03 noviembre 2005

En el Ravello.

Quedamos de encontrarnos en el restorán de Palermo un cuarto para las once. Llegué puntual y, algunos minutos después, mientras me tomaba una cerveza, llegó Mónica.

Trato de buscar las palabras que puedan definirla. Cálida y talentosa, sería un buen resumen. Tuve la dicha de ver en su su taller los originales del cuento que ganó el premio Norma-Fundalectura. El texto es de Silvia Schujer, pero está tan maravillosamente ilustrado que el todo es eso: un todo indisoluble.

A medida que charlábamos, picoteando una variedad de temas, me entregaba las pautas de su forma de trabajo. Y, claro, sentí más que nunca lo lejos que estoy de todo, sobre todo de su generosidad.

Bah... no se vaya a pensar que Mónica es perfecta. Se hace ver tan humana e imperfecta como todos. Me parece que de la mano de su obra, todas sus obras, también va un tormento, del que no hablaré porque no me pertenece. Lo mejor de ella es que, a pesar de lo conocida que es acá, te hace sentir acompañada, como si te recogiera en sus brazos sin importar nada y te susurrara al oído todo lo que te puede enseñar. Y uno la siente más grande, pero tan igual al mismo tiempo.

Sueño

Una plaza grande con una suerte de montaña rusa para skaters. Fernando está adentro. Paz intenta subirse, pero logro bajarla. Luego se duerme en el pasto. Entonces lo veo y grito su nombre. Corre temiendo que le haya sucedido algo y la toma en brazos.

- Vamos a tu casa?- le propongo.
- No.
- Por qué no?
- No te amo.
- Pero al menos te excitaré.
- No... no me produces nada.

Giro y miro la plaza, que me parece más grande. Los dos niños se han marchado con sus respectivos padres. No veo. Pienso a dónde iré ahora.

Nada, nada es suficientemente lejos.

01 noviembre 2005

Corrientes skateboarding tur

Según las nuevas cosmovisiones de mi amigo Malayo (nótese que lo llamé amigo), no debería ser coincidencia que nos encontremos en Buenos Aires casi al mismo tiempo. Ni lo es ni no lo es. Al final, Buenos Aires es la ciudad más accesible de latinoamérica en los últimos tiempos, donde puedes encontrar libros baratos y buenas exposiciones de arte. Nos encontramos al final de la tarde en una librería de la avenida Corrientes en un recorrido que comenzó temprano hoy.

El objetivo: un encargo. De esos encargos que parecen fáciles, por favor, traéme el libro de fulanito, qué puede costar en esta ciudad saturada de literatura diversa. Afortunadamente, el encargo era de mi hijo porque me recorrí Corrientes de lado a lado, de kiosco en kiosco, sin encontrar la dichosa revista de skateboarding. Al final, llegué al Abasto, antiguo mercado reciclado en centro comercial, digamos mall allá, shopping acá. Algo exclusivo, pero encontré lo que necesitaba: una fabulosa tienda con los mejores trapos para la tribu de los skaters. Mi hijo puede estar satisfecho de su regalo de cumpleaños: una tabla, unas zapatillas top top y una polera súper top. Y se puede olvidar por un año hasta de que le compre un helado. Bueno, no tanto, me preguntaba por qué me había salido tan barato. Y descubrí que fue gracias al Mercosur.

Más tarde, otra vez andaba en el subte con la Paz, al encuentro de Malayo en la librería Gandhi. Le dijeron que era la mejor. A mi todas me parecen de lo mejor, pero no pienso nombrarlas. Nos fuimos al bar La Paz. Es mítico. Sin embargo, lo que a mi me parece más mítico es la canción de Fito Paéz, vendieron flores en La Paz... porque nosotros, antes, pensábamos que se habían ido a Bolivia, que cuando cargaban con 6 y once, cargaban gramos de cocaína, y al final no eran sino dos chicos de seis y once años que vendían flores en el bar La Paz sobre la avenida Corrientes. Bueno, no tiene nada especial aparte de eso. Un café, una charla, mucho calor y cada uno a su hogar temporario. No pasé a ninguna librería y eso que quería llevarle un libro de cine a él o, quizás, otro de Passolini.

Bueno, él, ni por Corrientes lo puedo olvidar. Nunca sabrá que tuve el impulso de llevarle un maravilloso libro (o dos o tres) sobre lo que más le gusta.

31 octubre 2005

El Tigre

Supongo, aunque puedo suponer mal, como la mayoría de las veces, que para muchos debe de ser desmotivante el tener hijos cuando uno escribe sobre las dificultades que se tiene con ellos, a pesar de lo maravillosos que se los pueda encontrar en otras circunstancias.

Últimamente me resulta más agotador el sólo hecho de pensar en los llantos y gritos y pataletas de Paz antes de salir que una caminata con mochila el hombro por horas. Me da dolor de cabeza, es decir, me produce stress. Eso cuando sólo se trata de ella.

El delta del Tigre podría ser mucho más agradable y bello si no se fuera con dos chicas, una pequeña a la que, al menos, calmas con una mamadera, galletas y pañales y otra a quien, por la edad, creo, no hay manera de sacarle la cara de fastidio en todo el viaje, primero porque no se quiere subir al catamarán, después porque no se quiere bajar del catamarán, luego porque todos andamos a la siga de la chica hiperkinética que corre por los bordes de los canales (más stress), sumado a que en el restorán, fundado en 1943, no tienen Coca Cola ni se parece remotamente a un Mac Donalds, mientras su padre y yo intentamos tomarnos una cerveza, intervenidos por comentarios del tipo "Pá, vos sos mucho más borracho que ella" y la otra intentando tirarse del muelle abajo, convencida de que es una grúa que puede meter sus patas (de grúa, claro) en el agua del río. Ya entretenidos, sobre todo las chicas entretenidas, en la exploración de un edificio abandonado, enorme y de estilo bauhaus, llega el barco de vuelta. Ahora yo soy la fastidiada, porque la construcción me había interesado mucho, larga bordeando las aguas, inconclusa hacia un extremo, pero casi terminada al otro. Ni pensar en proponer extender la investigación por media hora más, cuando atraque otra embarcación en el muelle de esa isla.

El regreso sigue siendo un fastidio para la mayor, no comer en el Mac Donalds, ir al mercado de las frutas ("Pá, qué es un mercado?"), volver al Mac Donalds, no salir pronto del Mac Donalds, volver a Buenos Aires, en fin, la chica enterada meada porque no llevé suficientes pañales, pero dormida y tranquila.

Al final del día, me duele la cabeza, pero fue un bonito paseo... si sacamos la anécdota de llevar a las dos niñas. Otro día les cuento la experiencia de navegar por el delta, como si fuera sola.