10 febrero 2006
De la propuesta de matrimonio y la dama blanca
"Primero que nada, quiero que sepas que lo que te voy proponer no tiene nada que ver con que haya estado jalando, en realidad es el fruto de una semana entera de reflexión y sufrimiento, toda una semana, porque es el tiempo que has estado afuera, te fuiste sin avisarme, yo sin saber dónde estabas tú con la niña, claro, quiero que sepas que no es sólo la ausencia de mi hija, también es tu ausencia, no resisto tu ausencia, he pensado tanto en ti y en ese culo que me vuelve loco, sí, porque tú crees que yo sólo me acerco a ti para estar con mi hija, pero no, te equivocas, es a ti a quien también quiero, sí, ha sido un semana terrible... (con la tarjeta de Falabella saca una punta cocaína, la aspira y luego bebe un sorbo de vodka)... si me vuelves a hacer esto me matas, no sé, porque si tu no regresas hoy yo hubiese seguido en este ritmo, no he parado, no he dormido y es que no puedo dormir sabiendo que ustedes dos están lejos ¿lo entiendes?, así que he pensado mucho, incluso he hecho anotaciones que algún día me servirán para un corto y, al final, he pensado esto, que tú y yo tenemos que casarnos, yo ya te perdoné que te hayas metido con Iñaki, incluso acepto que te acuestes con el Gitano, yo daría lo que fuera porque tú tuvieras placer, ya no me importa y, además, podemos hacer un contrato, porque el matrimonio es un contrato, un contrato sexual, para no limitarnos a ningún placer, esta semana he experimentado tantas cosas... (jala y bebe)... escribí nuestro contrato de matrimonio ¿qué te parece?, claro, mira lo que te estoy diciendo, sobre todas las mujeres yo te prefiero a ti, por esta cosa sexual que tenemos, además de nuestra hija, porque, no es por alabarme a mi mismo, pero a mi las minas me llueven, cada vez más pobre y cada vez minas más ricas, no sé por qué, pero se me acercan, yo les gusto, pero no importa porque esta semana pensé que nosotros dos debemos casarnos, ya no importa nada más, yo te perdoné... (bebe) ... era el orgullo ¿sabes? descubrí que era el orgullo una noche que iba caminando con la judía por La Terraza, la judía es una mina hermosa, sorprendente, deslumbrante y esa noche que íbamos juntos me encontré con Iñaki, desde una mesa llena de gente me saludó al verme pasar, yo me acerqué con esta mina que sorprende a todos por lo estupenda que es y, entonces, el Iñaki me hace un gesto como diciendo "está re buena", ahí yo me di cuenta que yo podía tener a cualquier mina, así de regia como la judía y que no era digno de lástima porque tú y él me habían engañado... (jala y bebe)... era puro orgullo, pero después de eso, te perdoné, incluso lo perdoné a él porque Buda dice que el orgullo es la maldición del hombre, así es, así que ya no importa, lo que importa es el potencial sexual que tenemos los dos, además si nos casamos mis padres estarían muy felices ¿te acuerdas que te conté que mi papá te andaba victimizando?, bueno, lo que dijo fue que no aceptaba con ninguna mujer que no fueras tú, yo que tenía la posibilidad de ir con una minita al Lago, nada, me dijo que no, que cómo me atrevía, que a su cas no entraba otra mujer que no fueras tú, incluso nunca me dejó llevar a la judía, aunque a mí no me importa lo que mi padre piense, si no me quiere dejar entrar a su casa, no sé, contigo sí, pero si no aceptaras mi proposición, qué me importa que no me deje entrar, entonces me voy, me voy lejos, me voy a Francia porque puedo sacar pasaporte francés, de todas maneras deberías casarte conmigo porque, si me pasa algo, todo lo que a mi me corresponde de la herencia de mis padres, las propiedades, del fundo del Lago, del campo, de Valparaíso, eso te tocaría a ti, pero si todo se va a la mierda, yo me voy de aquí porque tampoco soy un buen padre, por ahí me dicen que soy bueno, que soy cariñoso, pero yo no hago nada por la Agustinita, nada, no sé hacerle ni la leche, cuando va a la casa de mis padres, es la Sonia la que hace todo, yo sólo miro, fumo y tomo café, ya