07 octubre 2005

El paraíso artificial

Syros se puede rodear en micro en una hora. Arriba van unas viejas vestidas de negro, con barba y bigote, con el mentón en un gesto de una amargura ancestral. A veces te topas con una ceremonia mortuoria, en una tabla llevan al difunto, sin protección como indica nuestra ley, y las mujeres atrás llorando. Las playass son límpidas, turquesas y eternas. Si hay luna llena todo resulta mejor, tanto para reír como para llorar. Y los hombres, ¡ay, los hombres!, son unas esculturas griegas, hermosos, perfectos, pero... hombres. Allí, las que mandan son las mujeres, las madres, es un matriarcado latente pero no patente, como acá, como la herencia mapuche.

Sin embargo, no es de esto de lo que quiero hablar. Esos son recuerdos del anhelo, pero anhelos que murieron con el viaje, a pesar de haber llorado desde la cumbre más alta de Syros, mirando la luna llena en el Mediterráneo (por despecho una vez más).

- ¿Te tomarías una cerveza conmigo sin hablar del pasado?

Largo silencio. Demasiado largo.

- Bueno ya.

Tuve la paciencia de esperar el largo silencio.

- ¿Te paso a buscar, entonces?
- ¿Me vas a pasar a buscar al Café Literario y me vas a dar un beso?
- ¿Ya empezaste?

De todas formas ¿cómo va a creer que me voy a tomar una cerveza con él y sólo eso?

En fin. Arreglos de último minuto, mentiras de último minuto, la niñera, la plata para la niñera, en fin... seguro que esto termina en desastre, pero ya sabes, María, que por alguna razón buscamos el desastre cuando se nos ofrece el paraíso de la estabilidad. Yo tampoco lo entiendo ni prentendo entenderme. El cuerpo es más fuerte, a veces. Después te cuento.

Hasta mañana.

- Bueno ya. Te espero.

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