17 diciembre 2008

El joven del bolso de cuero gastado

Waldo estiraba las piernas sobre la mesa de centro. Moreno y alto, la miraba con los ojos entrecerrados y la sonrisa apenas esbozada mientras bebía una cerveza.

- Parece que te estuvieras riendo de mi- le dijo la estudiante.

-Para nada. Es que, bueno, ya sabes, no eres la única que ha pensado en eso.

- No quería ser la única, solo se me ocurrió en ese momento, quizás justamente porque lo he leído en alguna parte.

La estudiante miró por la ventana al patio. Arriba la luz encendida y una sombra desplazándose por el pasillo que da a la galería, por supuesto que sé que Kafka lo dijo, qué te crees, era uno de los pensionistas de la casera, uno joven y nuevo, que en las mañanas salía en su bicicleta con un bolso de cuero gastado.

- Fue Kafka ¿lo sabías?

- No, no tenía idea.

- ¡Pero cómo! Una estudiante de literatura.

A veces se lo encontraba en el patio de Villa Códice, pero nunca habían hablado. Se preguntaba qué haría, cómo se llamaba, por qué estaba viviendo allí. La casera era atenta con él. Nunca le gritaba ni ordenaba hacer cosas como a los otros. Más arriba, en el departamento que daba a la terraza, vivía un viejo que se estaba muriendo. "Ya ha tenido tres trombosis, ¿qué más se le va a pedir al pobre?" le había dicho un día la casera mientras limpiaba la orina del viejo al lado de un macetero; sin embargo, algunas noches se la escuchaba gritar "¡no sea estúpido!"

- Es estúpido.

- ¿Qué?

- Pensar que puedes escribir más y mejor si estás encerrada en la cárcel. No eres más que una pequeña burguesa que nunca ha estado en la cárcel, ni de visita ni de caridad.

- ¡Ah! la caridad.

Waldo se servió un último vaso de cerveza. La estudiante volvió la mirada hacia él. Lo que pasa es que la vieja me odia. Y yo la odio a ella, pero también la desprecio. Sus libros eran buenos, a pesar de la crítica y no tuvo el valor de luchar y seguir escribiendo. Ahora, ahí está, caliente y desesperada, cuando podría ser de otra forma, desperdiciado tanto talento. El que yo no tengo. Waldo ahora le extendía otro vaso a ella.

- ¿Te gustó la cerveza que te traje?

- Sí.

- Ah. ¿Viste? No podrías tomar cerveza si estuvieras en la cárcel.

- No. Tampoco podría escribir.

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