27 diciembre 2005

Sinfín



Mi vida se acabó el día en que lo conocí a él.

Antes pensaba que se había malogrado con la muerte de mi padre, el consecuente alcoholismo de mi madre o las violaciones sexuales. Ahora todo eso me parece pequeño, menos duro o, por lo menos, terminado. Nunca más vi a mi padre. Nunca más al triste y patético violador. Muchas veces me ha parecido que toda esta relación fue aún peor que las violaciones.


- ¿Por qué?- me preguntó alguien práctico- Si tú consentiste y hasta tuviste un hijo de él con tu venia y, para que haya violación…


- Ya sé lo que dice la ley- interrumpí- pero me temo que cuando niña, de alguna manera, también consentí, a punta de los engaños del hombre.

- Nadie te obligó a estar con él.


- Y a él nadie lo obligó a mentirme ni menos fingir que me quería.


Cada vez que abro esa puerta, seis veces por semana, para entregarle o recibir a mi hija, me siento como Prometeo encadenado, apenas vengo recuperándome de sus heridas, llega la rapiña a destrozarme las entrañas.

Nadar es como estar volando o como guarecerse en el útero o como deslizarse hacia la muerte, respiro profundo y rápido, boto las burbujas de mi aliento, abajo no hay nada más que mi piel acogida por el agua, afuera está el aire inundado de las canciones de Rafaella Carrá.

Siempre me gustó. Algún tiempo, niña, me obsesioné por tener un cuerpo como el de ella o por ser recorrida por tantas manos masculinas como sus acompañantes. Descanso de mi circuito de nado mientras escucho para hacer bien el amor hay que venir al sur… (etc., etc.)… búscate otro más bueno, vuélvete a enamorar… Así como mi genotipo me impedía llegar a poseer un cuerpo como el suyo, es probable que tampoco pueda vivir como en una de sus canciones. Miro alrededor. Mi vista se detiene en un pene espectacular con un cuerpo espectacular… ojalá lo conociera, ojalá me cayera bien, ojalá me acostara con él… pienso inútilmente. Quito la vista y vuelvo a nadar.

Más tarde, recibo a mi hija en la puerta, me desangro como cada vez, la dejo en su cuarto, besándola, porque no puedo hacer nada más, y lloro porque, claro, la amo, pero preferiría que nada de esto hubiese sucedido.

Al beber unas copas de vino pienso en invitar a algún amigo a beber conmigo (me encuentro contigo en el mensajero, ves...), a dormir conmigo y, quizás, hacer el amor, pero temo una negativa y, sobre todo, sé que no me servirá de nada.

Entonces, escribo esto.


Fotografía: Toni Frissel

1 comentario:

galgata dijo...

Es del tipo de posts que uno lee y no sabe si se pueden comentar porque resultan ser tan íntimos... pero es lo íntimo en donde todos somos hermanos, y decidí olvidarme la timidez para decirte, esto que he leído me parece abrumadoramente hermoso.