25 noviembre 2005

"Uno se quedó sin corazón"

Pablo habla.

- Me voy a Valparaíso.
- ¿A Valparaíso? ¿para qué?
- A buscar una casa con vista al oceáno. Vos dijiste que desde los cerros del puerto se veía el océano. Aquí ni siquiera se ve el río, la ciudad le da las espaldas y, en todo caso, no tiene la inmensidad de tu vista.

En el cerro Cárcel hay una casa de madera verde, un poco más arriba de una plaza cuyo nombre acabo de olvidar (alguna batalla de la segunda guerra mundial, me parece). Está sobre todas las demás con su jardín afanasamente cuidado. Desde sus ventanas se ve el puerto, en las noches con los buques iluminados, en las mañanas con una bruma que se disipa y se abre al Océano Pacífico, los fuegos articiales en año nuevo y las fogatas de muñecos en semana santa. Esa mañana miro desde la ventana. Estoy sola con mi hija recién nacida y no quiero marcharme, allí dejaría que los meses y los años pasaran y que, entonces, algo sucediera, un imposible, el que aún espero...

- ¿Vos creés que encontraré algo?
- Claro ¿por qué no?
- ¿Te tomarías un café conmigo?
- Me tomaría más que un café contigo, en alguna de esas terrazas con vista a las callecitas bajas y al puerto.

Y desde el plano, en un bar, el bandoleón cantaría lacrimoso:

"... si yo tuviera el corazón,
el mismo que perdí,
si olvidara al que ayer lo destrozó
y pudiera amarte,
abrazaría la ilusión para llorar tu amor,
pero Dios te trajo a mi destino
sin pensar que ya es muy tarde
y que no sabré cómo quererte..."

24 noviembre 2005

23 noviembre 2005

¿Para qué la sangre?

Me dormí pensando en la muerte, en el cuerpo que sangra sin sentido. Y soñé.

Mauricio se había convertido al budismo (era ateo, profesor de filosofía y fotógrafo cuando nos conocimos). Caminábamos por una avenida, él de blanco, rapado, con un libro bajo el brazo. Lo observaba ininterrumpidamente. Al cruzar una calle comencé a elevarme. No podía controlarlo, aunque deseaba tener los pies en la tierra (en el pavimento). Arriba, los árboles y los cables de alta tensión. Mauricio me miraba con calma, como si elevarse en medio de la calle, en cualquier momento, fuera normal. No tenía opción: debía aprender a volar si no quería morir electrocutada. Tiré las carpetas y un grueso volumen, a pesar de que las carpetas me servían para planear.

Otra vez me desperté sin saber quién era, mojada entre las piernas: estaba menstruando. Entonces, una vez más, me reconocí, me toqué, vi las yemas de los dedos rojas y me pregunté ¿y para qué la sangre?

22 noviembre 2005

Los libros de María

María dice que no quiere trabajar en la editorial. Perdemos una buena escritora. Ni siquiera es esta editorial, le digo, son las leyes las que permiten y avalan el funcionamiento de esta manera. Aunque muchas veces me de rabia, he aceptado las leyes a fuerza de no poder hacer otra cosa.

- Prefiero vender en la calle...

Sin embargo, la literatura infantil es cara, imprimir a colores, tapa dura, papel resistente, el costo supera el precio que alguien pagaría por un libro pirata.

- O frente al Museo de Bellas Artes...

¿Hacer ediciones baratas? ¿papel roneo? ¿blanco y negro? ¿acaso emular a Julio y bombardear libritos?

- En cuanto termine de pagar la deuda de mis libros, me lanzo con el otro.

- Ya, calla.

Pues María tiene muchas ideas para esperar vender y pagar deudas, pues María ni siquiera sabe vender.

- Voy a postular al fondo del libro.

- Y sí... mientras tanto yo espero los resultados del concurso que no gané...

Pero ¿acaso no sabíamos esto?

Pataleo

María, entiendo tu rabia, no creas que no. Me paso las noches pensando en María Alas, en el detalle de sus articulaciones o en una resquebrajadura de su piel. Entonces, a la una, las tres o cuatro de la madrugada desciendo silenciosa al primer piso y trabajo un poco más. Anoche también pensaba en el discurso que diría antes de comenzar la función del teatro de variedades.

Hace tiempo que acepté el lugar que me corresponde en Chile, en la sociedad humana y, a mayor escala, en la naturaleza. A veces me ilusiono con la idea de que mi trabajo, por pequeño que sea, pueda provocar un cambio al menos en uno de los niños que lean mis cuentos, pero también hace tiempo que dejé de creer que ningún cambio pueda ser dirigido. Sin embargo, aceptar eso no significa que me vaya a quedar en silencio. Al menos, creo, tengo el derecho al pataleo, aunque a veces, en ese pataleo, pierda algunas oportunidades de trabajo y, por supuesto, de ganar un poco de dinero... que siempre es demasiado poco.

