El domingo, regresando en mi bicicleta de la visita de Paz a la casa de sus abuelos, luego de una extraña mañana romántica con S. en su departamento (S. desnudo frente a mi leyendo una cita de Diógenes -es su estilo, lo de la filosofía- con una semana entera de consumo de drogas en su cuerpo, que, sin embargo, se mantiene bien), digo regresando yo porque, por un lado, ya le había dicho a S. que no lo dejaría llevar a la niña por las avenidas de esa manera y, por otro, porque él dormía a esa hora reponiéndose de la larga jornada que ya mencioné, a unas cuadras de mi casa, Paz comienza a jugar en el sillín de adelante, que ya me habían advertido era peligroso y yo con la letanía de las madres "quédate quieta que nos vamos a caer", una y otra vez, hasta que en un momento, entre juegos, cantos, risas y advertencias, la niña presiona el freno delantero.
Un amigo dice que en esos momentos hay un segundo eterno. Yo simplemente sentí la fuerza al salir disparada, el golpe en el pavimento y el llanto de la Paz. Me levanté como un resorte y corrí a ver a la niña al mismo tiempo que dos barrenderos que por allí circulaban. Tenía el rostro todo ensangrentado y un pie atascado en la rueda. Se darán cuenta que en ese momento uno se imagina lo peor, un rostro cubierto de sangre puede esconder cualquier cosa bajo el fluido. Los barrenderos se encargaron de sacarle el pie de la rueda mientras me decían que le revisara los dientes. Después, ya que estaba tan cerca de casa, me ayudaron a llevar la bici. Entrando le lavé la cara. Un consuelo, no se veía nada mal, pero aún estaba muy nerviosa y llamé a un amigo que me acompañó a la posta. Nos fuimos a la más cercana que, sin embargo, no tiene pediatría y, por eso mismo, todo fue más expedito, nos hicieron pasar sin pedirnos nada. Nos atendió un médico joven en medio de los extraños lamentos de señoras gordas. La revisó entera y sólo tenía el labio roto (por eso tanta sangre) por el lado interior.
- No, no tiene nada- me dijo- Estos moretones son antiguos... ¿acaso usted la golpea?
Yo me reí pensando que era una broma, pero luego me di cuenta de que no lo era, pero no dije nada porque, evidentemente, tampoco lo reconocería su fuera así. Me miró con suspicacia y yo pensé que con razón, en un hospital público ¿cuántos padres llegaran diciendo que los niños se cayeron después de haberlos golpeado con ensañamiento? La única prueba, en ese momento, era que yo estaba herida. Nos dejó ir.
Nos fuimos a casa. Paz ya se había tranquilizado. Entonces pensé que era un milagro que a la niña no le hubiese pasado nada. El siguiente pensamiento fue cómo enfrentar a S. después de haberle gritado como loca su temeridad y haber sido yo la que, finalmente, había tenido un accidente.
Esperé que esa noche llegara a visitarnos, que viera a la niña completamente sana y normal y, entonces, contarle. Lo primero que me dijo era lo que me esperaba "a mi esto no me habría pasado", pero tuve que guardar silencio y agachar la cabeza.
07 febrero 2006
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2 comentarios:
Creo que en esto hay un planteamiento que me parece bastante riesgoso: ¿el accidente que tuviste con tu hija hace que, por obra de magia, deje de ser peligroso que el padre de la niña la pasee en bicicleta de la manera como has relatado por las avenidas? No. Tu accidente no quita, a mi modo de ver, que lo otro siga siendo un error. Qué sé yo.
Es cierto. Quizás el problema no esté en el planteamiento, sino que este accidente me deja, por así decirlo, sin la "fuerza argumental" necesaria para impedir con el mismo ímpetu que antes que se la lleve en bicicleta. Ahora cada vez que debe llevarla a lo de sus padres, que sólo lo hace en bici porque no tiene dinero para locomoción pública, me argumenta que soy yo quien conduce mal y que he "traumatizado" a la niña.
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