10 diciembre 2005

Extemporáneo

Él: ¡Qué forma tan anticuada de hablar!
Yo: ¿Te parece? Creo que si la situación social fuera diferente podría utilizar otro calificativo, pero muchas veces me parece que demasiados aspectos venimos recién saliendo del oscurantismo.
Él: Hablar de "pequeña burguesía" es tan anticuado. Ojalá que no le traspases ese resentimiento social a tu hija.

Yo, recuerdo:
(1) Borracha, pegándole en la calle a D, gritándole no eres más que un hijito de su papá y él y tú eres una maldita resentida social.
(2) Mi padre muerto y mi madre y yo viviendo en Ñuñoa después de la casita DFL2 en Lo Curro, ella llorando a escondidas porque mis amigas del barrio alto de pronto dejaron de invitarme a sus cumpleaños y a la playa en las vacaciones, le prendería fuego a todo ese barrio, decía y yo le contestaba eres una resentida social.
(3) Ella: ¿No creerás que nadie hace un favor sin pedir nada a cambio ? ¿Acaso tu pensarías que yo te haría un favor sin esperar alguna recompensa? (Al lado: ¡Teresa, vaya a ver a la niña!)
Yo: (Breve silencio, nunca había sido tan directa) No; sin embargo, sigo pensando que el único error de María fue ser ingenua e ignorante en la forma de proceder de este medio y que el mayor error fue de la editorial que, teniendo la experiencia suficiente, no le advirtió de los gastos y comisiones... ¿sabes? no todos los círculos sociales obran con la misma mentalidad, hay lugares en que un favor es un favor y una transa es una transa.
(4) Yamilé vivía en un población de Renca, en una vivienda social de 45 metros cuadrados. A veces tenía que salir sin los niños y la vecina se quedaba con ellos. Nunca le cobró nada. Aunque, seguramente, Yamilé más de alguna vez le convidó una taza de azúcar.
(5) Ella: No puedo ir esta tarde al cumpleaños de tu hija, tengo que ir a buscar mi auto nuevo, aunque lo intentaré después... (Por supuesto, nunca llegó ni llamó).
(6) María: ¿No seremos muy envidiosas y unas resentidas sociales?
Yo: Si no hay una mejor manera de definirlo, diría que no somos envidiosas, pero sí unas resentidas sociales.

Yo: Es que no encuentro una mejor definición que esa: pequeños burgueses, lastimosos arribistas que se deslumbran con un auto, con las empleadas que les cuida a sus hijos mientras las hacen dejar sus propias vidas de lado y que terminan viviendo en Las Condes o La Reina porque el aire es mejor, para quienes un pedazo de metal con ruedas es más importante que la hija de una amiga (casi me pongo a llorar).¨
Él: Ya, déjate de quejarte, es uno el que acepta estas condiciones... mejor busca una solución.
Yo: (pensé: y es que tú también eres un pequeño burgués)... Sí, claro.

09 diciembre 2005

Pérdida

Bueno... por alguna razón mis cinco o seis lectores se han reducido a... uno.

Cada día este diario es más privado, a pesar de su situación pública. Lo bueno es que ya sé que no lo leen muchas personas de las que no he hablado muy bien... últimamente, aunque resulta curioso, por decirlo de alguna manera, que muy pocos se llegan a sentir identificados con el personaje que ellos mismos encarnan en estas historias.

O, quizás, la contigencia política tome la relevancia que no tiene la vida de un sólo ciudadano.

Hasta los votos del domingo, la verdad es que no se puede pensar ni hablar de otra cosa.

07 diciembre 2005

Miserable

Me recibió afectuoso, como la mayoría de las veces, no había ni un rastro de molestia o enojo u ofensa y él no es una persona dada a la hipocresía, aunque lo intentara. Entonces, me pregunté, ¿por qué me dijo que su padre estaba muy enojado por el asunto del nombre de la Paz? (Incluso me pregunté: entonces ¿para qué me invitó al Lago en febrero?)

- ¿Tú todavía le crees?, me dijeron.
- Desgraciadamente, parece que sí, que insisto en querer creerle.
- ¿Todavía no te das cuenta que es un mentiroso y un manipulador compulsivo, además de drogadicto... un enfermo mental?

Planteado así es duro y, además, estúpido de mi parte ("La imbecilidad... se necesita la...")

Luego, lo invité a pasar: estaba muy cansado, había sido un día agotador con la Paz, había tenido que jugar con ella y, más encima, habían dormido, los dos, una muy mala siesta (respuesta para la inquietud del Lago: si se cansa una tarde con la niña, ¿no será que necesita una empleada que se la cuide durante los veinte días que piensa irse allá, mientras él fuma caños, se emborracha, juega fútbol, pesca y realiza otras actividades incompatibles con una chica de dos años?). Entonces me reí: supongo que tienes una familia esperando en tu casa y no puedes tomarte una cerveza conmigo. No, la verdad, es que era el Pancho quien lo esperaba, desde la semana pasada que no se veían...

Furia. Eso es lo que sentí. No sé si por él o por insitir yo en creer que soy "algo" para él (ya ni siquiera la madre de su hija, sino una mina a la que hay que estar manipulando para que no le quite la posibilidad de ver a su niña). Furia. Sé de hombres que no dudarían en aceptar tomar una cerveza conmigo y, eventualmente, hacer el amor. Y, sin embargo, éste no.

