07 octubre 2005
El baño
Llegó más temprano a los baños, se desnudó y se tendió en el mármol caliente. Siempre le ayudaba a pensar en lo recién pasado el mirar como los haces de luz se filtraban a través de la cúpula entre el vapor del agua. Nesrim recién entraba con su hija más pequeña. ¡Qué linda era Nesrim! Ya tenía cuarenta y siete y su piel parecía aún de seda, pero sobre todo tenía unas manos tan suaves como los pétalos de su nombre que se deslizaban por el cuerpo como nadie podía hacerlo.
- Nesrim- la llamó- ¿Me bañas hoy?
La mujer se terminó de desnudar, tomó un balde, el saco de algodón, vació jabón y perfume y se se acercó a Clara. Primero deslizó las manos por su espalda.
Las manos deslizándose por la espalda era el primer placer que encontraba con Ömer. Sabía que no podía llegar y desnudarse frente al vendedor de alfombras, pero ser extranjera le daba ciertas libertades que las otras chicas no tenían en el Sultanahmet, como beber vino y dejarse hacer el amor sin estar casada.
- Ömer- le dijo- se acabó el vino.
- No tengo de dónde sacarte otra botella a estas horas.
- Además se quebró la pipa de agua ¿vamos al mercado?
El vendedor de alfombras dudó. Las oraciones de la mañana ya habían comenzado y Clara esperó a que terminara de rezar. Luego insistió.
- Ömer, ¿vamos al mercado?
- Ve tú sola, yo me quedo con Erdem.
- ¡Ömer, vamos al mercado! ¿Qué te pasa?
Salieron juntos, pero el vendedor iba cinco pasos más atrás de Clara, con la sensación de que cada transeúnte adivinaba lo que había hecho con la mujer que iba adelante.
"¡Qué hijo de puta!", pensaba ella "¡qué hijo de puta!", sentía el escozor dentro del cuerpo. Llegando al puerto, Clara echó a correr por las calles atestadas de mercaderes, de aromas, de frutillas, de carnes asadas, de alfombras, de trastos, de joyas.
- ¿Te gusta así, Clara?- le preguntó introduciendo las manos bajo las axilas en dirección a los senos y tirando los pezones. La espuma la cubría casi por completo. Nesrim no esperó respuesta, la empujó y la tendió de espaldas para bañarla por delante.
- Dame un beso, Nesrim.
Apenas se tocaron los labios.
- Dame otro beso, Nesrim.
Bajó y apenas le tocó los labios de la vulva.
- Otro, Nesrim.
Subió y le besó los párpados. Un silencio de desvanecimiento la envolvió. "Es un hijo de puta", pensó y al pensar esto lo vio erecto delante de ella, con las espaldas anchas y tónicas, las caderas angostas, las piernas largas y fibrosas, cada músculo dibujado con perfección masculina, las manos grandes con dedos gruesos pero esbeltos, los ojos claros envueltos en una maraña tupida de vellos oscuros.
- ¿Te puedo besar?- le preguntó.
- Sí, preciosita- y Clara se acercó a su entrepierna.
- ¿Quieres otro?
Clara asintió apenas moviendo la cabeza y Nesrim tocó sus labios otra vez, su pecho, su ombligo, sus piernas y cada dedo del pie.
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