03 noviembre 2005

En el Ravello.

Quedamos de encontrarnos en el restorán de Palermo un cuarto para las once. Llegué puntual y, algunos minutos después, mientras me tomaba una cerveza, llegó Mónica.

Trato de buscar las palabras que puedan definirla. Cálida y talentosa, sería un buen resumen. Tuve la dicha de ver en su su taller los originales del cuento que ganó el premio Norma-Fundalectura. El texto es de Silvia Schujer, pero está tan maravillosamente ilustrado que el todo es eso: un todo indisoluble.

A medida que charlábamos, picoteando una variedad de temas, me entregaba las pautas de su forma de trabajo. Y, claro, sentí más que nunca lo lejos que estoy de todo, sobre todo de su generosidad.

Bah... no se vaya a pensar que Mónica es perfecta. Se hace ver tan humana e imperfecta como todos. Me parece que de la mano de su obra, todas sus obras, también va un tormento, del que no hablaré porque no me pertenece. Lo mejor de ella es que, a pesar de lo conocida que es acá, te hace sentir acompañada, como si te recogiera en sus brazos sin importar nada y te susurrara al oído todo lo que te puede enseñar. Y uno la siente más grande, pero tan igual al mismo tiempo.

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