04 marzo 2006

En las noches

Al anochecer suelo pensar en la muerte, cómo voy envejeciendo y acercando mis pies a la tumba sin saber qué es lo que he hecho y cómo he vivido. También pienso en las soluciones a problemas muy prácticos, que son los más, el almuerzo del día siguiente, la pintura pendiente, el trozo de madera que falta para terminar la puerta, los textos para el libro, toda una variada gama de tareas pendientes que ocupan el día sin pensar en el mañana. Tal cual. O recuerdo algún amante, la figura de S. de pie masturbándose, Nir en la escalera mientras me desmayo, el Negro persiguiéndome, imágenes por el estilo.

Pablo, a mi lado en la cama, me pregunta:

- ¿Qué quieres?
- No sé. Nada. No quiero nada.

Se desilusiona. Sé que espera que le diga que deseo vivir una vida entera con él, en Buenos Aires, en Santiago, en Valparaíso, como cuando me gustaba soñar en voz alta que nos íbamos a Colonia de Sacramento. Me corrijo:

-Es decir, lo que quisiera no es lo que quiero.
- ¿Y cuál es la diferencia?
- Que lo quiero es aquello que estoy segura que puedo materializar, como reformar la cocina del primer piso, pero lo que quisiera es todo lo demás, todo aquello que me gustaría que sucediera, pero que es poco probable que ocurra, como que desaparezca S. de mi vida o que pudiese vivir una vida nueva y reluciente contigo.
- Tal vez es poco probable, pero posible.
- Ahora yo no sé cuál es la diferencia.
- No importa. Sé que lo sabes.

Más tarde no podemos hacer el amor. Pablo piensa en lo que no dije y se entristece. Lo acaricio y le propongo:

- ¿Te parece que mañana hagamos una cena de despedida en la terraza y olvidemos estos temas?
- Sí, claro, me encantaría.

Apago las velas antes de dormir. Todavía me queda tiempo para pensar que una fotografía en un marco rojo mandarín se vería muy bien en el nuevo ventanal blanco que estamos arreglando. Dos fotografías, en realidad, una de la Paz y otra de Fernando. Y un futón... y un macetero cuadrado y blanco con un ficus... y una alfombra...

03 marzo 2006

El metro

El metro es mi lugar de pensamiento por excelencia, no hago más que subirme a uno de sus vagones cuando mi mente se abstrae de todos los conflictos para concentrarse en sofismas y paradojas, incluso si llevo un libro u hojeo el pasquín, cualquier frase se detiene en el tiempo eterno del ruido incesante del tren (incluso si mi hijo me habla, porque no lo escucho, incluso si voy con Paz, porque ya me acostumbré a que se tire al suelo y protegerla de un eventual pisotón es un acto completamente mecánico a estas alturas).

¿Le pasará a muchas personas esto cuando van encerradas en el túnel sin más posibilidad de observar a (y ser observado por) los vecinos? ¿U otros aprovecharán la ocasión para disfrutar la diversidad humana en sus proporciones físicas (o quizás también sus expresiones sicológicas)? (Un amigo miraba a las mujeres, o ciertas zonas de la mujeres en el metro, con el exclusivo propósito de excitarse y masturbarse más tarde).

Y claro, ya estoy de vuelta en el tren subterráneo, rutina que había olvidado por completo durante las vacaciones escolares y, tal vez por ello también, hubiese perdido la costumbre de reflexionar sobre asuntos sin importancia o, mirado de otro punto de vista, tan importantes que no tienen respuesta y ocupan el vacío del vagón lleno.

26 febrero 2006

Trizas

Sucedió así:

S. viene a nuestro último encuentro donde yo pretendo rechazar su propuesta de matrimonio sin entar en explicaciones que, creo, es incapaz de comprender ahora (es decir, ni siquiera de querer escuchar). Es ese día en que me ofrece sexo, drogas y placer y en que trata de convencerme de consumir cocaína. A los dos días se va a Valdivia con una amiga (mientras me decía que los engaños se debían acabar, intentaba engañarme diciendo que esta amiga era la novia de otro). No sólo en el blog me dijeron que debía dejarlo, muchas otra voces me decían lo mismo, incluso una interior mía. Ya ni siquiera se trataba de un problema de "amor". S., entre otra cosas, me dijo que mi accidente era un castigo divino por quitarle la posibilidad de llevar a su hija en bicicleta. No pude negar que en esa expresión, la de "castigo divino", había un horroroso placer de su parte. Por otro lado, que la imagen quese había construido sobre mi era totalmente equivocada y servicial a sus propósitos (en el convencimiento de que soy una mujer sexualmente insaciable, me ofreció el pene de sus amigos, los labios de sus amigas, sin nunca querer escuchar mis verdaderso anhelos).

Así que llamó Pablo de Buenos Aires y le dije que sí, que lo esperaba... Y vino, nos fuimos unos días a la cordillera con los niños. Son aquellos días felices, pero tristes, pero felices, pero tristes...

Y S. llamó varios días y una mañana contesté.

- Mi amor, te quiero ver inmediatamente, quiero hacer el amor contigo ahora...- me dijo.
- No puedo, la verdad es que en este momento estoy con mi novio argentino.

En ese momento me amenazó que estaba muy jalado, que seguiría drogándose hasta matarse, o matar a Pablo, me dijo (otra vez) que era una puta que "chupaba el pico" por plata, que me odiaría toda la vida, que jamás me perdonaría, que me amaba y que yo no era más que una puta. No le dije nada. Llamó varias veces en el día, completamente drogado, hasta que desesperado se fue a la casa de sus padres.

Hablé con la madre por asuntos prácticos, como los días y horarios de visitas de la Paz.

Sin embargo, a pesar de la felicidad, de la tranquilidad que me da Pablo, la que siempre me ha dado, no pude dejar de pensar en S. Ciertamente hubiese corrido a abrazarlo y hacer el amor con él si de algo hubiera servido.

Hoy fui a dejar a la Paz a la casa de sus abuelos en la mañana, temprano. S, salió a recibirla. No me miró, no me saludó, no me habló y me cerró la reja en las narices a modo de despedida. Me quedé mirándolo cómo entraba en la casa y me fui.

Sentí rabia, aunque sabía que no debía sentirla. Después quise llorar. Luego, otra vez, deseé escapar lejos, muy lejos y, finalmente, vi cómo, a pesar de todo, la vida se hace trizas.