10 octubre 2005

Paula

Me la encontré por primera vez en el Valle de los Reyes. Adentro de la tumba de Ramsés sexto nos dijimos lo indipensable.

- Soy boliviana.
- Y yo chilena.
- ¿Cómo te llamas?
- Nanu ¿y tú?
- Paula. ¿A dónde vas?
- Hasta Assuán.
- Yo vengo de regreso. Ahora me voy al Cairo, a encontrarme con un novio egipcio.
- ¿No se te hace difícil?- le pregunté mirando a la niña de cuatro años que la acompañaba.
- A veces, sobre todo por mi hija.

El cuidador de la tumba no se cansaba de abanicarnos con un diario. A la salida nos pidió unos dólares de propina y Paula desapareció en otra tumba.

Algunas semanas después la vi caminando por una callecita de Santorini. Nos saludamos y nos fuimos juntas a una pensión.

- ¿Cómo te fue?
- Más o menos. Al novio egipcio se le ocurrió presentarme en su familia. Por supuesto me rechazaron en cuanto me vieron entrar con pantalones cortos, el pelo suelto y la niña. Lo bueno es que me alcanzó a regalar varias joyas antes de escapar del Cairo.

Extendió sobre la cama varios collares, pulseras y aros de oro macizo.

- ¿Quieres ir a comer?- me invitó.

Nos fuimos a un restorán en lo alto de la isla, que miraba hacía el océano. Pedí carne a la pimienta con papas fritas y ensalada. Ella también y un vino tinto.

- ¿Y ahora?
- Me voy unos días a Atenas.
- Yo también, pero primero pasaré a Syros. Tal vez nos encontremos en Atenas después ¿tú crees?
- No sé. Nunca sé qué rumbo voy a tomar.

Paula viajaba hace dos años con su hija por diferentes países que no respondían a ninguna preferencia en particular. Trabajaba en cualquier cosa y se buscaba novios en cada lugar que la ayudaran económicamente.

- ¿Por qué viajas así?
- Me escapé de Bolivia.
- ¿Por qué?
- Odiaba al padre de mi hija.

No la entendí entonces.

- Parece más difícil de lo que es ¿sabes? Nunca logran encontrarme. A veces, muy rara vez, le mando cartas a mi madre, justo el día en que parto del lugar de manera que, cuando llegan a Bolivia, yo ya estoy lejos de la ciudad de donde la envié. Tampoco es difícil encontrar novios, a todos les gustan las sudamericanas y mientras más indias mejor. De todas formas, de todos los hombres con los que me he acostado desde que partí, ninguno se le iguala a los latinoamericanos, tan calientes, ni menos al padre de mi hija.

- Y ¿entonces?

- Estoy buscando a un hombre de verdad ¿entiendes? Mientras lo encuentro seguiré viajando.

Al día siguiente bajamos juntas al muelle. Paula y su hija abordaron un barco para Atenas y yo una lancha para Syros. Las vi marcharse primero y desde la cubierta me saludaban felices. Yo, en cambio, sentía tristeza.

Una semana después todavía estaban en el albergue de Atenas. Había formado un grupo con una venezolana, una uruguaya y una argentina alrededor de un marino griego que les mostraba su hijo recién nacido en Japón. El marino aseguraba que no había mezcla más hermosa que la de un griego con una japonesa. Miramos atentas las fotografías del parto de la chica en su departamento: el bebé, aún recién nacido, era precioso.

Paula había conocido a unas españolas que administraban la tienda Zara en esta ciudad y que en la noche nos habían invitado a bailar en el puerto. A cierta hora nos encontramos con las chicas hispanas, como recién salidas de una película de Almodóvar, narigonas, de gestos ostentonsos y muy arregladas. Bailamos mucho una mala música, pero no importaba. La belleza de las chicas griegas, casi desnudas, contrastaba con la amargura de las mayores que se encontraban en las calles y en los locales de Atenas, todas de negro.

Al otro día no encontré a Paula en el albergue. Desde entonces han pasado más de siete años.

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