28 noviembre 2008

La vieja se sentó a la sombra del naranjo maduro.

Era apenas una rama que salía de un macetero grande, se elevaba buscando el sol entre las altas paredes y lucía tres frutos inalcanzables.

Desde abajo, la vieja casera, con un vaso de cerveza, le gritaba a uno de los vecinos de más arriba.

- Así, así, con el palo, dale, un poco más a la izquierda ¡no! a la izquierda, zopenco, a la izquierda ¿nunca aprendiste cúal era la izquierda?

- ¿Para qué?

- ¿Cómo para qué, desgraciada criatura?

- ¿Para qué quiere una naranja? ¿de qué le sirve una sola naranja? ¿por qué no va al supermercado y se compra un kilo de naranjas mejor? Así hace jugo...

- Que saques esa naranja te dicen y te callas.

El vecino colgaba con un palo en la mano por la ventana del segundo piso mientras la vieja escritora lo observaba. Tiraba golpes sin darle nunca a la naranja. Tiraba golpes como si estuviese más entretenido en hacer bailar el palo por el aire mientras la mitad de su cuerpo apenas se sostenía del borde, como si el desafío estuviese en seguirle el ritmo sin caerse, como si lo que quisiera fuera dejar que la fruta se cayera pos sí sola.

- ¡Pobre! - gritó casi acertándole.

- ¡Qué pobre! Es solo una naranja.

- No, pobre la vecina de abajo ¡qué mal lo debe de haber pasado en la comisaría!

La vieja lo miró. No podía ser que no le diera a la naranja. Este tipo algo se traía entre manos. ¿Por qué pobre si ella se la buscó? Nadie la obligó a tomar tanto alcohol ni menos pegarle a una vieja indefensa como ella. No, claro, no era indefensa. No era como esa naranja. Quizás este pobre bastardo quería darle la naranja a la de abajo. Sí, por eso le decía "la pobre", como si fuera pobre, pobre nada.

- Ya. Mañana sigo ¿quiere? ¿por qué no me convida un vaso de cerveza mejor?

- ¡Mírelo! Más encima que quiere regalarle la naranja.

- ¿Qué?

- ¡Que no, que sigas hasta que botes esa naranja!

A esa hora la sombra ya era noche.