El metro es mi lugar de pensamiento por excelencia, no hago más que subirme a uno de sus vagones cuando mi mente se abstrae de todos los conflictos para concentrarse en sofismas y paradojas, incluso si llevo un libro u hojeo el pasquín, cualquier frase se detiene en el tiempo eterno del ruido incesante del tren (incluso si mi hijo me habla, porque no lo escucho, incluso si voy con Paz, porque ya me acostumbré a que se tire al suelo y protegerla de un eventual pisotón es un acto completamente mecánico a estas alturas).
¿Le pasará a muchas personas esto cuando van encerradas en el túnel sin más posibilidad de observar a (y ser observado por) los vecinos? ¿U otros aprovecharán la ocasión para disfrutar la diversidad humana en sus proporciones físicas (o quizás también sus expresiones sicológicas)? (Un amigo miraba a las mujeres, o ciertas zonas de la mujeres en el metro, con el exclusivo propósito de excitarse y masturbarse más tarde).
Y claro, ya estoy de vuelta en el tren subterráneo, rutina que había olvidado por completo durante las vacaciones escolares y, tal vez por ello también, hubiese perdido la costumbre de reflexionar sobre asuntos sin importancia o, mirado de otro punto de vista, tan importantes que no tienen respuesta y ocupan el vacío del vagón lleno.
03 marzo 2006
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