Extendió su brazo óseo hueco, las órbitas desencajadas en el suelo, con las garras enterradas en la piel fresca y sangrante.
- ¡Suéltame! ¡No quiero morir!- gritaba la niña.
- ¡No quiero morir!- aullaba la vieja- ¡Perdóname! ¡Llámame María Magdalena!
La atraía hacia el lecho de muerte, la grieta profunda, las sábanas blancas, recién planchadas.
- Suéltame. No quiero morir- lloraba.
- ¡No digas mi nombre! ¡Llámame María Magdalena!- seguía aullando.
El rostro se iba hundiendo en la blando vacío, la sangre fluía por los extremos, el último suspiro quedó grabado en una arruga.
- Yo soy María Magdalena- dijo su cuerpo rejuvenecido.
22 septiembre 2005
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