esos momentos de debilidad que me hacen tomar malas decisiones. Lo otro lo sé. Estaba mirando la tele cuando aparece la Gladys Marín invitando a todos los jóvenes a ejercer el derecho que el viejo asesino nos había quitado. Me pareció el mejor argumento que había escuchado. Además era joven y necesitaba creer que un país mejor era posible. Así que al otro día estaba en el Parque Forestal estampando mi firma.

No sé para qué. Ahora pienso que debí ser consecuente con la no participación, aunque después te salgan con el argumento de que si no votas no opines, lo que es aún más estúpido. No votar es una manera de protestar. Ahora si quiero protestar tengo que de todas formas ir y anular el voto, pero no estoy segura de que eso lo tomen como una forma de descontento.

La verdad es que ya estoy aburrida de ver la payasadas del bufón número uno de este país, bufón que además dejó en la ruina y otra vez decaída a la comuna de Santiago. Muchas veces me encontré con partidarios de su inoperancia y llegué a los gritos porque, realmente, me desesperaba la idea de que pudiera hacer de Chile lo que hizo con mi comuna. Peor aún es ver que los otros candidatos y personeros del gobierno se dan el trabajo de contestarle. Ahí es cuando no sabes quién es peor, si el que dice las imbecilidades o si los que lo toman en serio.

El otro, patético, en la casa de un niña enferma de fibrosis quística le lleva de regalo una muñeca que puedes encontrar en el bazar de la esquina. No se puede creer que un tipo empresario, con tanto dinero, explotador legal de sus empleados, que apenas si arregla sus aviones, plagia a nuestros amigos, gasta millones en campañas publicitarias para sus productos, tenga la osadía de llevar semejante regalo a una niña utilizada con fines políticos. Por lo menos que gaste más y le lleve una muñeca bacán, mínimo importada de Nueva York o de Milán, descontado que también podría ser una enciclopedia para que estudie (pero eso no, claro, ya podemos ver por dónde irán sus políticas culturales). Por eso detesto a los pequeños burgueses, por más que se paseen en las poblaciones, no les entra nada, tienen una capa de cera recubierta de plomo frente a la pobreza de los demás y conflictos de los demás.

Bachellet. Salva. Claro que no cuando van haciendo un puerta a puerta, con una señora cara-de-socialista (viste... con el vestidito artesa, el pelo largo y canoso) que te explica que tienes que votar por Zaldívar para que el gobierno de Bachellet logre sus objetivos. ¿Perdón? ¿Zaldívar? ¿Lograr objetivos? Eso si asisten a la cámara y no se están gastando los 11 millones mensuales, eso si al menos estuviera de acuerdo con los demócrata cristianos.

Ya sé. Ya sé que podría ser peor. Pero ¿no podría ser mejor?
No, claro. Es lo que hay.
Y la verdad es que no me interesa lo que hay. Y peor, capaz que me toque de vocal y ni una colación nos van a dar ¿sabían que otros países les pagan un "incentivo" a los vocales? Ah, bueno, sí, eso es en otros países. Aquí, repito, hay que conformarse con lo que hay.

10 octubre 2005

Pasajeros en tránsito

De chica me cambié varias veces de colegio, primero porque murió mi padre, después porque no me adapté, luego porque vino la recesión y finalmente llegué al liceo donde la cosa no era mejor. Todos los años, desde séptimo básico, nos cambiaban a las cuarenta y cinco alumnas que nos habíamos acostumbrado durante el año. Puesto que había catorce cursos por nivel, la combinatoria resultaba casi infinita, como supondrán. Tampoco nunca entendí los criterios de selección, salvo cuando hubo que elegir la orientación. Entonces, al optar por las matemáticas, quedé en el cuarto medio A, el mejor curso del colegio. Las "flojas", las "pavas", las "sin objetivos" claros se desmenbraban en el siguiente orden: biología, historia, lenguaje y arte. Pocos nombres quedaron en mi memoria de todas esas niñas con quienes compartí y ninguna amiga. La universidad no fue la excepción. Transité como un fantasma durante cuatro años por las salas de traducción, sólo por la necesidad a que me obligaba la pobreza de entonces, pensando que al terminar pronto, más luego podría trabajar. Por supuesto elegí muy mal. No era una carrera para enriquecerse bajo ningún punto de vista, pero ya estaba allí gracias a las becas de la universidad y del Estado. Al menos no pagué nada. De entonces, creo que apenas retengo dos o tres nombres que, a estas alturas ya no me dicen nada.