sé que todo esto lo voy a pagar más tarde y ahora que tú me has quitado la única oportunidad de hacer algo con ella, andar en bicicleta... (jala y bebe)... ¿no lo has pensado? Deberías dejarme llevarla, yo soy estupendo conduciendo, de los 9 años que no me bajo de una bicicleta, cuando mis padres me tenían prácticamente abandonado, yo lo único que hacía era andar en bicicleta, te apuesto que no hay nadie que ande mejor que yo ¿no? ¿no? bueno, ya sé que fui imprudente ese día, pero te juro que nunca es así, que siempre me voy por el parque, estaba tan arrepentido después, sobre todo que te fuiste sin avisarme, qué sufrimiento, no podía hacer nada más que beber y jalar, tú si que sabes hacerme sufrir, era lo que decía el siquiatra, que yo soy masoquista y que para hacerme sufrir no hay nadie como tú, que por eso te amo y te busco, pero igual podemos casarnos, mi vida ¿cierto? yo estoy dispuesto a todo, a cuidarte, a protegerte, a ser cariñoso, en serio, pero no te vuelvas a desaparecer de esta manera que me vas a matar, así me vas a matar... (jala y bebe)"
08 febrero 2006
Los cinco extraños hábitos
La Artífice, desde su blog, me ha pasado esta cadena de los cinco extraños hábitos. Confieso que habría sido más fácil si me hubiesen pedido que fueran malos como leí en otro blog, pero, vamos, extraño ¿qué puede ser realmente extraño? Busqué en mis conductas algún síntoma de extrañeza y, después de todo, llegué a la conclusión de que soy una persona muy común con muchas malas costumbres, pero las misma de todos; sin embargo, enumero las posibles siguientes extrañezas que se repiten como un hábito:
(1)
Al entrar a mi casa se le pide a las visitas que se saquen los zapatos. No sé desde cuándo tengo esta costumbre que, desde que la mayoría se resistía, opté por limitarla al segundo piso. Probablemente la adquirí de mis demasiados años de judoca, donde para entrar al tatami, especie de suelo sagrado, hay que sacarse el calzado y saludar con una venia.
(2)
Me baño todas las noches, esté como esté, muy cansada o borracha, es un paso en el que soy intransigente, incluso con mis amantes. Mi madre me dice que es una costumbre adquirida durante la Unidad Popular donde, por alguna razón, mi padre y ella encontraron que era más expedito bañarse de noche que en las mañanas. Al pasar el tiempo, tal vez también por la influencia japonesa del judo, se transformó en una medida de higiene ¡qué asco acostarse sucia y transpirada en mis blancas sábanas!
(3)
Demasiado frecuentemente pienso que la solución a mis conflictos humanos es huir. Tomo una mochila con unas cuantas cosas indispensables, generalmente poco útiles, y parto donde el viento o la generosidad de otras personas me lleven. Una vez que me he marchado, no es necesario que pasen muchas semanas para que empiece a extrañar mi casa. Entonces vuelvo con la sensación de que no he solucionado nada, pero que lo pasé bien lejos de todos.
(4)
En esos mismos viajes suelo carecer de ropa de abrigo, así me esté yendo al polo mismo. No sé por qué me cuesta tanto echar un suéter, calcetines y saco de dormir, así que invariablemente termino pasando mucho frío.
(5)
Y también llevo mis cámaras fotográficas, croquera, conjunto de lápices gráfito, cuadernos de notas y varios libros para leer en la tranquilidad que encontraré durante el viaje. Las cámaras pesan y no traen recuerdos de viaje o, por lo menos, no los suficientes que ameritan el peso de ellas, sobre todo la cámara mecánica a la que, además, debo llevarle el exposímetro. Me sucede que una vez fuera no quiero perder tiempo en enfocar una situación cuando hay cientos igual de interesantes a mi alrededor y me parece que el uso de los sentidos es la mejor forma de preservar el recuerdo, aunque después, sin variación, termino lamentando no tener una fotografía de tal lugar o hecho. Demás está decir que tampoco encuentro la calma y el tiempo para sentarme a croquear o escribir ni menos para leer. Al final, mi mochila es una fardo de útiles que nunca ocupo.
