22 agosto 2005

Amamos a los muertos

Me la encontré inesperadamente a la salida del tren subterráneo. Mi primera reacción, con los chicos colgando a cada lado, fue dirigirle una sonrisa amplia con un gesto de saludo. Me arrepentí inmediatamente. "¿Y si no me saluda?", pensé; sin embargo, la pillé tan desprevenida que, por segundos, debe de haber olvidado su enojo conmigo y me devolvió la sonrisa. No le quedó más que detenerse a charlar. Yo la hubiese invitado a un café, pero demostraba tener los pies sólidamente pegados a ese exacto pedazo de pavimento.

Nos contamos las novedades de los dos últimos años, cuánto han crecido los chicos, cómo va el trabajo (¿siguen siendo tan élitistas en las artes visuales?) y esas cosas ("La provincia es una mierda, tan chata", me dice... "No, claro, pienso yo, aquí estamos en el centro cultural del mundo"), hasta que llegamos al punto central (para mí, evidente), me preguntó por "él". Ella siempre lo odió y nunca disimuló el deseo de verlo muerto. Ya sabrán por qué. Hice un brevísimo resumen hasta que me encontré diciendo esto:

- Y ahora le ha dado por declararse enamorado de ...- Uuuups, me detuve en seco.

Iba a decir:

- Y ahora le ha dado de por declararse enamorado de la drogadicta ésa que se mató ¡Hay que estar loco! ¡Enamorado de una muerta!

Me corregí:

- Y ahora le ha dado por declararse enamorado de A... ¿te acuerdas la chica que se murió?

Me miró sin expresión. Claro, por un momento olvidé que ella también estaba enamorada de un muerto y a los minutos siguientes me hablaba de su marido como si estuviese vivo, de que la chiquita, que ya cumplió cuatro años, hablaba como si su padre estuviese vivo.

Entonces recordé con qué angustia había descubierto a través de ella, cuando éramos inseparables, que "él" como ella compartían ese amor por un muerto que no había dejado más que huellas hermosas, a pesar del suicidio y del abandonodo que eso implicaba, con qué angustia descubrí que estaba frente a una batalla perdida.

Y, lo peor, yo no debería haberlo olvidado, por años tuve que tolerar los llantos solapados de mi madre y de mi abuela cuando recordaban a mi padre, por años el alcoholismo de mi madre que no se resignaba a la muerte de mi padre, por años, aún hoy, ese amor infinito e inquebrantable que sienten por los muertos amados.

1 comentario:

Malayo dijo...

mmmm. Un poema de Apollinaire, "La casa de los muertos" (del libro Alcoholes)habla de algo parecido. Aunque en el caso de tu ex la historia es diferente. Digo yo como psicólogo que su sentimiento es típico. ¿Quién no ha deseado tener una amante muerta? Entonces él ama no a la chica en cuestión, sino a la figura de la amante muerta. Una figura archirrepetida en la`´opera romántica, cuyas heroínas mueren de tisis. A ver, fijate en este verso de Oscar Hahn: "como un aerolito cruzó mi mente el rostro de Muriel mi amante muerta".
No confundir pasiones sentimentales puntuales con sueños arquetípicos tanviejos como la cerveza. etc, etc.