María, entiendo tu rabia, no creas que no. Me paso las noches pensando en María Alas, en el detalle de sus articulaciones o en una resquebrajadura de su piel. Entonces, a la una, las tres o cuatro de la madrugada desciendo silenciosa al primer piso y trabajo un poco más. Anoche también pensaba en el discurso que diría antes de comenzar la función del teatro de variedades.
Hace tiempo que acepté el lugar que me corresponde en Chile, en la sociedad humana y, a mayor escala, en la naturaleza. A veces me ilusiono con la idea de que mi trabajo, por pequeño que sea, pueda provocar un cambio al menos en uno de los niños que lean mis cuentos, pero también hace tiempo que dejé de creer que ningún cambio pueda ser dirigido. Sin embargo, aceptar eso no significa que me vaya a quedar en silencio. Al menos, creo, tengo el derecho al pataleo, aunque a veces, en ese pataleo, pierda algunas oportunidades de trabajo y, por supuesto, de ganar un poco de dinero... que siempre es demasiado poco.
Reconozcamos que no es mi trabajo el que mantiene a mis hijos, mi casa y a mí. Por eso entiendo tu frustración con este hecho, cuando uno siente que está aportando en algo a la cultura del país, aunque sea poco, aunque sea incipiente y recibe, a cambio, el trato de una esclava. En alguna parte leí que el arte es parte del ocio y el ocio sólo está permitido a las clases poderosas y adineradas. El ocio, para nosotras, es sinónimo de hambre. El lugar que nos correspondería sería en una de aquellas jaulas que llaman oficinas, donde tienes que marcar tarjeta, pagar tu almuerzo y limitar tus capacidades a trabajos mecánicos que, a pesar de todo, hacen crecer a la economía del país.
Casi me hace llorar de rabia e impotencia cuando se discute que la "piratería" afecta a la industria editorial, por ejemplo, y sacan a relucir las leyes de derecho de autor. ¡Qué importa! Es verdad lo que dicen, afecta a la "industria", los autores igual nos podríamos morir de hambre con o sin ella, afecta a los explotadores, a los intermediarios... ¿sabes cuántos libros tendría que vender para poder vivir con el sueldo mínimo? No importa, porque los que se enriquecerían serían otros. A nosotros, con suerte, con mucha suerte, el diez por ciento, si entremedio no te descuentan otros muchos gastos que nunca consideraste.
Y ¿qué hacer? Sobre todo nosotras con pocas capacidades sociales, que crecimos en un medio que nos hace ignorantes al momento de interrelacionarnos con los proveedores de dinero. Creo que nada. Salvo pararme allí adelante y patalear.
22 noviembre 2005
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