Quiero levantarme y meterme entre mi mamá y mi papá. Mi papá tiene un juego en el que construye un puente con sus manos y mis dedos pasan como enanitos sobre él, pero el puente está mal construido y se rompe en su zona más débil, allí donde se juntan los anulares, mis dedos caen al vacío y me ahogo en las carcajadas que me producen las cosquillas que mi papá me hace.
Quiero que, como todos los días, me traiga el desayuno a la cama, leche con chocolate y galletas de agua con paté, siempre una de más para la gata que se sienta a mi lado.
Quiero que mientras mi mamá se queda conmigo en la cama, él se afeite como cada mañana, a poto pelado, se vista y salga a calentar el motor del Land Rover porque, como siempre en invierno, ha caido una helada.
Quiero que mi mamá me ponga el uniforme, aunque en el kinder no lo piden, pero yo insistí porque todas las niñas del barrio ya se ponían jumper azul, camisa blanca con un abrigo con capucha.
Quiero que mi papá me ayude a subir al jeep, que me queda tan alto, y mi bolso de cuero con tiras de color rojo y nos vayamos juntos por las calles escarchadas hasta la casa donde me espera la tante Erika, con todos sus niños, con sus juegos, con mis cuadernos llenos de dibujos en los bordes.
Quiero que llegue la tarde para esconderme en el clóset, como todos los días, para que mi papá me busque y yo escucharlo nombrarme, sentirlo moverse por la casa, fingiendo que no sabe dónde estoy y siempre estoy en el mismo lugar para que él me descubra y me abrace como si no nos hubiéramos visto hace mucho tiempo.
No quiero que mi papá se muera.
No quiero.
30 agosto 2005
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