Digamos que el desapego fue la gran lección: el material y el afectivo. Y también la certeza de lo efímero que puede resultar todo. No significa esto que no guarde gran cariño por algunas personas, pero ese cariño no significa la prolongación de una amistad, en mi caso, aunque así he vivido las mejores experiencias con algunas personas. Tanto puedo amar como desaparecer al otro día, como Paula, la boliviana.

Oporto fue el escenario de uno de esos amores. Era la primavera europea cuando llegué al puerto. Viento y lluvia sobre el río y el océano. Otro color. Otro frío. El albergue miraba al mar. Tomábamos vino, comíamos pizza y sopas de sobre con los brasileros, los italianos y la francesa. Leandro era de Porto Alegre y estaba en España estudiando un magíster. Alexa era de un pueblo de Francia y estudiaba portugués en Porto al tiempo que hacía clases de francés. Los italianos eran parte de una ONG preocupada, por cierto, de las minorías. Una noche salimos al Bar Luso, donde nos encontramos con unos portugueses que luchaban contra el imperialismo y a favor de las etnias. Cristóbal Colón y Vasco da Gama eran los primeros demonios. Yo, con mis trenzas de india, mi color pálido verdoso, era el símbolo de los indígenas que ellos querían imaginar. Tomamos cerveza, mucha cerveza, bailé con unas chicas porteñas que me besaban y abrazaban. A la una de la madrugada se desató una tormenta. El albergue cerraba pronto. Todos los negocios de Porto debían cerrar también. Salimos a la calle y paramos un taxi. Cabían casi todos los del albergue, menos Leandro y yo, pero no nos importó. Nos quedamos bajo la lluvia besándonos mientras el vehículo se alejaba. El portugués nos llevó a una fiesta de cumpleaños de unos amigos. Bailamos mucho más al ritmo de canciones brasileras. Fuimos el centro de atención esa noche. En la madrugada, cuando ya no llovía, pero el viento se lo llevaba todo, corrimos contra la corriente hacia el albergue. Nos caíamos en las pozas, nos abrazábamos, nos besábamos. Al llegar, traté de resistirme por un segundo a Leandro, pero hicimos el amor en un pasillo y luego en su dormitorio. Desde entonces no nos separamos, recorrimos el puerto, las ferias, el cementerio, los parques, las playas, el vino de las cavas que pasaba dulce de una boca a la otra, fuimos a dejar a los italianos a la estación de trenes, llegamos juntos a la boletería.

- No te vayas.
- Me tengo que ir ya.
- Quédate dos días más, por favor.

Y él se quedó. Dso días después tomamos juntos el tren rumbo a España.

- Qué triste te ves en esa foto- me dice un amigo viendo mi reflejo en la ventana del tren, efecto del todo inesperado- ¿Extrañabas tu casa?
- Si.

Sin embargo, la verdad es que acababa de dejar a Leandro en la estación de Vigo, primera combinación hacia las ciudades de España. Lloré mucho en la estación cuando estaba a punto de subirse en su vagón. Me abrazó fuerte pero no dijo nada. Lo vi alejarse irremediablemente. Después esperé dos horas mi tren, dos horribles horas, recién abandonada a mi soledad otra vez. Una vez arriba de mi tren sólo pude ver el paisaje sin ver nada.

Y uno aprende que siempre es así.

