Nunca he visto un teatro de sombras y, hoy que he hecho uno, tampoco pude verlo. A veces la tecnología cansa y siempre uno debiera ir cambiando, así que me lancé con mi cuento en un teatro improvisado. María y Malayo me ayudaron.
- Debiéramos seguir con esto y, además, a ver si podemos ganar algo de plata, dijo María
- Y sí, de algo hay que lucrar, no haberlo sabido antes.
Hace ya bastantes años, saliendo del liceo y entrando a la universidad, decidí buscarme un trabajo complementario a mis estudios. Un "elegante y prestigioso bar" en Providencia buscaba muchachas que supieran inglés en un aviso económico del diario (nótese desde ya el grado de ingenuidad) y me presenté un lunes a las cinco de la tarde.
En la barra de un bar profuso en espejos y muros entelados de raso rojo, me recibió un tipo joven, aunque bastante mayor que yo. Me senté a su lado esperando alguna indicación, pero también él parecía esperar alguna palabra de mi parte.
- Vengo por el aviso del diario.
- ¿Y sabes de qué se trata el trabajo?
- Sí. No... bueno, de atender las mesas.
- Eso en principio. Si quieres trabajar aquí no sólo tienes que servir las mesas, sino que acompañar y hacer beber a los hombres. Para lograrlo tú no puedes beber, pero debes fingir que bebes. La muchacha del bar te sirve lo que el tipo pida y a ti alguna bebida sin alcohol, que él pagará como si fuera alcohol... ¿entiendes?
- Ajá... ¿y cuánto paga por eso?
- Bueno, te pago un mínimo por horas trabajadas más un porcentaje de lo que hagas beber a los tipos.
- Y ¿eso cuánto es más o menos?
- De base son trescientos mil pesos por cinco días a la semana.
En 1990 era una cifra astronómica para una chica de 18 años.
- Más el porcentaje de las bebidas- continuó- más los negocios que tú misma puedas transar dentro del bar.
Eso no lo comprendí de inmediato.
- Y ¿cuál es el horario?
- De ocho de la noche hasta la madrugada, entre una y tres de la mañana, dependiendo de la clientela y los negocios de las meseras.
- Ah- pensé que tenía que estudiar e ir a clases temprano- ¿no puedo trabajar de jueves a sábado?
- !Si tú quieres!- soltó una carcajada- pero te va a ir re-mal, los hombres vienen aquí durante la semana, cuando pueden inventar alguna excusa en sus casas, que la comida de la oficina, que el trabajo extra, que una reunión más larga, pero ¡fin de semana!, preciosa, están con su familia, que la señora y los hijos...
El martes fue el único día que trabajé en el bar. Me sentí profundamente humillada y, además, asqueada. A las doce de la noche, más o menos, escapé del local llorando por la avenida suecia hacia la casa de mi abuela.
Humillada, entonces.
Asqueada, entonces.
Llorando, entonces.
Ahora, después de dos partos, del deterioro de mi cuerpo, de los años... pienso que me humillé, asquée y lloré inútilmente. Al menos, durante esos años, hubiese lucrado de mi cuerpo, de mi educación, de mi inglés, de mi condición de proleta. A esta alturas, ya habría terminado con ese laburo (en vez de hacerlo gratis, la verdad).
Seguí por algún tiempo trabajando como promotora y más de alguna vez me llamaron de conocidas y reputadas casas de prostitución, gracias a la base de datos que manejaban todas estas pequeñas y medianas empresas que reclutan niñas para eventos. Nunca fuí. Preferí vivir en mi falso mundo hippie y esforzado y digno, regalando sexo más que transándolo.
Sí, ya habría pasado, como todo.
12 noviembre 2005
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