05 septiembre 2005

El cuerpo cortado

"Nunca decías que no, nunca te negabas a nada. No te andabas con remilgos".

"Hacías las cosas con naturalidad, ni reticente ni viciosilla, de vez en cuando una pizca masoca..."

"Te considerábamos un fenómeno; incluso con un montón de tipos, eras la misma hasta el final, a su merced. No jugabas a ser la mujer que quiere complacer a su hombre ni a la gran puta. Eras como un compañero-chica".

"Catherine, cuya tranquilidad y ductilidad en todas las circunstancias son dignas del más grande elogio".


Tales son los halagos que, según Catherine Millet, definen su rasgo dominante y que yo, evidentemente, envidio.

¿Cómo era capaz esta mujer de hacer todo aquello, siempre bien dispuesta a todas las orgías que se le presentaban, como un acto natural, en algunos parques, casa de amigos o lugares favoritos?

No puedo, cada vez que tomo el libro de mi velador, avanzar más de quince páginas sin que la noche me quede interrupta, sin que la semana me quede interrupta, sin que mi cuerpo quede interrupto.

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