Ahora el problema es que no encuentro cinco blogueros amigos a los que le pueda pasar esta tarea (y que no la hayan hecho ya), así que aquí van dos: Maestro de Radio Imaginaria y Malayo
(1)
Al entrar a mi casa se le pide a las visitas que se saquen los zapatos. No sé desde cuándo tengo esta costumbre que, desde que la mayoría se resistía, opté por limitarla al segundo piso. Probablemente la adquirí de mis demasiados años de judoca, donde para entrar al tatami, especie de suelo sagrado, hay que sacarse el calzado y saludar con una venia.
(2)
Me baño todas las noches, esté como esté, muy cansada o borracha, es un paso en el que soy intransigente, incluso con mis amantes. Mi madre me dice que es una costumbre adquirida durante la Unidad Popular donde, por alguna razón, mi padre y ella encontraron que era más expedito bañarse de noche que en las mañanas. Al pasar el tiempo, tal vez también por la influencia japonesa del judo, se transformó en una medida de higiene ¡qué asco acostarse sucia y transpirada en mis blancas sábanas!
(3)
Demasiado frecuentemente pienso que la solución a mis conflictos humanos es huir. Tomo una mochila con unas cuantas cosas indispensables, generalmente poco útiles, y parto donde el viento o la generosidad de otras personas me lleven. Una vez que me he marchado, no es necesario que pasen muchas semanas para que empiece a extrañar mi casa. Entonces vuelvo con la sensación de que no he solucionado nada, pero que lo pasé bien lejos de todos.
(4)
En esos mismos viajes suelo carecer de ropa de abrigo, así me esté yendo al polo mismo. No sé por qué me cuesta tanto echar un suéter, calcetines y saco de dormir, así que invariablemente termino pasando mucho frío.
(5)
Y también llevo mis cámaras fotográficas, croquera, conjunto de lápices gráfito, cuadernos de notas y varios libros para leer en la tranquilidad que encontraré durante el viaje. Las cámaras pesan y no traen recuerdos de viaje o, por lo menos, no los suficientes que ameritan el peso de ellas, sobre todo la cámara mecánica a la que, además, debo llevarle el exposímetro. Me sucede que una vez fuera no quiero perder tiempo en enfocar una situación cuando hay cientos igual de interesantes a mi alrededor y me parece que el uso de los sentidos es la mejor forma de preservar el recuerdo, aunque después, sin variación, termino lamentando no tener una fotografía de tal lugar o hecho. Demás está decir que tampoco encuentro la calma y el tiempo para sentarme a croquear o escribir ni menos para leer. Al final, mi mochila es una fardo de útiles que nunca ocupo.
Ahora el problema es que no encuentro cinco blogueros amigos a los que le pueda pasar esta tarea (y que no la hayan hecho ya), así que aquí van dos: Maestro de Radio Imaginaria y Malayo
07 febrero 2006
Del accidente
El domingo, regresando en mi bicicleta de la visita de Paz a la casa de sus abuelos, luego de una extraña mañana romántica con S. en su departamento (S. desnudo frente a mi leyendo una cita de Diógenes -es su estilo, lo de la filosofía- con una semana entera de consumo de drogas en su cuerpo, que, sin embargo, se mantiene bien), digo regresando yo porque, por un lado, ya le había dicho a S. que no lo dejaría llevar a la niña por las avenidas de esa manera y, por otro, porque él dormía a esa hora reponiéndose de la larga jornada que ya mencioné, a unas cuadras de mi casa, Paz comienza a jugar en el sillín de adelante, que ya me habían advertido era peligroso y yo con la letanía de las madres "quédate quieta que nos vamos a caer", una y otra vez, hasta que en un momento, entre juegos, cantos, risas y advertencias, la niña presiona el freno delantero.
