En todas partes es muy parecido.
Me subí a la moto y me llevó hasta un apart hotel frente a la playa. Intentamos algo, pero su cuerpo no respondió. Me dijo entonces que su madre, quien administraba todos los negocios de la familia, lo había amenazado y que producto de esta aventura lo obligaba a adelantar el matrimonio con la chica que ella le había elegido. Tenía unos ojos turquesa oscuro y abundantes pestañas. Así que lo miré, desnuda frente a él y la costa.
- ¿Al menos habrás ido alguna vez a Atenas?- le pregunté.
- Después de mi matrimonio pienso ir a tomar un curso para mejorar mi inglés.
Nos volvimos a subir en la moto y me dejó en la pensión de un amigo de su familia (y la verdad es que Syros es tan pequeño que no hay forma de no ser "amigo" de alguien). Se fue. Mientras hervía un tarro de leche condensada para hacer manjar y tarareaba qué pena siente el alma, el isleño me comentaba el duro matriarcado de aquella familia y, sobre todo, los inamovibles conceptos católicos que la regían.
Al otro día partí al puerto y tomé un barco de regreso al improvisado hogar que ya tenía en el albergue de Atenas. Es una pena porque el tipo tenía, literalmente, un cuerpo escultural.
Y él también.
Salí corriendo de la reunión del Colectivo de Ilustradores porque sé lo puntual y neurótico que es. Más tarde, en La Terraza, tratábamos de mantener alguna conversación que no fuera a parar en el mismo monólogo dual de siempre.
- Tal como dice Spinoza...- me citó alguna frase que no me di el trabajo de escuchar, salvo por las palabras claves para nuestro objetivo, nombrar, pensamiento concreto, pensamiento simbólico y perversión de las ideas.
- En fin, como es una niña tan pequeña que sólo tiene un pensamiento concreto, no creo que la afecten los contenidos simbólicos del cambio de nombre.
- Eres muy egoísta, piensas en ti y no en las consecuencias para la niña- siempre hablamos de "nuestra hija", de "la niña" o de "la chiquita". Ni él decía Agustina ni yo María Paz ni viceversa.
- La verdad es que, sea como sea, es el mal menor. Puesto que yo sí tengo pensamiento simbólico, de verdad para mi es importante nombrarla de una manera que no la asocie contigo para mejorar mi relación con ella.
Se acabó el tema con especulaciones legales acerca de la forma de agregarle los otros nombres.
Más tarde me dijo que estaba volviendo a creer en dios, que deploraba el nombre de la madre de dios (en tono irónico, claro, lo que me hizo pensar que está teniendo una fuerte influencia judía), que admiraba a Schopenhauer más que a cualquier otro filósofo, que era un cínico, que era un estético, que no lo tocara porque el mozo nos podía ver y él venía allí con la rucia flacuchenta.
Así más o menos transcurrió la noche, mientras más cerveza yo tomaba, menos me importaba lo que hablaba y más le insistía que me diera un beso, pero se resistía con fragor (era una batalla). Finalmente, se fumó un caño, se relajó y me dejó que lo besara, pero más tarde, pasado el efecto, parece que se arrepintió de lo hecho y me ahuyentó rápidamente. Alcancé a ver que llevaba un paño blanco o algo parecido con una estrella de David.
Caminé de regreso a casa por el Parque Forestal. Iba tranquila. Después de todo ya no lo odio tanto y otra vez me desilusionó lo suficiente para saber que me tengo que ir. Claro que no le dije nada de eso. No era el momento.
Tiene un cuerpo escultural, pero se nota que, salvo por ser la madre de su hija, le soy completamente indiferente. Y eso, más que nada, lo vuelve una escultura de museo para mi vida. Y además a mi no me importa que sea el padre de mi hija, claro está.
08 octubre 2005
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