04 octubre 2005

La alfombra mágica

Las cosas parecen pasar por dentro. Me pregunto si lo que sucede afuera es un catalizador de lo interno. Como sea, estos últimos días casi no he pisado la calle. Tiramos la alfombra en la terraza del techo, unos cojines, una mesita de cinco centímetros de alto y parece que allí nos quedamos casi por una semana, entrando sólo cuando llovía. Sushi y cerveza.

- No te vayas a caer por la escalera.
- Y si nunca me caí, ni cuando la vida se nos pasaba aquí tomando cerveza, una tras otra, cuando los niños no me llamaban para esto y para lo otro, cuando de verdad estaba sola, pero me sentía más acompañada.

Algunos días no estaban los niños. María Paz en lo de sus abuelos y Fernando en la plaza con mi madre.

Adentro hace frío. Afuera el sol entibia las planchas de zinc y la madera. Salmón crudo. Más cerveza. Me olvidé que tengo que trabajar y escribir en el blog. Me quedé reposada, sin ningún pensamiento que se me cruzara, salvo la luz a través de las plantas.

- Aquí no había nada, sólo zinc y muro. Nada. Al principio tomábamos cerveza sobre un colchón en el techo.

Quise volver, pero no pude. Estoy plantada aquí. Desde hace un tiempo la realidad se ha hecho más dura, irreversible, a menudo me siento como en una condena sin indulto, claro. Lo hecho, hecho está, y todo mal.

El Gitano está lejos. A veces tengo fantasías con él, pero cuando se queda una semana en mi casa, pronto vuelve a las típicas dinámicas de los hombres chilenos, su modelo paterno.

- ¡Ándate de aquí!- le grito- Menos mal que me recuerdas por qué me separé de ti.

Me pide perdón y vuelve otro fin de semana a ver a su hijo, pero estoy fría nuevamente, mantengo una distancia sana, menos comidas y salidas juntos, de lo contrario se siente en "familia" y me trata como su mujer, o sea, mal. Lo prefiero amigo. Es un muy buen amigo si uno lo busca.

En cambio, al otro, ni siquiera de amigo. Ni lo miro a los ojos.

- ¿Quieres pasar a tomar un café?- caí en la tentación la última vez que vino dejar a María Paz.
- No.

"Ándate a la mierda, hijo de puta", pensé despechada y le cerré la puerta en las narices. Creo que cuando más lo odio es cuando me dice no. Casados y yo en la mañana quería hacer el amor y él no, primero el café, primero el pucho, primero el caño de la mañana y yo caliente de mirarlo, caliente y sola en los restos de la cama, masturbándome. Y sigue diciéndome no. No sé si algún día sea yo quien diga un rotundo no.

"De verdad, eres el hombre que más deseo, sólo hay una pija que cada noche quiero chupar, álabado sea Dios que por fin me vienes a desear- le diría- pero, tal como me has dicho que tú eres de hacer el amor con una sola persona, yo también ahora, aunque te desee, porque él se ha ganado mi lealtad y mi fidelidad, no como tú... (etc., etc.,)".

O le diría "¿y ella no es rubiecita y anoréxica como a ti te gustan, además de cuica?"... pero es demasiado patético.

Lo peor de todo es que quizás no me resistiría, a pesar de que él se merece toda mi lealtad y fidelidad, a pesar de que ella sea rubia, flaca y cuica. Lo que es aún peor es que esperaré en vano que un día me desee.

Así que, tirada allí en la alfombra, cara arriba, cerveza en mano, todo tibio, quería cerrar los ojos y volver atrás, que nada de esto hubiese sucedido, que abajo no hubiesen niños, que abajo me esperara mi pasaje a Nueva York, la perra que ya murió, los gatos que ya desaparecieron, mis amigos de entonces, que todo sucediera de otra forma.

- ¿Acaso no eres feliz ahora?
- En este preciso instante lo soy- le dije para no lastimarlo, al fin y al cabo él me daba esta paz pasajera- pero tengo un odio que me corroe- y sé que con esto le decía tanto más.
- Ya todo pasará.
- Sí... si- contesté pero sólo pude ver a mi abuela agonizando en su cama, odiando, todavía odiando, y me imagine toda mi vida por delante así, un desastre.
- La vida sigue.
- Sí, la vida (desgraciadamente) sigue.

Pero yo quería volver atrás.

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