Un amigo dice que en esos momentos hay un segundo eterno. Yo simplemente sentí la fuerza al salir disparada, el golpe en el pavimento y el llanto de la Paz. Me levanté como un resorte y corrí a ver a la niña al mismo tiempo que dos barrenderos que por allí circulaban. Tenía el rostro todo ensangrentado y un pie atascado en la rueda. Se darán cuenta que en ese momento uno se imagina lo peor, un rostro cubierto de sangre puede esconder cualquier cosa bajo el fluido. Los barrenderos se encargaron de sacarle el pie de la rueda mientras me decían que le revisara los dientes. Después, ya que estaba tan cerca de casa, me ayudaron a llevar la bici. Entrando le lavé la cara. Un consuelo, no se veía nada mal, pero aún estaba muy nerviosa y llamé a un amigo que me acompañó a la posta. Nos fuimos a la más cercana que, sin embargo, no tiene pediatría y, por eso mismo, todo fue más expedito, nos hicieron pasar sin pedirnos nada. Nos atendió un médico joven en medio de los extraños lamentos de señoras gordas. La revisó entera y sólo tenía el labio roto (por eso tanta sangre) por el lado interior.
- No, no tiene nada- me dijo- Estos moretones son antiguos... ¿acaso usted la golpea?
Yo me reí pensando que era una broma, pero luego me di cuenta de que no lo era, pero no dije nada porque, evidentemente, tampoco lo reconocería su fuera así. Me miró con suspicacia y yo pensé que con razón, en un hospital público ¿cuántos padres llegaran diciendo que los niños se cayeron después de haberlos golpeado con ensañamiento? La única prueba, en ese momento, era que yo estaba herida. Nos dejó ir.
Nos fuimos a casa. Paz ya se había tranquilizado. Entonces pensé que era un milagro que a la niña no le hubiese pasado nada. El siguiente pensamiento fue cómo enfrentar a S. después de haberle gritado como loca su temeridad y haber sido yo la que, finalmente, había tenido un accidente.
Esperé que esa noche llegara a visitarnos, que viera a la niña completamente sana y normal y, entonces, contarle. Lo primero que me dijo era lo que me esperaba "a mi esto no me habría pasado", pero tuve que guardar silencio y agachar la cabeza.
Un amigo dice que en esos momentos hay un segundo eterno. Yo simplemente sentí la fuerza al salir disparada, el golpe en el pavimento y el llanto de la Paz. Me levanté como un resorte y corrí a ver a la niña al mismo tiempo que dos barrenderos que por allí circulaban. Tenía el rostro todo ensangrentado y un pie atascado en la rueda. Se darán cuenta que en ese momento uno se imagina lo peor, un rostro cubierto de sangre puede esconder cualquier cosa bajo el fluido. Los barrenderos se encargaron de sacarle el pie de la rueda mientras me decían que le revisara los dientes. Después, ya que estaba tan cerca de casa, me ayudaron a llevar la bici. Entrando le lavé la cara. Un consuelo, no se veía nada mal, pero aún estaba muy nerviosa y llamé a un amigo que me acompañó a la posta. Nos fuimos a la más cercana que, sin embargo, no tiene pediatría y, por eso mismo, todo fue más expedito, nos hicieron pasar sin pedirnos nada. Nos atendió un médico joven en medio de los extraños lamentos de señoras gordas. La revisó entera y sólo tenía el labio roto (por eso tanta sangre) por el lado interior.
- No, no tiene nada- me dijo- Estos moretones son antiguos... ¿acaso usted la golpea?
Yo me reí pensando que era una broma, pero luego me di cuenta de que no lo era, pero no dije nada porque, evidentemente, tampoco lo reconocería su fuera así. Me miró con suspicacia y yo pensé que con razón, en un hospital público ¿cuántos padres llegaran diciendo que los niños se cayeron después de haberlos golpeado con ensañamiento? La única prueba, en ese momento, era que yo estaba herida. Nos dejó ir.
Nos fuimos a casa. Paz ya se había tranquilizado. Entonces pensé que era un milagro que a la niña no le hubiese pasado nada. El siguiente pensamiento fue cómo enfrentar a S. después de haberle gritado como loca su temeridad y haber sido yo la que, finalmente, había tenido un accidente.
Esperé que esa noche llegara a visitarnos, que viera a la niña completamente sana y normal y, entonces, contarle. Lo primero que me dijo era lo que me esperaba "a mi esto no me habría pasado", pero tuve que guardar silencio y agachar la cabeza.
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