27 noviembre 2005

"La imbecilidad, sin duda... Se necesita la imbecilidad para empezar a creer que es posible"


Nos preguntábamos, mirando desde el arco del segundo piso el empedrado del patio central, si el momento de la muerte eternizaría los últimos instantes.

(y abajo, quizás, estaba él, con sus falsas pretensiones políticas, con alguna chica de buena familia que estudiaba teatro o letras)

- Si nos lanzáramos al vacío y nos revéntaramos contra el piso ¿acaso simplemente nos moriríamos?

- ¿O esos últimos momentos se repetirían una y otra vez, el cráneo abriéndose y la masa encefálica esparciéndose en las baldosas de piedra?

- Y el dolor ¿también?

Si fuera así, el dolor no acabaría con la muerte. Nos mirábamos y nos besábamos, pero no había pasión ni amor entre nosotros, sino pena y resignación, en esos besos que se repetían varias veces al día en los patios del campus, cada vez que nos encontrábamos vagando.

(y él ¿qué hacía mientras tanto? ¿estaba en una reunión de la federación de estudiantes? ¿se sacaba las fotos para el afiche del PS? ¿bebía y se drogaba en el Bahamondes con ella?)

Ahora pensé lo mismo: ¿y si no diera el último beso que tengo que dar? ¿y si no dijera la verdad que tengo que decir? ¿si no abrazara a mi hija el día de su cumpleaños rodeada de globos y cintas de colores? ¿si yo o ellos muriésemos de improviso y se eternizara el arrepentimiento o la tristeza?

Y como no hubo respuesta a mi carta, como algo me decía que ellos no castigarían a mi hija por la decisión que yo tomé de cambiarle el n0mbre y que de todas maneras le celebrarían el cumpleaños sin mi presencia, me apuré en crear un ambiente de fiesta para ella, para abrazarla, verla reírse con tantos globos y romper los papeles para descubrir sus regalos. No vino nadie, por supuesto. El Gitano no pudo viajar. El Negro con sus hijos no llegó. La Socia tenía que ir a buscar su auto nuevo. Así que allí estuvimos Fernando, mi madre y yo cantándole el "cumpleaños feliz". Jugamos hasta tarde con la casita que encontré (no encontré la casa de muñecas que buscaba, agotada desde casi un año).

Y hoy vino él a buscarla para llevársela a casa de sus abuelos paternos. Lo miré y me pregunté por qué, si el destino me protegió de conocerlo en la universidad, por más de siete años que anduvimos en los mismos metros cuadrados, me hizo tropezarme con él tanto después.

Esta tarde, seguramente, volverá ella con un globo amarrado en la bicicleta. Entonces sabré que sí, que fue así, que quisieron dejarme afuera en esta oportunidad del cumpleaños de mi hija y que de una vez por todas debería dejar de creer que es posible.

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