Sara odió a Guzmán, con un rencor anudado en sus entrañas, hasta el día de su muerte, poco después de cumplir los noventa y seis años. Era un odio que uno no podía comprender.
Sara había llegado del campo a los catorce años, cuando su madre analfabeta , que bordeaba apenas los cuarenta, falleció . Hasta entonces, cada día después de cruzar el río y los pastizales de regreso a casa, le había rogado que la dejara seguir estudiando, porque la educación de las chicas en aquella época y por aquellos lugares, se terminaba en la primaria. Así pues, en su lecho de muerte, le pidió a sus hijos varones que se encargaran de los estudios de la menor.
No bien enterraron a la mujer, los hermanos la mandaron a la capital a la casa de un tío, hermano del padre, que por entonces ya concretaba un tercer matrimonio con una mujer, como siempre, más joven. Habitaba en el barrio República y su nombre era Luis Guzmán. Era la primera vez que sobrina y tío se veían.
(continuará...)
10 septiembre 2005
08 septiembre 2005
07 septiembre 2005
Memorias de la educación sexual: "Deporte"
En la casa de mi abuela se juntaba mi madre con mis entrenadoras a beber, comer y conversar. Yo me sentaba detrás de las puertas a escuchar hasta que me quedaba dormida a alguna hora de la madrugada. Mi abuela era de una generación de mujeres pioneras que decidieron estudiar y ser profesionales universitarias por una cuestión de vocación personal en una época en que todavía no se hacía la diferencia entre las dueñas de casa y las otras mujeres. Mi madre era de una generación que se liberó sexualmente con la píldora anticonceptiva, pero que era dueña de casa sin culpa, ni vergüenza, ni ideología, de esas a las que incluso les habían enseñado que ser una “buena ama de casa” era un virtud, sobre todo para la economía doméstica: era lo que se era y se trabajaba fuera del hogar como una forma de liberación de tareas que les resultaban tediosas. Mis entrenadoras eran de una generación que había luchado ideológicamente por la igualdad de la mujer frente a los derechos de los hombres y que, de alguna manera, todavía estaban luchando. La dueña de casa era un ya un concepto transitivo. Y yo sería de una generación en que el concepto “dueña de casa” sería una ofensa, una suerte de reducción de la mujer a labores estúpidas que ella no merecería. A veces, entre ellas, había generaciones intermedias, como estudiantes universitarias que, por alguna razón, disfrutaban estas eternas veladas de toque de queda con vino de la bodega de mi abuela y lo que hubiese de comer. Yo tenía unos once años y el deporte era importante para mi porque era agresiva y ésta era la única forma de controlar mi agresividad, había dicho un psicólogo, cuando la psicología empezaba a ser importante.
- Yo- dijo Eugenia, una de mis entrenadoras, campeona panamericana, tercera en unos Juegos Olímpicos- quisiera tener un hombre por cada día.
“¡Un hombre por cada día!”, pensé detrás de la puerta.
- ¿No te bastaría con la mitad?- preguntó Maritza, mi entrenadora favorita, que me adoraba, campeona sudamericana.
- ¡Claro que no!- contestó una invitada, seleccionada universitaria.
- ¡Claro que no!- reafirmó Eugenia- Uno diferente cada día, y que al llegar la noche te haga el amor el que uno elija.
- Más de uno- acotó la universitaria- ya sabes, los hombres tienen sexo y después se duermen. Yo haría, cada día, una selección de cinco hombres de los 365, para que me hicieran el amor uno tras otro. Así si se duermen, no importa.
- Y que hubiese varios negros- agregó Eugenia.
- ¡Sí, claro!- contestaron varias al unísono.
“¿Y por qué varios negros?”, pensé detrás de la puerta.
- Y que todos esos hombres la mantengan a una- agregó mi madre para quien el verbo “mantener” tampoco era un insulto como lo sería para mí más tarde.
- ¡Eso!- gritaron todas- Que nos hagan muchos regalos…
- ¡Váyanse a conversar cochinadas a otra parte!- pasó mi abuela con su olla oliendo a pescado rancio.
