El café tiene olor a calle fría, a soledad transeúnte, a ausencia de destino.
De pronto, parece que todos parten hacia otro lugar, se van, no sé a donde, ya se me confunden los nombres de ciudades, los países, las universidades, los motivos y esta urbe se trasforma en el gran albergue transitorio.
Los días frí0s de invierno, la nieve cubriendo el parque, cámara en mano helada, dedos irresolutos, el único cobijo era una cafetería, aunque todos los cafés eran descafeinados en esa ciudad, todas las cremas descremadas, sabor a nada, le decía a Matt, el baterista y Matt preparaba mokka, irlandés, chocolate, cubano, pero ninguno tenía sabor a café ni a crema.
En el albergue estábamos todos solos, pero todos nos acompañábamos, en un día se entrelazaban amistades profundas, en una semana se sentía inseparable del otro, justo cuando uno tenía que partir, verlo bajar con las mochilas por el metro o alejarse en el taxi. La tristeza nos invadía, el peso de que cada uno de nosotros un día partiría en la misma soledad, dejando aún más desvalidos a los que se quedaban en el albergue.
Entonces, un café en la librería, aunque fuera descafeinado.
No existía la posibilidad de decir no te vayas, tal como ahora, que todos parten hacia otro lugar.
Está bueno el café, María, incluso mejor que entonces.
20 septiembre 2005
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1 comentario:
Ayer pensaba justo en eso. En maletas. De repente llegó la primavera y todos quieren irse. Tienes razón,la cuidad quedara como esos albergues.
Que hacer: bueno eso: ponerse vestido, tomar el café de la tarde.
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