21 diciembre 2005

Cuentos de navidad

He estado buscando algunos tomos de Astérix para la colección de mi hijo, pero sorpresivamente me encuentro con que... no los encuentro... salvo en la Librería Francesa, que ha decidido traer unos volúmenes de lujo con un precio acorde con tanta elegancia, de manera que tuve que renunciar al regalo de Fernando, y buscar otro libro que, seguramente, no será de tanto agrado como el de los galos.

En un mercado tan floreciente y extenso como el de los libros, buscar uno para regalar puede parecer fácil, pero no. Tres horas y media recorrí los estantes de algunas librerías, quedándome estática por varios minutos, sin saber qué elegir, al mismo tiempo que no podía evitar la crítica personal y un cierto escepticismo punzante: textos vacuos con ilustraciones desacordes (también encontré mi último libro en estas estanterías, aquel cuya ilustración por querer mejorar, empeoré, y que, ciertamente, de ser extraña a mi misma, no compraría).

Pensé en mi mamá porque elegir para ella era de lo más fácil, pero estaba descartada en los regalos por ser adulta (incluso pensé en el Gitano y hasta pasó como una ráfaga su figura- la de él, ustedes comprenden- pero esos estaban eliminados por ser (1)adultos, (2)hombres y (3)ex parejas).

Así que dedicarme a lo más complicado: los libros de los niños. A Paz le encontré uno muy entretenido para aprender a contar, de cartón, con ilustraciones hechas de paño lenci y diez botones encajados en la tapa para sacar y volver a encajar en el interior según la cantidad indicada por el texto. Sé que le encantarían los botones, que encajar ayudaría a la motricidad fina, pero me pareció excesivo el precio sólo por aprender a contar hasta diez con botones cuando para el mismo objetivo pueden servir cualesquiera objetos, de los tantos, de casa. Mientras buscaba y más miraba, menos sentido le encontraba a todo. Finalmente, para ella, me decidí por uno con una historia muy simple, sin grandes ambiciones didácticas ni valóricas, pero rebosante de figuras de papel que, al tirarlas, saltaban o se escondían en nubes, estrellas, lunas, soles, flores y cosas por el estilo.

El libro de Fernando, no me dejó conforme, y es que ya es un niño con mayores complejidades, sabe leer pero no lo suficiente para una novela (¡uh! ¡las novelas! He allí aún mayor complejidad, adaptaciones del Quijote, por ejemplo, aunque estoy en contra de las adaptaciones... lo tomé, dudé, pensé si no lo empezaría a acostumbrar desde pequeño a los resúmenes- tan arbitarios, por lo demás-, lo abrí, observé las ilustraciones y lo dejé en el estante de vuelta). Bueno, no voy detallar todo lo que consideré, enciclopedias de ciencia, de arte, de actividades (para el verano, pensé), cuentos ñoños, cuentos hermosos, pero fuera de sus intereses... ¿por qué nadie tiene Astérix?

Lo peor de todo, al final, no fueron las horas recorriendo librerías en medio dela muchedumbre navideña, ni el fracaso de la empresa de vieja pascuera, sino la completa incerteza en que quedaron mis convicciones sobre la literatura infantil y los objetivos laborales de mi vida.

(PD: a pesar de todo, sigo escribiendo las entregas semanales en la REVISTA AJÍ, casi como un ejercicio literario que espero tenga un buen fin, de manera que le pido a aquellos que visitan la revista que no vacilen en criticar mi trabajo y destrozarme si es necesario).

No hay comentarios.: