03 abril 2006

Sesión Nº 29

El lugar era extrañamente pastel, matices de café con leche, cortinas beige con guardas vainilla y lúcuma, una planta moribunda al lado de una ventana que, probablemente, daba a un balcón cerrado. Mi sillón era cómodo. El de ella era ostentoso, de cuero, café también, acolchado. Detrás, un cuadro enmarcando un afiche de un estilo que podría adivinarse impresionista: más tonos pastel, un paisaje de flores, un sombrero que dejaba ver el rostro de un mujer feliz. Movió el lápiz dorado sobre el papel de roneo cuadriculado.

- Bueno, quiero que hablemos de sexo- me dijo.

- ¿De sexo?

- De su sexualidad.

- ¿De la mía?

- Sí, claro ¿de quién pensaba?

-...

- Vamos, siéntase en la libertad de comenzar por donde quiera.

-...

-...

-...

- Y ¿bueno?

- No sé por dónde empezar.

- Está bien. ¿Le gustaría empezar por el final?

- ¿Cuál final?

- El último tiempo, ¿cómo se ha sentido?




Hace unos días, el Gitano me convidó a unas cervezas en la noche. Ésa es una vieja estrategia que todos, alguna vez, han practicado. Un par de copas en el cuerpo y la calentura se desenfrenaba. "La autodestrucción", me dijo una amiga evocando una relación en el baño del tren. Lo encontré excitante, aunque no me excitaba... ahora. A los veintiún años, yo también lo hice, pero no en el baño, sino en las puertas abiertas entre dos vagones, sintiendo el viento helado recorrerme mientras un sujeto, que también conocí en el bar, lamía mi vagina. Por supuesto que podría haberme caido del tren o contagiarme alguna enfermedad sexual. Eso temía mi amiga. "No te lamentes", le dije, "ya pasó". "Yo, en cambio" agregué, "he aprendido a sublimar". Sin embargo, era yo quien ahora lo lamentaba, más allá de los peligros, de la irresponsabilidad, deseé no haber aprendido a dirigir mi energía sexual para otros lados, como si fuera un globo lleno de agua que cae en un cactazal. Hace tiempo que la cerveza no hace lo suyo.

- Ya no soy la mina caliente que conociste- le advertí cuando sólo sentía sueño.

- Nunca lo fuiste.

- ¿No? ¿Y por qué me lo decías?

- No había conocido otras mujeres.

- Yo pensé que era insaciable.

- Pues, no.




- No he sentido nada.

- ¿Nada?

- ...

- ¿Nada?

- No quisiera decirlo, pero he sentido desagrado. No puedo hacer el amor, no puedo tener relaciones placenteras... como antes... quisiera que no me importara... como antes.

- ¿Qué no le importaba antes?

- Gozar... No sé.

- ...

Recordé su cuerpo erguido sobre el mío, yo entre sus piernas, él masturbándose, yo tratando de agarrar su pene con mi boca, el espejo sujeto con unas cintas en el televisor frente a la cama, los anillos negros en nuestras manos, mi cuerpo extendido, bella, insaciable para él. Me excité.

- Ahora hay cosas que me dan asco, como chupar un pene.

- ¿Siempre le da asco?

- No.

- ¿Qué quiesiera hacer?

- Masturbarme.

- ¿Ahora?

- ...

- ¿Conmigo?

- ¿Puedo?