31 octubre 2005

El Tigre

Supongo, aunque puedo suponer mal, como la mayoría de las veces, que para muchos debe de ser desmotivante el tener hijos cuando uno escribe sobre las dificultades que se tiene con ellos, a pesar de lo maravillosos que se los pueda encontrar en otras circunstancias.

Últimamente me resulta más agotador el sólo hecho de pensar en los llantos y gritos y pataletas de Paz antes de salir que una caminata con mochila el hombro por horas. Me da dolor de cabeza, es decir, me produce stress. Eso cuando sólo se trata de ella.

El delta del Tigre podría ser mucho más agradable y bello si no se fuera con dos chicas, una pequeña a la que, al menos, calmas con una mamadera, galletas y pañales y otra a quien, por la edad, creo, no hay manera de sacarle la cara de fastidio en todo el viaje, primero porque no se quiere subir al catamarán, después porque no se quiere bajar del catamarán, luego porque todos andamos a la siga de la chica hiperkinética que corre por los bordes de los canales (más stress), sumado a que en el restorán, fundado en 1943, no tienen Coca Cola ni se parece remotamente a un Mac Donalds, mientras su padre y yo intentamos tomarnos una cerveza, intervenidos por comentarios del tipo "Pá, vos sos mucho más borracho que ella" y la otra intentando tirarse del muelle abajo, convencida de que es una grúa que puede meter sus patas (de grúa, claro) en el agua del río. Ya entretenidos, sobre todo las chicas entretenidas, en la exploración de un edificio abandonado, enorme y de estilo bauhaus, llega el barco de vuelta. Ahora yo soy la fastidiada, porque la construcción me había interesado mucho, larga bordeando las aguas, inconclusa hacia un extremo, pero casi terminada al otro. Ni pensar en proponer extender la investigación por media hora más, cuando atraque otra embarcación en el muelle de esa isla.

El regreso sigue siendo un fastidio para la mayor, no comer en el Mac Donalds, ir al mercado de las frutas ("Pá, qué es un mercado?"), volver al Mac Donalds, no salir pronto del Mac Donalds, volver a Buenos Aires, en fin, la chica enterada meada porque no llevé suficientes pañales, pero dormida y tranquila.

Al final del día, me duele la cabeza, pero fue un bonito paseo... si sacamos la anécdota de llevar a las dos niñas. Otro día les cuento la experiencia de navegar por el delta, como si fuera sola.

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