14 septiembre 2005

Memorias de la educación sexual: "Floripe"

Uno no podría creer la educación liberal que las mujeres solas pueden entregar a su progenie femenina, incluso cuando por allí anda circulando una tía que cada día te hace rezar el rosario, te explica las virtudes de María y te lleva a todas las misas necesarias, que no siempre son los domingos, por lo que recuerdo. Mi tía Albina era católica observante y demócrata cristiana. Mi tía Adriana no solo era católica observante, sino que además pertenecía a un grupo de mujeres que se autodenominaban “Legión de María”. Mi abuela se decía católica, pero detestaba a los curas y las monjas porque decía “quizás qué cochinadas hicieron cuando se tomaron la Catedral”. En aquella época yo me imaginaba que las tales “cochinadas” era que, si se habían tomado la iglesia, no podían salir de ella y, por lo tanto, andaban cagando y meando a los pies de los santos; aunque ahora sé que no se refería a eso, siempre se me ha quedado esa imagen. Mi madre también se decía católica, aunque no iba a misa, ni se confesaba, detestaba a curas y monjas, pero quizás por una cosa jerárquica, tan propia de nuestra idiosincrasia, no se podía hablar mal del Papa delante de ella. Mi tía Albina, Adriana, Matilde, Victoria, mi abuela y mi madre, viudas, divorciadas (en rigor, anuladas según la ley de entonces) y solteras (aunque no fanáticas, dirían ellas mismas). De manera que me crié en un ambiente profuso en mujeres solas que, a diferencia de lo que se podría pensar, tenían una visión muy liberal del sexo ¿Cómo podría ser de otra manera? ¿Quién sino ellas sabían lo necesario que era tener un hombre al lado?

De todas ellas, mi abuela era la más hipócrita. Y mi tía Albina también. Mi abuela, en épocas que no se usaba como hoy, tuvo dos hijos sin casarse, uno se murió a los pocos meses de nacido y la otra, mi madre, sobrevivió a pesar de que mi abuela no le diera de mamar durante casi todo el primer mes porque lloraba mucho (¿cómo no iba a llorar la pobre criatura?). Después le contrató una nodriza y ella siguió trabajando sin preocuparse más. El detalle es que mi abuela había concebido a esta cría con su tío, hermano de su padre, y sólo se casó con él cuando se enamoró de Rubén, quien quiso poner todo en orden ante la ley civil y divina antes de vivir con ella, para que mi madre quedara protegida. Y mi tía Albina, dicen que de jovencita se había enamorado del chofer de su padre, el mismo de mi madre, que había quedado embarazada, que había abortado y que por eso después nunca pudo tener hijos con su esposo. Mi tía Matilde se había enamorado de un hombre de familia acaudalada de la zona que, poco antes de la fecha de su matrimonio, tuvo un accidente en un río, donde murió ahogado. Mi tía Matilde, sin consuelo, abandonó sus estudios de leyes, se fue a vivir sola a un pueblito y comenzó a trabajar en el registro civil, actividad que le permitió obtener un bebé en un hospital e inscribirlo como suyo sin problemas. Mi tía Victoria tenía relaciones con un hombre casado, quedó embarazada y poco antes de que naciera el niño, el hombre murió de un infarto en una casa de prostitutas. Sin embargo, entre ellas faltaba mi tía Floripe, preciosa cuentan, colorina, muy blanca y de ojos profundamente negros. Dicen que poco tiempo después de su primera menstruación, mi abuela, la enésima mujer de mi abuelo, notó algo fuera de lo común en ella y se lo comunicó a su conviviente, pero él no la escuchó (¡qué extraño! ¿no?). Este comportamiento fuera de lo común se fue manifestando con mayor fuerza con el paso del tiempo y no consistía en otra cosa que la hermosa muchacha asomándose por el balcón de su casa en la plaza principal de Santa Cruz mostrando sus desnudos senos, blancos con su aureola tan rosada como sus cabellos, a todos los hombres que por allí transitaban. Tenía un afán, muy familiar por lo demás, de adorar los cuerpos masculinos sobre ella, le gustaba pasearse desnuda por los campos, gritar que amaba a los hombres y dejarse acariciar por todo aquel que ella deseara. En aquella época prefirieron pensar que estaba loca y mi abuelo, sin escuchar más consejos que sus propias limitaciones, la mandó a una clínica siquiátrica en Santiago donde, a falta de otros recursos, le practicaron terapias de golpes eléctricos. La muchacha volvió, por supuesto, peor que antes y como siguiera buscando hombres para calmar el blanco ardor de su deseo, el patriarca decidió encerrarla en su dormitorio, tapiar todas las ventanas que daban al exterior. Sólo se le permitía comer en la mesa familiar, pero la chica escupía el plato de su padre, le agarraba el pedazo de carne asada para lanzárselo al gato que por allí circulaba, le quebraba la copa de vino en su narices y no dejaba de hablar sobre sus deseos insatisfechos de una manera que escandalizaba hasta a sus propias hermanas. Pronto ni siquiera la dejaban salir a comer y se corrió la voz de que se trataba de una loca agresiva y peligrosa. Mi mamá, que por entonces era pequeñita, entraba a escondidas a su dormitorio y, a veces, dormía con ella. Floripe se dejaba peinar sus largos, crespos y rojos cabellos sólo por ella y hasta consentía vestirse para lucir sus trajes. Las versiones sobre su muerte son confusas y ya no podremos saberlo porque todas mis tías han muerto, si es que hubiesen querido contar la verdad. Sólo sabemos que aún era bastante joven.

Al pensar en la historia de mi tía Floripe no puedo dejar de pensar en la historia calenturienta de todas las mujeres de la familia y, claro, en la mía propia. ¿Qué me hubiera pasado en aquella época, bajo el dominio de mi abuelo, cuando me subí desnuda al mástil de un barco hundido en la bahía de Cocholgüe? Una escena que puede resultar hermosa para unos, otros heridos por sus propias represiones prefieren llamar locura. Sí, porque yo no me puedo imaginar nada más hermoso que el cuerpo de Floripe desnudo por los campos de Santa Cruz gritando a todos los vientos que desea hacer el amor o yo misma, a los veintitrés años, en medio del mar, nadando desnuda hasta llegar a ese mástil que se erigía ya saben como qué, para montar hasta la cima y desde allí, gritar a quien quisiera escuchar que deseaba hacer el amor con Reinaldo (y Reinaldo no quiso escuchar) mientras treinta alumnos de mi curso de la Universidad y los pescadores de la caleta observaban estupefactos, por diferentes razones, esta escena.

¿Se puede imaginar algo más hermoso?

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