Pablo habla.
- Me voy a Valparaíso.
- ¿A Valparaíso? ¿para qué?
- A buscar una casa con vista al oceáno. Vos dijiste que desde los cerros del puerto se veía el océano. Aquí ni siquiera se ve el río, la ciudad le da las espaldas y, en todo caso, no tiene la inmensidad de tu vista.
En el cerro Cárcel hay una casa de madera verde, un poco más arriba de una plaza cuyo nombre acabo de olvidar (alguna batalla de la segunda guerra mundial, me parece). Está sobre todas las demás con su jardín afanasamente cuidado. Desde sus ventanas se ve el puerto, en las noches con los buques iluminados, en las mañanas con una bruma que se disipa y se abre al Océano Pacífico, los fuegos articiales en año nuevo y las fogatas de muñecos en semana santa. Esa mañana miro desde la ventana. Estoy sola con mi hija recién nacida y no quiero marcharme, allí dejaría que los meses y los años pasaran y que, entonces, algo sucediera, un imposible, el que aún espero...
- ¿Vos creés que encontraré algo?
- Claro ¿por qué no?
- ¿Te tomarías un café conmigo?
- Me tomaría más que un café contigo, en alguna de esas terrazas con vista a las callecitas bajas y al puerto.
Y desde el plano, en un bar, el bandoleón cantaría lacrimoso:
"... si yo tuviera el corazón,
el mismo que perdí,
si olvidara al que ayer lo destrozó
y pudiera amarte,
abrazaría la ilusión para llorar tu amor,
pero Dios te trajo a mi destino
sin pensar que ya es muy tarde
y que no sabré cómo quererte..."
25 noviembre 2005
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario