31 agosto 2005

Memorias de la educación sexual: "La exhibición"

En el liceo éramos cuatro mil alumnas divididas en dos jornadas y hubo una época en que los exhibicionistas comenzaron a aumentar en forma exponencial. La directora decidió tomar el toro por las astas ante los “ataques” que sufrían sus pupilas en los alrededores. Llamó a la comisaría más cercana, que estaba sólo a dos cuadras, para pedir ayuda. Mandaron tres carabineras que comenzaron a dictar unos talleres relámpago en sesiones en el gimnasio. Así nos dijeron:

Los exhibicionistas son, primero que nada, hombres cobardes. A diferencia del violador, el exhibicionista no ataca porque, en general, lo que les sucede es que tiene un grave problema con su sexualidad, casi siempre se trata de hombres impotentes que utilizan su miembro para asustar a las niñas como ustedes, pero jamás llegan a consumar un ataque. De manera, chicas, que no les deben temer. De ahora en adelante, a la salida de clases, nunca se vayan solas. Formen grupos y siempre estén juntas. Cuando uno de estos hombres aparezca con su miembro afuera, no arranquen, sino que persíganlo y péguenle con sus bolsos y mochilas”.

Obedecimos y dentro de un plazo prudente desaparecieron todos estos hombres que rondaban el liceo a las horas de salida. Todos menos uno. A pocas cuadras del colegio había un sitio abandonado cerrado por un portón de madera. Cierta vez, frente al portón, un conjunto de colegialas reían, lloraban, se sentaban en la cuneta, gritaban y hacían una gran variedad de gestos. Nos acercamos a ver que sucedía. Por la abertura del portón donde pasaba una gruesa cadena se asomaba un solitario pene erecto, rosado con su cabeza morada. Algunas, impactadas ante tal visión, lloraban paralizadas. Otras no podían contener la risa y se sentaban en el pasto porque las piernas les flaqueaban por las contorsiones de las carcajadas.

- ¡Mira qué feo!- decía una.
- ¡Y qué chico!- agregaba otra.
- Uy, no debe servir para nada- se burlaba una tercera.
- ¿y si lo tocamos?- preguntó una más atrevida.
- Ay, no, ¡qué asco!- dijeron varias.
- Pues yo lo voy a tocar…- amenazó un tercera mientras se acercaba para manosearlo.

Las carcajadas eran incontenibles. Los gritos de asco se escuchaban a cuadras. Hasta que una, viéndolo cada vez más erecto dijo con toda desfachatez:

- Yo se lo voy a chupar…
- ¡Noooooo!- gritamos todas.
- … pero mañana- agregó ella- ¿oíste?- le dijo al dueño del pene solitario a través del portón- Así que lávatelo bien.

Al día siguiente nos impacientaba oír el timbre que anunciaba la salida para presenciar el magno acontecimiento. Llegamos al portón. Allí, como siempre durante las últimas semanas, se asomaba el pene descontextualizado de su dueño, lo que a algunas les resultaba bastante erótico. Al igual que los días anteriores se acumulaban las chicas alrededor con toda suerte de reacciones hasta que llegó la que le había prometido chupárselo. Se acercó.

- No sé… - dijo- ¿se lo habrá lavado como le pedí?
- Yo lo huelo- se ofreció una voluntaria.
- Mmmm, pero está muy chico- agregó la primera.
- Yo lo masturbo- surgió una nueva voluntaria que sin dudarlo lo tomó entre sus manos y comenzó a friccionarlo con suavidad. Una vez que el pene solitario hubo reaccionado, la voluntaria del olfato, se agachó y dictaminó:
- Sí, no huele nada mal.

En medio de un estado nervioso general, expresado de las más diversas formas, incluso de formas incomprensibles como los ataques de llanto, la muchacha fue acercando la boca al pene erecto, apenas lo rozó con la lengua e hizo señas de que no estaba nada mal, luego abrió mucho la mandíbula mostrando su hilera de blancos pero amenazantes dientes. El estrépito fue masivo, las risas y los llantos comenzaron a contenerse para no perderse ninguna sensación del evento. Entonces la chica clavó con todas sus fuerzas, como una bestia, sus dientes en el pene y lo tiró como si fuera una presa a la que desgarrar. Apenas alcanzamos a escuchar el aullido del hombre detrás del portón y ver los frenéticos esfuerzos de un pene que parecía un pobre y pequeño animal tratando de liberarse de las garras de su depredador. Demás está decir que la especie se extinguió de nuestro hábitat gracias a los sabios consejos de las carabineras, quienes nos enseñaron a no temerle a un pene.

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