Está claro que a esa edad mis entrenadoras eran mi modelo y si ése era su deseo yo debería intentarlo. En este instante debo reconocer que, a pesar de los esfuerzos que he puesto en ello, no he logrado superar los tres hombres por día, lo que algunos tienden a llamar promiscuidad, con un dejo de juicio valórico negativo, sin saber que si una mujer necesita tres o cinco hombres al día es porque ellos no son capaces de satisfacer todas las necesidades de una mujer ni siquiera en un solo día de sus vidas. Claro está que menos aún he logrado hacer el amor con 365 hombres (ni uno negro) en un año, menos aún que esos 365 hombres estén a mi disposición en el momento que yo desee, ni menos que esos 365 hombres trabajen para mantenerme y regalarme innumerables obsequios. Estas son cosas que hoy en día no se pueden admitir en voz alta, es decir, desear que 365 hombres la mantengan a una para una dedicarse al placer que cinco de ellos le dan diariamente. He llegado a pensar, incluso, que mis entrenadoras estaban un poco equivocadas, que esto no es posible en ninguna parte del mundo y que una se debe conformar un con un solo hombre que al primer intento se quede dormido mirando la otra pared (y si se tiene suerte, el cielo raso); sin embargo, hay que perseverar, tal vez algún día logre que 365 hombres me amen, me mantengan, me obsequien y me hagan el amor por lo menos cinco veces al día por toda una vida.
- Yo- dijo Eugenia, una de mis entrenadoras, campeona panamericana, tercera en unos Juegos Olímpicos- quisiera tener un hombre por cada día.
“¡Un hombre por cada día!”, pensé detrás de la puerta.
- ¿No te bastaría con la mitad?- preguntó Maritza, mi entrenadora favorita, que me adoraba, campeona sudamericana.
- ¡Claro que no!- contestó una invitada, seleccionada universitaria.
- ¡Claro que no!- reafirmó Eugenia- Uno diferente cada día, y que al llegar la noche te haga el amor el que uno elija.
- Más de uno- acotó la universitaria- ya sabes, los hombres tienen sexo y después se duermen. Yo haría, cada día, una selección de cinco hombres de los 365, para que me hicieran el amor uno tras otro. Así si se duermen, no importa.
- Y que hubiese varios negros- agregó Eugenia.
- ¡Sí, claro!- contestaron varias al unísono.
“¿Y por qué varios negros?”, pensé detrás de la puerta.
- Y que todos esos hombres la mantengan a una- agregó mi madre para quien el verbo “mantener” tampoco era un insulto como lo sería para mí más tarde.
- ¡Eso!- gritaron todas- Que nos hagan muchos regalos…
- ¡Váyanse a conversar cochinadas a otra parte!- pasó mi abuela con su olla oliendo a pescado rancio.
Está claro que a esa edad mis entrenadoras eran mi modelo y si ése era su deseo yo debería intentarlo. En este instante debo reconocer que, a pesar de los esfuerzos que he puesto en ello, no he logrado superar los tres hombres por día, lo que algunos tienden a llamar promiscuidad, con un dejo de juicio valórico negativo, sin saber que si una mujer necesita tres o cinco hombres al día es porque ellos no son capaces de satisfacer todas las necesidades de una mujer ni siquiera en un solo día de sus vidas. Claro está que menos aún he logrado hacer el amor con 365 hombres (ni uno negro) en un año, menos aún que esos 365 hombres estén a mi disposición en el momento que yo desee, ni menos que esos 365 hombres trabajen para mantenerme y regalarme innumerables obsequios. Estas son cosas que hoy en día no se pueden admitir en voz alta, es decir, desear que 365 hombres la mantengan a una para una dedicarse al placer que cinco de ellos le dan diariamente. He llegado a pensar, incluso, que mis entrenadoras estaban un poco equivocadas, que esto no es posible en ninguna parte del mundo y que una se debe conformar un con un solo hombre que al primer intento se quede dormido mirando la otra pared (y si se tiene suerte, el cielo raso); sin embargo, hay que perseverar, tal vez algún día logre que 365 hombres me amen, me mantengan, me obsequien y me hagan el amor por lo menos cinco veces al día por toda una vida.