Reconozcamos que no es mi trabajo el que mantiene a mis hijos, mi casa y a mí. Por eso entiendo tu frustración con este hecho, cuando uno siente que está aportando en algo a la cultura del país, aunque sea poco, aunque sea incipiente y recibe, a cambio, el trato de una esclava. En alguna parte leí que el arte es parte del ocio y el ocio sólo está permitido a las clases poderosas y adineradas. El ocio, para nosotras, es sinónimo de hambre. El lugar que nos correspondería sería en una de aquellas jaulas que llaman oficinas, donde tienes que marcar tarjeta, pagar tu almuerzo y limitar tus capacidades a trabajos mecánicos que, a pesar de todo, hacen crecer a la economía del país.

Casi me hace llorar de rabia e impotencia cuando se discute que la "piratería" afecta a la industria editorial, por ejemplo, y sacan a relucir las leyes de derecho de autor. ¡Qué importa! Es verdad lo que dicen, afecta a la "industria", los autores igual nos podríamos morir de hambre con o sin ella, afecta a los explotadores, a los intermediarios... ¿sabes cuántos libros tendría que vender para poder vivir con el sueldo mínimo? No importa, porque los que se enriquecerían serían otros. A nosotros, con suerte, con mucha suerte, el diez por ciento, si entremedio no te descuentan otros muchos gastos que nunca consideraste.

Y ¿qué hacer? Sobre todo nosotras con pocas capacidades sociales, que crecimos en un medio que nos hace ignorantes al momento de interrelacionarnos con los proveedores de dinero. Creo que nada. Salvo pararme allí adelante y patalear.

21 noviembre 2005

Variedades

He tenido que mandar una larga carta a mis ex suegros explicándoles el asunto del nombre de mi hija. Parece ser que el hecho ha causado sentimientos no positivos, que no sé cuáles serán exactamente, porque están mediatizados por las impresiones de él. El resultado más inmediato, aparentemente, es la suspensión del cumpleaños de Paz en la casa de sus abuelos paternos. Y una consulta a la sicóloga, como si de algo les hubiera servido, durante todos estos años, recurrir a los sicólogos y siquiatras.

Fernando, por otro lado, se mostró muy molesto cuando le dije que no tendría regalo para esta navidad porque el de su cumpleaños bastaba, pero que Paz, que no celebraría su cumpleaños, sí tendría un regalo. Me dijo que sólo le había regalado un par de cosas y que era muy poco. Sólo lo miré. Mi abuela tampoco nunca se sentía feliz, a pesar de los esfuerzos que uno hiciera. Murió sola, aunque yo la cuidé durante la agonía.

Y María Alas que se me escapa. María Alas es un personaje creado por la otra María, la que escribe. Elegimos este cuento para presentarlo en nuestro incipiente teatro de variedades en el Café Literario este último sábado de noviembre. Eso si puedo terminarla. He estado día y noche amasando su cuerpo, pero el resultado no es el que esperaba. Me pregunto qué esperaba. Tal vez basta con que se mueva.

Sigo despertándome apenas sabiendo quién soy. Es curioso porque me pasa cada vez que duermo, olvido todo. Me toma varios minutos reconocerme, saber dónde estoy y qué hago. Entonces, la pregunta ¿qué hago en la vida? toma un sentido muy práctico y terrenal, pues en la vigilia, aunque me pregunte lo mismo con otro sentido, sé que tengo que escribir o terminar a María o cuidar a los niños. Ni siquiera eso sé al despertarme y es lo que necesito saber con urgencia para levantarme. ¿Y si un día despertara y no lograra reconocerme? ¿Si pasaran los minutos y no recordara quién soy? ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué hago en este lugar? ¿Quiénes son estos niños? A veces, no sé quién soy y sigo durmiendo, porque sé, de alguna manera, más tarde lo recordaré.

Se me escapa de las manos



Se me escapan de las manos las palabras, el barro de la lengua, otras manos pequeñas, la boca que tengo a mi alcance, los ojos abiertos, se me escapan de las manos la pena y las ideas, como si fuéramos los que vamos nadando en ese río, entre las islas, como si fuéramos peces que nadie pesca, si saltáramos y alcanzáramos el pubis deseado o el brillo de una mirada cierta, se me escapa de las manos María.