La casera también era una escritora anónima. Muy pocos sabían que había publicado varios libros eróticos con el pseudónimo Rosa Cálida. Deslenguada, atrevida, mordaz y correcta en el uso del lenguaje, había dicho uno de los críticos más importantes varios años atrás; sin embargo, sus libros habían desaparecido durante la dictadura, la mayoría de los ejemplares quemados, hoy solo unos poco coleccionistas se podían jactar de tener en su biblioteca títulos como "La vana vanidad de sus labios" o "Nunca más estarás dentro". Era su secreto.
Tenía una casa de pensión en Villa Códice para poder sobrevivir. Si bien los derechos de autor por sus obras le permitieron comprar esta vivienda, hace tiempo, debido a la quema, ya no recibía regalías y el Estado le daba una pensión asistencial mínima.
La de abajo algo sospechaba. Estudiante de literatura, se había encontrado con recortes de diarios donde se mencionaba el nombre de Rosa Cálida y uno de sus maestros, viejo escritor que no cesaba en el intento de obtener los favores sexuales de la joven, le hizo una descripción detallada de la narradora que encajaba con su vecina, la casera.
De manera que la tarde en que la casera la invitó a cenar al carísimo restaurante italiano "Il bacio", la joven estaba dispuesta a descubrir su identidad de escritora como fuera posible. Sería, pensaba, una magnífica oportunidad para realizar su tesis de titulación.
Se sentaron frente a frente. Ambas se observaban con desconfianza, pero aparentaban simpatía la una por la otra.
- ¿Un trago?
- Por supuesto.
15 noviembre 2008
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1 comentario:
espero que continuará, no?
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