06 septiembre 2005
Identidad
Imagen uno:
Miri Stiolotis y yo frente a frente defendiendo la autoría de las ilustraciones. Ella insiste, tozuda, en su versión. Dice que Dominga es parte de su imaginario, que ella la creó y que yo soy la plagiadora.
- ¡Delincuente asquerosa!- le grito- ¡Mal nacida! Es como si me quitaras a mis hijos que los tuve yo, yo, yo... Dominga salió de mi cabeza, no de la tuya.
Pero ella no da su brazo a torcer.
Imagen dos:
Un capítulo del Chapulín Colorado, o también recuerdo uno del Hombre Araña, en que se duplican los cuerpos, otro se apodera de la forma de uno, del original. El Chapulín Colorado está desesperado porque le crean que él es él y no el impostor, pero, claro, el impostor es un actorazo y, además, tiene la sangre fría para seguir mintiendo hasta el final.
Miri Stiolotis y yo frente a frente defendiendo la autoría de las ilustraciones. Ella insiste, tozuda, en su versión. Dice que Dominga es parte de su imaginario, que ella la creó y que yo soy la plagiadora.
- ¡Delincuente asquerosa!- le grito- ¡Mal nacida! Es como si me quitaras a mis hijos que los tuve yo, yo, yo... Dominga salió de mi cabeza, no de la tuya.
Pero ella no da su brazo a torcer.
Imagen dos:
Un capítulo del Chapulín Colorado, o también recuerdo uno del Hombre Araña, en que se duplican los cuerpos, otro se apodera de la forma de uno, del original. El Chapulín Colorado está desesperado porque le crean que él es él y no el impostor, pero, claro, el impostor es un actorazo y, además, tiene la sangre fría para seguir mintiendo hasta el final.
La columna sobre Fernando-al-Rashid
C amino al colegio, le cuento a Fernando la historia del plagio del libro de Dominga y termino preguntándole:
- ¿Qué te parece?
- Bien.
- ¡¿Cómo bien?! ¡Una chica copió mis dibujos de Dominga y los está vendiendo!
- Bueno, pero ella los copió; en cambio, tú puedes hacer otros libros.
-...
- Y si lo que te interesa es la plata... bueno, mamá, puedes hacer otros libros para vender ¿o no?
-...
-...
-...
-...
- Tal vez tengas razón.
- ¿Qué te parece?
- Bien.
- ¡¿Cómo bien?! ¡Una chica copió mis dibujos de Dominga y los está vendiendo!
- Bueno, pero ella los copió; en cambio, tú puedes hacer otros libros.
-...
- Y si lo que te interesa es la plata... bueno, mamá, puedes hacer otros libros para vender ¿o no?
-...
-...
-...
-...
- Tal vez tengas razón.
05 septiembre 2005
Imágenes en cuestión: ¿todas plagiadas?
La que yo vi en la tienda Veracruz del Drugstore (claro que con el collarcito rojo y los pompones colorados... ¡qué pilla! ¿no?):
Otras, que si las ven... bueno... ya saben donde me encuentran.
Otras, que si las ven... bueno... ya saben donde me encuentran.
El honor de la ira
(necesito un trago)
- ¡Ah! Te tengo que dar una mala noticia- me dice tomando el libro de Dominga mientras se va al baño de la editorial.
"¡Oh, no! No se va a publicar el libro. Cagué con el pago", pensé.
- Una amiga pasó por la tienda Veracruz y me preguntó si estás vendiendo tus ilustraciones...
- No (¡glup!)
- Eso es lo que yo pensé y le dije que no me parecía, pero ella insiste en que vio un cuadrito con tu ilustración de Dominga buscando a su sombra debajo del gato.
- ¿Mi ilustración?
- Claro que no estoy segura porque no la he visto, pero por lo que ella me dijo es la misma del libro.
- Creo que necesito un café con una aspirina.
(creo que necesito un trago)
- ¡Taxi!- gritó tres horas después, terminada la reunión- ¿Qué hora es?
- Un cuarto para las ocho, señorita.
- Necesito llegar al Drugstore antes de las ocho.
- ¡Metámole chala, entonces!