Paula

Me la encontré por primera vez en el Valle de los Reyes. Adentro de la tumba de Ramsés sexto nos dijimos lo indipensable.

- Soy boliviana.
- Y yo chilena.
- ¿Cómo te llamas?
- Nanu ¿y tú?
- Paula. ¿A dónde vas?
- Hasta Assuán.
- Yo vengo de regreso. Ahora me voy al Cairo, a encontrarme con un novio egipcio.
- ¿No se te hace difícil?- le pregunté mirando a la niña de cuatro años que la acompañaba.
- A veces, sobre todo por mi hija.

El cuidador de la tumba no se cansaba de abanicarnos con un diario. A la salida nos pidió unos dólares de propina y Paula desapareció en otra tumba.

Algunas semanas después la vi caminando por una callecita de Santorini. Nos saludamos y nos fuimos juntas a una pensión.

- ¿Cómo te fue?
- Más o menos. Al novio egipcio se le ocurrió presentarme en su familia. Por supuesto me rechazaron en cuanto me vieron entrar con pantalones cortos, el pelo suelto y la niña. Lo bueno es que me alcanzó a regalar varias joyas antes de escapar del Cairo.

Extendió sobre la cama varios collares, pulseras y aros de oro macizo.

- ¿Quieres ir a comer?- me invitó.

Nos fuimos a un restorán en lo alto de la isla, que miraba hacía el océano. Pedí carne a la pimienta con papas fritas y ensalada. Ella también y un vino tinto.

- ¿Y ahora?
- Me voy unos días a Atenas.
- Yo también, pero primero pasaré a Syros. Tal vez nos encontremos en Atenas después ¿tú crees?
- No sé. Nunca sé qué rumbo voy a tomar.

Paula viajaba hace dos años con su hija por diferentes países que no respondían a ninguna preferencia en particular. Trabajaba en cualquier cosa y se buscaba novios en cada lugar que la ayudaran económicamente.

- ¿Por qué viajas así?
- Me escapé de Bolivia.
- ¿Por qué?
- Odiaba al padre de mi hija.

No la entendí entonces.

- Parece más difícil de lo que es ¿sabes? Nunca logran encontrarme. A veces, muy rara vez, le mando cartas a mi madre, justo el día en que parto del lugar de manera que, cuando llegan a Bolivia, yo ya estoy lejos de la ciudad de donde la envié. Tampoco es difícil encontrar novios, a todos les gustan las sudamericanas y mientras más indias mejor. De todas formas, de todos los hombres con los que me he acostado desde que partí, ninguno se le iguala a los latinoamericanos, tan calientes, ni menos al padre de mi hija.

- Y ¿entonces?

- Estoy buscando a un hombre de verdad ¿entiendes? Mientras lo encuentro seguiré viajando.

Al día siguiente bajamos juntas al muelle. Paula y su hija abordaron un barco para Atenas y yo una lancha para Syros. Las vi marcharse primero y desde la cubierta me saludaban felices. Yo, en cambio, sentía tristeza.

Una semana después todavía estaban en el albergue de Atenas. Había formado un grupo con una venezolana, una uruguaya y una argentina alrededor de un marino griego que les mostraba su hijo recién nacido en Japón. El marino aseguraba que no había mezcla más hermosa que la de un griego con una japonesa. Miramos atentas las fotografías del parto de la chica en su departamento: el bebé, aún recién nacido, era precioso.

Paula había conocido a unas españolas que administraban la tienda Zara en esta ciudad y que en la noche nos habían invitado a bailar en el puerto. A cierta hora nos encontramos con las chicas hispanas, como recién salidas de una película de Almodóvar, narigonas, de gestos ostentonsos y muy arregladas. Bailamos mucho una mala música, pero no importaba. La belleza de las chicas griegas, casi desnudas, contrastaba con la amargura de las mayores que se encontraban en las calles y en los locales de Atenas, todas de negro.

Al otro día no encontré a Paula en el albergue. Desde entonces han pasado más de siete años.