- Tu té verde, amor.
- Gracias.
- ¿Viste que la Tierra está sobre el inodoro?
- Ya lo sabía. Siéntate a mi lado.
- No, gracias, me parece escuchar un ruido en la puerta de calle.
Sale. Dos personas, un hombre joven y una mujer madura, forcejean con la puerta de madera.
- No hay que dejarlos entrar.
Están enfurecidos y ya casi entran. Del otro lado, intentan detenerlos, juntar las alas lo suficiente para correr la traba, pero los de afuera se abren paso y se desata una lucha de golpes a mano y objetos contudentes. El hombre joven cae primero, luego la mujer desvanecida.
- Está muerto.
Corre por el largo pasillo que conduce al patio trasero. Algunos bailan, otros beben, unos comen, aquellos charlan.
- ¡Maté a un hombre!
- ¿Venía solo?
- No, con una mujer.
- Entonces, hay que matarla a ella también- sentencia la anciana.
Los cuerpos yacen en el patio apenas iluminado por los faroles entre el follaje. A un costado del espino, cavan un agujero. Entre los rosales, otro. Mientras, el cádaver de la mujer se esconde entre los arbustos y el muro. El del hombre no entra en el hoyo.
- Me duelen las manos de tanto cavar, hay muchas piedras.
- Debes seguir, aunque te sangren las los dedos.
Debo seguir cavando la tumba del hombre. Debo seguir, yo lo maté.
Intentan meterlo, pero siempre algún miembro queda afuera, a pesar de las cortosiones que le practican.
- No cabe, no puedo cavar más profundo.
- Entonces, corténle la cabeza.
El cuerpo anudado, la cabeza en su pecho, mucha tierra encima, todos apisonan hasta casi no dejar huellas.
- Habría que poner una lámina de pasto.
- No, un rosal.
El cuerpo de la mujer espera tras los arbustos.
El timbre.
Silencio.
- Apaguen esa radio.
- Silencio.
- No abran la puerta.
Silencio.
Entran dos hombres buscando al primero.
- Ése es el que se robó al niño- murmura alguien.
- El día que salió sin su madre a comprar un dulce en el almacén.
- Y la madre no podía articular palabra.
- Olvidó todo, hasta el nombre de su hijo.
- Ella lo mató.
Los dos jóvenes buscan en el patio. Uno de ellos se encuentra con el cadáver de la mujer mientras el otro recorre los gallineros del fondo. La anciana le envuelve el cuello con una camisa que se secaba, están rojos, los dos.
- No podemos dejar vivo al amigo.
Un cuerpo está enterrado bajo los rosales, otro al lado del espino, otros dos en sendos maceteros.
- Tu té verde, amor.
- Gracias.
- ¿Apareció el niño?
- Sí, lo habían dejado en la playa.
- ¿Alguien preguntó por los muertos?
- No, nadie.
- ¿Alguien de la fiesta habló?
- No, nunca.
21 septiembre 2005
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