24 septiembre 2005
La llave
María, estoy leyendo el libro que me prestaste. Claro, después de leer a C. Millet, después de leer fantasías eróticas de estricta descripción biológica, llena de fluidos candentes o de miembros caninos en aberturas femeninas, ésta resulta ser una novela de una exquisita y sutil perversión. Tiene tantas aristas que uno se pierde en su profundidad, en los recovecos del deseo humano que bien se puede manifestar en un matrimonio de más de veinte años que deja entrever, sólo eso, apenas desde la palabra disimulada, los inusitados giros que el sicoanálisis, desde una mirada bastante reduccionista, podría clasificar en claras patologías. Sin embargo, no, aquí no, la lujuria no es una desviación mental, la lujuria es parte de una condición que se alimenta de celos, de deseos, de fetiches, de paciencia, de velos, de máscaras. Fascinante. Gracias, María, algo mejor a lo que aspirar.
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1 comentario:
Tanizaki. Su elogio de la sombra. Lugares crudos, donde como decías, no pasa nada, absolutamente nada.
¿Un tratado de la conducta humana? ¿Predecible? Nada, una pieza oscura, eso.
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