Entonces pensé en ella, una amiga... esta mina tiene razón, lo que tengo es una obsesión, no puede ser que no deje de pensar en un ser tan despreciable. Tal vez no vaya al siquiatra, pero desde hoy, comienzo a trabajar en esta patología absurda.

En el proceso, no sería contraproducente que apareciera un hombre, con un cuerpo que me haga olvidar ese otro con los sesos en descomposición.

06 diciembre 2005

¡Cuidado: Sociedad Limitada!

Hugo y Luis tenían cinco años de diferencia y eran hermanos de un mismo padre. Al morir su padre, sus destinos se separaron. La madre de Luis se casó con un empresario y llevó, siempre, una vida muy acomodada, ustedes saben, buenos colegios, empleadas domésticas que iban detrás de él ordenando, varias carreras universitarias, departamento en un barrio pudiente a los veintitantos, automóvil, deportes y gustos caros y la posibilidad de trabajar cuando quisiera en la empresa de su padrastro.

La madre de Hugo, en cambio, que era socialista, tuvo que partir exiliada, primero a Alemania, luego a España, buscando un lugar con costumbres más parecidas a las nuestras para su hijo que, sin embargo, nunca llegó a ser más que un sucio inmigrante, de piel oscura y aspecto indígena, por más que eso no se notara en nuestro país. Tal como la mayoría de aquellos niños que crecieron en el extranjero, expulsado el Dictador, Hugo quiso un día volver a su tierra natal para que reconocer sus orígenes. A los veinte años tomaron unas pocas cosas, algunos libros y su gato regalón y llegaron sin nada, aunque para ellos la educación española era una garantía para que Hugo encontrara un buen trabajo.

No fue así. Hugo, como la mayoría, cayó en el círcuito de los explotados, aunque su hermano lo recibió con los brazos abiertos. Fue un maravilloso reencuentro de hermanos que comenzaron a aprovechar todo el tiempo que habían estado separados, hasta que, en algún momento, nació el proyecto de crear una editorial. Hugo puso todo el esfuerzo, pues carecía de dinero y menos de la posibilidad de ahorrar y Luis, apelando a su madre, puso el capital necesario para hacer efectiva la sociedad ante las leyes y, sobre todo, impuestos internos. Todos ganaban en apariencia: Hugo obtenía un trabajo digno y Luis invertía en un negocio que le daría más rentas.

Sin embargo, el dinero lo corrompe todo: Hugo comenzó a sentir que trabajaba mucho y solo, y Luis que no obtenía las ganancias necesarias para un departamento nuevo, pero sobre todo comenzó a sospechar que Hugo se quedaba con dinero que le correspondía a él.

Aquí viene el clímax: Luis le tendió una trampa a su hermano para comprobar sus sospechas y, según sus conclusiones, el asunto era como él había mal pensado y decidió terminar con la sociedad bajo la excusa de que Hugo lo estaba engañando y lo hacía vivir en una constante inseguridad, inseguridad económica que ya sabemos Luis nunca ha conocido.

- Luis y su madre me van a presentar una oferta para disolución de la sociedad, le contó Hugo a una amiga.

- Pues, entonces ten mucho cuidado: nadie que tenga tanto dinero, por buenos que parezcan, han dejado de pasar por encima de otros, explotándolos o despojándolos de lo poco que tienen; cada empresario que tiene hijos en universidades caras, con departamentos y automóviles, lo han hecho a costa de la necesidad y la pobreza de otros muchos.

- Eres muy mal pensada, le contestó Hugo, quien todavía buscaba una explicación lógica para los actos de su hermano.

- Sólo ten cuidado.

05 diciembre 2005

Estigma

Antesala de la salida a la playa: me llama y me dice:

- Tengo piojos. Revisa a los niños.

Nos pasamos amaneceres y atardeceres despiojando a los chicos. Paz, que tiene poco pelo y es rubia, fue fácil, pero Fernando tiene una abundante cabellera castaña propicia para formar médanos de estos parásitos. Llegamos y no logramos erradicarlos de su cabeza. Así imposible llevarlo al colegio (los mandan de vuelta si les encuentran piojos o liendres a los niños) y apenas entrando a una peluquería nos echan afuera, descontados los gritos de Fernando debajo de la cama porque no quiere cortarse el pelo. Pablo, que viene de Buenos Aires donde la pediculosis ya no es un asunto que preocupe mayormente, me dice "¡che, pero si en las peluquerías están acostumbrados!". Nos tuvieron que sacar de dos para que se convenciera de que aquí las cosas son diferentes, pero como tiene paciencia partió el solo con Fernando a buscar otra peluquería (yo no me quería arriesgar más a ser desalojada de esa manera).

Es así, pongo un pie en Santiago y comienzan los dolores de cabeza. Antes pensaba que era el aire contaminado, pero ahora me resulta evidente que son otras las cosas contaminadas en esta ciudad, los pequeños burgueses enriqueciéndose, la discriminación propagada, la explotación sin descaro, las amistades por conveniencia (y aceptadas así en su juego de los intereses) y, claro, la repetición sistemática de estos síntomas a medida que se va cambiando de peldaño.

Al lado de esto, la pediculosis es un juego de niños.