El año pasado en esta misma fecha mi único objetivo en la vida era escapar. Tenía dos alternativas: o partía con mis dos hijos a algún lugar lo suficientemente lejano para que él no llegara, ya fuera por imposibilidad real o por desidia... o abandonar a mi hija en la casa de sus abuelos y olvidarme de que alguna vez había conocido a este hombre ni menos que había cometido la locura de embarazarme de él. Aunque me sentía culpable de solo pensarlo, ejemplos no me faltaban, por lo menos fílmicos: Todo sobre mi madre o Las Horas, por nombrar sólo dos que tenía más cercanos. Claro que un sentimiento de responsabilidad con mis hijos me lo impedía, sobre todo con la Paz, sabía que cualquiera fuera la alternativa, le arruinaría la vida con un acto así.
De todos modos, tomé algunos ahorros de ese año y compré un pasaje a Buenos Aires por veinte días, con la esperanza de pasar la mejor fiesta de mi vida, conocer en persona a Pablo y olvidarme de todo por un rato. Apenas unos días antes del viaje, le avisé a todos mis intenciones. Dice él que fue un golpe bajo... si supiera que lo en realidad quería era huir con la niña, pero que el sentido común me lo impedía...
Estuve veinte días en Buenos Aires. Al despegar, como siempre me sucede, sentí que me invadía la libertad, que dejaba atrás tanta mugre y dolor y, al llegar, dejé que todo lo nuevo me colmara como si estuviese naciendo otra vez. Así era, durante esos días olvidé a mis hijos y tenía el impulso de no volver más, de dejar que cada padre y abuelos se encargaran de ellos, cambiar de nombre, ser otra, no recordar o recordar como se recuerda una novela. Además, conocí a Pablo, quien me recibió y me trató tan bien, sin preguntar nada. A horas del regreso, de nuevo el sentido común, no podía abandonar a mis hijos y volví.
Así fue todo este año, el constante deseo de huir con los niños a Buenos Aires. Y hubiese podido hacerlo, de atreverme, allá hice contactos laborales y Pablo había arreglado su casa para recibirme con mis hijos. Sin embargo, me parecía que no podía irme a vivir con él sólo por escapar de lo que, en realidad, no se puede escapar y, por otro lado, nunca dejé de tener la esperanza de que él reaccionara a tiempo, lo que me pareció que había sucedido después de mi último viaje, cuando me dijo que me amaba, se quedó a dormir conmigo y me invitó a pasar la vacaciones, como siempre, en el Lago. Pensé que había llegado el momento de la reconciliación y de recuperar todo lo que se había perdido, incluso los sueños. No pasó más de una semana para que él diera las señales contrarias y yo me diera cuenta de todo había sido una manipulación cuyos objetivos desconozco.
Después de este año entiendo que no tengo escapatoria y que, citando una película barata que me encontré una noche de desvelo, se ama aunque no se vea.
26 diciembre 2005
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