07 noviembre 2005

El regreso

Las rutinas rotas que hay que reconstruir. Los primeros días se siente perdido, en la noche no sabes en qué cama estás durmiendo, en la mañana no sabes si tienes que exprimir pomelos y naranjas o salir corriendo al metro, al mediodía si tienes que hace almuerzo para todos o para uno, no tienes nada que planificar, el trabajo está suspendido y no sabes en qué trabajar porque tu mente todavía está en otra parte.

Los viajes en avión son cómodos, pero demasiado veloces. No te dan tiempo para darte cuenta de que te estás trasladando de un mundo a otro, cuando llegas apenas percibes que has cambiado de ciudad, aunque las calles te parecen más estrechas, la gente diferente, la publicidad ajena, los ritmos cambiados, el aire más denso y el cuerpo tiende a lo de hace unas horas atrás.

A pesar de que cruzar la cordillera siempre tiene un simbólico temor al cambio.

- Pienso ¿y se empezara a quemar el avión cuando vamos sobrevolando la cordillera? ¿habrá que lanzarse en paracaídas?

- En todo caso ¿habrá para todos?

- Sí, no... pero yo voy con una niña ¿me dejarán lanzarme con ella?

- ¿En la cordilera? ¿a qué altura va el avión?

- Diez mil metros... incluso la cordillera se ve lejos.

- Y a esa velocidad ¿qué te crees? ¿que alguien puede lanzarse en paracaídas de esa altura y a esa velocidad?

- Me parece que no.

- Nada, solo hay tiempo para morir.

- Además la Cordillera de los Andes en la zona central de Chile es la más desconocida del mundo, si llegara a lanzarme y no morir de un golpe al caer ¿quién podría encontrarnos?

- Estás especulando tonteras.

- Ya sé, pero no puedo dejar de pensarlo cuando cruzamos la cordillera, siento una especie de fascinación y miedo al mismo tiempo. Cuando, por fin, veo los valles centrales, ya sé que estoy del otro lado.

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