10 agosto 2005

La mesa de dibujo y la cocaína

Era una mesa de dibujo especial, de madera sólida en cada una de sus partes, aunque ya no funcionaba la inclinación. Había pertenecido a un connotado profesor de grabado y reconocido artista que se la regaló en algún momento que yo desconozco.

La última vez que salió de mi casa, con destino a un recinto de rehabilitación, quedaron todos sus muebles en mi casa. Claro, no en vano era mi marido entonces. Al volver de la terapia, nueve meses después, una corazonada me dijo que no debíamos vivir juntos otra vez. Los muebles siguieron en casa y de todos el que más apreciaba yo era la mesa de dibujo porque ese año en que me quedé sola comencé a trabajar como dibujante y me fue de las mil maravillas. Pensé que la mesa tal vez mantenía parte del aura del artista. Mi marido, entre tanto, no tenía un lugar donde llevarse sus cosas. Aquí, como adivinarán, las versiones difieren enormemente, incluso al determinar en qué calidad quedaron los muebles en mi casa. Él asegura que me los prestó. Yo aseguro que se los guardé.

Claro que tenía la esperanza que me regalara la mesa de dibujo dado que era el soporte de mi trabajo. Tal parecían ser sus intenciones un día que llegó a las cuatro de la mañana con la boca morada de vino y pastosa de coca y el deseo lleno de viagra. Estaba amorosísimo (incluso para pedirme una pieza en arriendo). Después que me alabó lo suficiente, diciéndome entre otras cosas que me prestaba la mesa de dibujo si yo la necesitaba, cedí al viagra y levanté la cola para que se comportara como una máquina de sexo.

Listo, tengo la mesa, pensé.

No. Una semana después, completamente sobrio, me dice que se va a llevar todos los muebles a su nuevo departamento, incluso la mesa de dibujo, frente a la cual pondría la foto de la novia que se mató de una sobredosis.

Hervía de rabia, yo, no sé si más por la mesa o por la foto. Entonces lo encaré, mal que mal, tuvimos un hijo los dos.

La verdad, me dijo, es que su relación con "ella" (la muerta) siempre había sido espiritual y no erótica.

¡La puta que parió a su hijo!

Al día siguiente, le tiré todas sus cosas a la calle, mesa de dibujo incluida (esto lo aprendí de una amiga cubana que no tiene pudor en hacer esas cosas y como en mi barrio esto es parte del escenario cotidiano, una suerte de espectáculo gratuito que nos damos entre los vecinos, no vacilé más).






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