05 diciembre 2005

Estigma

Antesala de la salida a la playa: me llama y me dice:

- Tengo piojos. Revisa a los niños.

Nos pasamos amaneceres y atardeceres despiojando a los chicos. Paz, que tiene poco pelo y es rubia, fue fácil, pero Fernando tiene una abundante cabellera castaña propicia para formar médanos de estos parásitos. Llegamos y no logramos erradicarlos de su cabeza. Así imposible llevarlo al colegio (los mandan de vuelta si les encuentran piojos o liendres a los niños) y apenas entrando a una peluquería nos echan afuera, descontados los gritos de Fernando debajo de la cama porque no quiere cortarse el pelo. Pablo, que viene de Buenos Aires donde la pediculosis ya no es un asunto que preocupe mayormente, me dice "¡che, pero si en las peluquerías están acostumbrados!". Nos tuvieron que sacar de dos para que se convenciera de que aquí las cosas son diferentes, pero como tiene paciencia partió el solo con Fernando a buscar otra peluquería (yo no me quería arriesgar más a ser desalojada de esa manera).

Es así, pongo un pie en Santiago y comienzan los dolores de cabeza. Antes pensaba que era el aire contaminado, pero ahora me resulta evidente que son otras las cosas contaminadas en esta ciudad, los pequeños burgueses enriqueciéndose, la discriminación propagada, la explotación sin descaro, las amistades por conveniencia (y aceptadas así en su juego de los intereses) y, claro, la repetición sistemática de estos síntomas a medida que se va cambiando de peldaño.

Al lado de esto, la pediculosis es un juego de niños.

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