(de verdad, necesito ese trago)
- ¿Cuánto cuesta este cuadrito?- le pregunto a la vendedora mientras miro a Dominga buscando su sombra debajo del gato, sólo que este gato tiene un sutil collar rojo y Dominga unos ridículos pompones colorados en los zapatos.
- 24.950 pesos.
- ¿Y quién es la "artista"?
- Ahí sale la firma... "Stiolotis".
- Yo digo el nombre.
- Miri Stiolotis. Ahí tiene otros cuadros de ella.
- No, gracias. No me lo llevo.
(un café cargado... No, un trago, un pisco sour... mejor un café... no, no, un trago en casa)
- ¡Ah! Te tengo que dar una mala noticia- me dice tomando el libro de Dominga mientras se va al baño de la editorial.
"¡Oh, no! No se va a publicar el libro. Cagué con el pago", pensé.
- Una amiga pasó por la tienda Veracruz y me preguntó si estás vendiendo tus ilustraciones...
- No (¡glup!)
- Eso es lo que yo pensé y le dije que no me parecía, pero ella insiste en que vio un cuadrito con tu ilustración de Dominga buscando a su sombra debajo del gato.
- ¿Mi ilustración?
- Claro que no estoy segura porque no la he visto, pero por lo que ella me dijo es la misma del libro.
- Creo que necesito un café con una aspirina.
(creo que necesito un trago)
- ¡Taxi!- gritó tres horas después, terminada la reunión- ¿Qué hora es?
- Un cuarto para las ocho, señorita.
- Necesito llegar al Drugstore antes de las ocho.
- ¡Metámole chala, entonces!
(de verdad, necesito ese trago)
- ¿Cuánto cuesta este cuadrito?- le pregunto a la vendedora mientras miro a Dominga buscando su sombra debajo del gato, sólo que este gato tiene un sutil collar rojo y Dominga unos ridículos pompones colorados en los zapatos.
- 24.950 pesos.
- ¿Y quién es la "artista"?
- Ahí sale la firma... "Stiolotis".
- Yo digo el nombre.
- Miri Stiolotis. Ahí tiene otros cuadros de ella.
- No, gracias. No me lo llevo.
(un café cargado... No, un trago, un pisco sour... mejor un café... no, no, un trago en casa)
El cuerpo cortado
"Nunca decías que no, nunca te negabas a nada. No te andabas con remilgos".
"Hacías las cosas con naturalidad, ni reticente ni viciosilla, de vez en cuando una pizca masoca..."
"Te considerábamos un fenómeno; incluso con un montón de tipos, eras la misma hasta el final, a su merced. No jugabas a ser la mujer que quiere complacer a su hombre ni a la gran puta. Eras como un compañero-chica".
"Catherine, cuya tranquilidad y ductilidad en todas las circunstancias son dignas del más grande elogio".
Tales son los halagos que, según Catherine Millet, definen su rasgo dominante y que yo, evidentemente, envidio.
¿Cómo era capaz esta mujer de hacer todo aquello, siempre bien dispuesta a todas las orgías que se le presentaban, como un acto natural, en algunos parques, casa de amigos o lugares favoritos?
No puedo, cada vez que tomo el libro de mi velador, avanzar más de quince páginas sin que la noche me quede interrupta, sin que la semana me quede interrupta, sin que mi cuerpo quede interrupto.
"Hacías las cosas con naturalidad, ni reticente ni viciosilla, de vez en cuando una pizca masoca..."
"Te considerábamos un fenómeno; incluso con un montón de tipos, eras la misma hasta el final, a su merced. No jugabas a ser la mujer que quiere complacer a su hombre ni a la gran puta. Eras como un compañero-chica".
"Catherine, cuya tranquilidad y ductilidad en todas las circunstancias son dignas del más grande elogio".
Tales son los halagos que, según Catherine Millet, definen su rasgo dominante y que yo, evidentemente, envidio.
¿Cómo era capaz esta mujer de hacer todo aquello, siempre bien dispuesta a todas las orgías que se le presentaban, como un acto natural, en algunos parques, casa de amigos o lugares favoritos?
No puedo, cada vez que tomo el libro de mi velador, avanzar más de quince páginas sin que la noche me quede interrupta, sin que la semana me quede interrupta, sin que mi cuerpo quede interrupto.
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