Según las nuevas cosmovisiones de mi amigo Malayo (nótese que lo llamé amigo), no debería ser coincidencia que nos encontremos en Buenos Aires casi al mismo tiempo. Ni lo es ni no lo es. Al final, Buenos Aires es la ciudad más accesible de latinoamérica en los últimos tiempos, donde puedes encontrar libros baratos y buenas exposiciones de arte. Nos encontramos al final de la tarde en una librería de la avenida Corrientes en un recorrido que comenzó temprano hoy.
El objetivo: un encargo. De esos encargos que parecen fáciles, por favor, traéme el libro de fulanito, qué puede costar en esta ciudad saturada de literatura diversa. Afortunadamente, el encargo era de mi hijo porque me recorrí Corrientes de lado a lado, de kiosco en kiosco, sin encontrar la dichosa revista de skateboarding. Al final, llegué al Abasto, antiguo mercado reciclado en centro comercial, digamos mall allá, shopping acá. Algo exclusivo, pero encontré lo que necesitaba: una fabulosa tienda con los mejores trapos para la tribu de los skaters. Mi hijo puede estar satisfecho de su regalo de cumpleaños: una tabla, unas zapatillas top top y una polera súper top. Y se puede olvidar por un año hasta de que le compre un helado. Bueno, no tanto, me preguntaba por qué me había salido tan barato. Y descubrí que fue gracias al Mercosur.
Más tarde, otra vez andaba en el subte con la Paz, al encuentro de Malayo en la librería Gandhi. Le dijeron que era la mejor. A mi todas me parecen de lo mejor, pero no pienso nombrarlas. Nos fuimos al bar La Paz. Es mítico. Sin embargo, lo que a mi me parece más mítico es la canción de Fito Paéz, vendieron flores en La Paz... porque nosotros, antes, pensábamos que se habían ido a Bolivia, que cuando cargaban con 6 y once, cargaban gramos de cocaína, y al final no eran sino dos chicos de seis y once años que vendían flores en el bar La Paz sobre la avenida Corrientes. Bueno, no tiene nada especial aparte de eso. Un café, una charla, mucho calor y cada uno a su hogar temporario. No pasé a ninguna librería y eso que quería llevarle un libro de cine a él o, quizás, otro de Passolini.
Bueno, él, ni por Corrientes lo puedo olvidar. Nunca sabrá que tuve el impulso de llevarle un maravilloso libro (o dos o tres) sobre lo que más le gusta.
01 noviembre 2005
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