16 diciembre 2005
Almas gemelas
Le gustaban (quizás todavía le gustan) las prostitutas. Decía que una especie de hilo unía sus almas (el hilo de la soledad, probablemente). La señora del burdel le hacía un precio mensual, muy módico, para que las chicas lo fueran a visitar a casa en unas cuatro o seis sesiones, generalmente en aquellas ocasiones en que la droga y el alcohol (o el resabio) lo hacían sentir más abandonado. Me decía que con la coca era muy difícil excitarse y tener una erección. Me decía que a las putas no se las besaba. Todo lo demás era posible si eras amable con ellas. Ponía una cámara frente a su cama, conectada al televisor de varias pulgadas, y se miraba y admiraba en el cuerpo de alguna de las chicas mientras grababa, una tras otra, cintas de ocho milímetros. Tenía cientos, que botó cuando llegó a casa, por temor a que alguien las descubriera (temor, tal vez, a que yo las viera, pero nunca lo hice, pues no alcancé, un día me metí en el ropero donde guardaba la cámara y ya no estaban las pequeñas cintas, revisé los otros videos, donde sólo encontré a sus alumnos del colegio en deplorables representaciones escolares). Llegué a su vida cuando las prostitutas eran su única compañía. En tres ocasiones fui de madrugada, con una amiga, a su casa de Bilbao, pero no nos abrió. Le dejaba notas que no me contestaba. Entonces, a la mierda, pensé. Apareció poco después y me besó, aunque por la coca no podía tener relaciones sexuales conmigo y le pidió a un amigo que lo sustituyera. Todos aceptamos. Entonces, me besaba, aunque fuera otro el que me montaba (o yo al otro). Ahora, a veces, tiene sexo conmigo, nunca me besa ni quiere penetraciones vaginales (cuando lo libo me dice "¿cómo te voy a olvidar?") y al terminar se va sin decirme nada más, quizás como lo hacía con sus almas gemelas, las prostitutas.
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1 comentario:
Curiosa historia, y melancólica también.
Supongo que todos encontramos una propia forma de vivir.
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