11 agosto 2005

La basura de atrás

La basura siempre queda atrás ¿se han fijado? Claro que sí. En una esquina, frente a la plaza, hay un verdulería y frutería cuyos dueños cada mañana se toman el trabajo de ordenar por tipos y colores, un conjunto de manzanas muy rojas al lado de cajones de limones muy amarillos rodeados de otros vegetales que transitan de verdes muy verdes a naranjas muy naranjas. Pienso que tal vez los colores no sean muy lo que son, sino que es la cuidadosa disposición de sus contrastes la que hace que esa esquina sea un lugar luminoso y alegre (para quién esté de buen ánimo para verlo, claro está); sin embargo, atrás, atracito, allí donde muy pocos ven, se mezclan las frutas y verduras que, por alguna imperfección demasiado evidente, fueron exiliadas de las cajoneras del frente. Los colores se pierden en una amalgama que impide diferenciar un kiwi de una mandarina y hasta los aromas se confunden.

Lo mismo sucede en los estantes de las librerías.

Estoy haciendo un recorrido por ellas en busca de material literario para una biblioteca infantil. Al fondo, pues en general los estantes del fondo son los destinados a exhibir los libros para niños, me encuentro con bonitas sorpresas, descontada las editoriales que ya se han ganado mi preferencia en esta materia, como el Fondo de Cultura Económica, Kalandraka, la chilena Ekaré, descubro otras colecciones muy bien dirigidas, buenos textos, ilustraciones de calidad, aunque un poco reiterativas (de esos ilustradores que se ganaron el sueldo con un estilo y ya nunca más lo cambiaron, esos mismos ilustradores que se repiten en diferentes editoriales siempre con las mismas formas, quizás rayando un poco en el abuso de lo autóctono, pero están buenas, al fin y al cabo), está también Amanuta, con dos series de cuentos que buscan rescatar la cultura originaria de nuestra geografía (casi no me atrevo a decir nuestra cultura), Santillana con otra buena colección llamada Mar de libros (aunque le copió el nombre a una editorial argentina, pero bueno ya, ¿quién puede saberlo acá?). En fin, fuera de lo importado, lo bueno y lo más o menos bueno, se puede decir que hay un pequeño e incipiente florecimiento de la literatura infantil de jóvenes autores chilenos. Eso me da satisfacción, de alguna manera. Voy terminando mi recorrido, bastante feliz porque podré incluir en la biblioteca mucho más material chileno de lo que pensaba, y casi por inercia me dirigo al último estante, el destinado a los restos, a una cantidad de libritos que se ve que no supieron donde ubicar, de esos que no tienen brillo propio, aquellos que por una saturación de color en sus portadas se anulan a sí mismos, en un conjunto muy semenjante a la fruta y verdura acumulada en la trastienda, no se distingue nada, de hecho no se ve nada, aunque casi desbordan del mesón. Me acercó, como dije, y urgeteo. Nada que me sirva, nada que en mi opinión le sirva a alguien. Y, sin embargo, allí están. Sí, allí están. Mis libros.

Luego me fui caminando cabizbaja por el paseo peatonal, queriendo no pensar, pero sabiendo que, de verdad, no me merezco estar en la basura de atrás.




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1 comentario:

Malayo dijo...

Hola Nanu, no sé cuál de todas mis amigas eres, pero tu blog es de los más entretenidos que he leído. No soy un gran lector de blogs, a pesar de ser blogger, pero el tuyo me ha heho reconsiderarlo. Un abrazo desde Malasya.